Cambiar de barrio no siempre es gratificante, por cuanto se dejan amistades de muchos años, se abandonan lugares muy queridos, se cambian hábitos y rutinas y todo esto puede transformarse en un sentimiento de angustia.
Pero en mi caso, no era tan grave, porque apenas tenía 10 años y por ende no estaba demasiado arraigado a Villa Colón, lugar que me vio nacer y en donde transcurrieron mis primeros años de vida.
Pero lo más traumático era indudablemente el cambio de escuela. Ingresar a otro local escolar, en donde todo se ve distinto, hostil, sin amigos, es particularmente desagradable.
En mi primer día de clase, en 5to. año, recuerdo que fue mi padre el que me llevó, cosa realmente llamativa, ya que nunca me acompañaba a ningún lado, por lo que eso contribuyó a que me sintiera más desamparado.
De todas maneras desde la Dirección , lo veo alejarse a través de la ventana y por un momento me hubiera gustado ser él, y alejarme de la misma manera sin compromisos con la escuela.
El típico olor de las aulas, mezcla de madera de bancos, polvo de tiza, y algo más, indefinible, me angustió aún más.
El aire solemne de la Directora no ayudó en nada, y mucho menos el que me presentara públicamente en el salón, interrumpiendo la clase.
Griselda , la maestra que me tocaba en suerte, no significó nada especial en el primer momento, delgada, alta, sin gracia, pero bonita de cara.
Algunos murmullos provenientes de los que serían a partir de ese momento mis compañeros, se hicieron escuchar, entre los que pude entender, recuerdo éste: “mirá que cara de asustado tiene el nuevo”.
Pasaron varias semanas, y como todas las cosas de la vida, uno se acostumbra a su nuevo ambiente, y por lo tanto, logré aunque con dificultad hacer mis amigos entre el grupo, inicialmente hostil.
La escuela de Villa Colón pasó a ser un recuerdo cada vez mas vago, y cada vez mas perdido en la niebla del tiempo, y paulatinamente, esta escuela pasó a ser “mi” lugar.
Escuela mixta, en donde las maestras procuraban integrar a los niños con las niñas. Me tocó de compañera de banco una niña muy delicada y muy bonita, Ana María.
Ocurrió que en un recreo, en el clásico partido de fútbol entre los varones, recibí un golpe muy fuerte , un codazo en la cara que me produjo un gran dolor que me hizo abandonar la competencia.
Sentía como si una muela hubiera recibido la fuerza del impacto por lo que permanentemente me masajeaba la zona del golpe.
Finalizado el recreo, reingresamos a la clase, y yo no podía atender a la maestra por la molestia que tenía. Ésta, me llamó la atención porque no seguía la clase debidamente y le expliqué lo sucedido. Su respuesta fue la contraria a la que esperaba recibir: “No ha de ser para tanto”. Con lo que dio por terminado el asunto.
Sentí todo el odio que se puede sentir cuando se es víctima de una injusticia. Claro que esto era un hecho trivial, pero para un niño, la maestra es la persona más importante después de la madre, y no se espera de parte de ella, la incomprensión.
Afortunadamente, mi compañera de banco que advirtió mi dolor ya no físico, sino moral, me dijo en un susurro: “¿Mucho dolor?” y me miró con sus hermosos ojos celestes, por lo que me sentí mucho más aliviado...
A partir de ese momento, nació entre nosotros una hermosa amistad pero no por aquél hecho puntual, sino porque ella demostraba en todo momento ser una compañera leal, buena, solidaria. Y fuimos hasta fin de año compañeros inseparables.
Yo traté de darle todo mi cariño, ayudándola en todo lo que podía. Era bueno en lenguaje por lo que solía colaborar con ella para corregirle faltas de ortografía, y eventualmente ayudarla con alguna tema de redacción.
Todos nosotros seguramente tuvimos en épocas tempranas de nuestra vida, una relación pura, hermosa y desinteresada como ésta. Pero claro, ésta que relato me tocó vivirla a mí por eso es la más importante.
Y mientras escribo se atropellan los recuerdos gratos, gestos sutiles, sonrisas cómplices, algún contacto físico cuando le alcanzaba la regla o el compás, etc. Si alguien no tuvo jamás una relación así, debe saber que, un contacto leve de las manos en un acto sin importancia como éste puede despertar sensaciones muy agradables. Y a mí me ocurría esto con Ana María.
Pasó el tiempo, pero no pude ni quise olvidar a Ana María, que fue siempre para mí un emblema de afecto puro, del cariño que se da sin esperar nada a cambio. Fue la fuente donde volví a abrevar una y otra vez en momentos difíciles de mi vida, en donde ella acudía en mi fantasía para ayudarme. Y realmente esa ayuda la sentía...
Y yo también se la daba gustoso, suponiendo que me necesitaría en algún momento, como en aquel maravilloso año escolar.
La vida nos llevó por derroteros distintos, yo continué estudiando, luego me empleé en un banco, en cual llevo ya casi 40 años de trabajo, y jamás la volví a ver.
II
En el Banco, son tradicionales las comidas, que por distintos motivos se realizan entre el personal. Estos motivos pueden ser de los más variados, como por ejemplo, despedidas de soltero, ascenso de un compañero, renuncia o jubilación de algún otro, en fin cualquier pretexto vale para hacer una reunión de ese tipo que generalmente termina con algún evento distinto o especial.
Y en una de estas “tenidas”, casualmente despedida de soltero de un compañero, ocurrió un hecho singular.
Este compañero, pregonaba una idea muy arraigada en él que era llegar virgen al matrimonio.
Por supuesto que nadie le creía pero fue el tema de conversación en la cena.
Pero ocurre que en estas ocasiones, que son siempre alegres, en donde todos los comensales están de buen ánimo, el alcohol corre más de lo necesario, y algunos que no están acostumbrados a él, sienten los efectos en forma muy marcada.
Nuestro homenajeado fue uno de ellos.
Totalmente descontrolado por los efectos del alcohol, renegó de su condición de virgen y pidió a los mas experimentados que lo llevaran con una mujer, porque según él: “de ninguna manera quería llegar así a su primera noche de casado”.
Todos sin excepción, aún los mas afectados por el alcohol, quisieron aplacarlo, porque se entendía que era simplemente un descontrol del momento, pero que no era lo que realmente él quería.
De nada valieron los argumentos que se le dieron, su decisión era tajante, y pedía a sus compañeros, que si en verdad lo estimaban que lo ayudaran a cumplir con éste, su deseo, que según declaró fue lo que siempre quiso y que si nunca lo había hecho fue por un tremendo complejo de inferioridad que jamás se había animado a exponer.
Así fue que se escucharon las ideas más alocadas y delirantes para “iniciar” a nuestro célibe compañero.
Desde asisitir a un cuadro vivo, que era una rareza en aquellos años, vivando al compañero cuando se animara a hacer el amor con alguna mujer del número porno, a ofrecerlo desnudo en una camioneta que desfilaría por la Rambla exhibiendo escandalosamente al novio con sus partes íntimas al viento.
Por fortuna primó una idea un poco mas “normal”, la del gordo Rodríguez, hombre mayor ya, pero a quien no le disgustaba para nada estas cosas. Esta era concurrir a un cabaret de la ciudad vieja a tomar unas cervezas y luego llevarlo a un prostíbulo de Las Piedras.
Lo del cabaret no prosperó porque todos nos dimos cuenta que eso era simplemente un deseo del gordo para satisfacer una necesidad suya, pero además no había tiempo para las dos cosas.
Por ende se concurrió masivamente a Las Piedras donde se pudo apreciar que varios de los compañeros conocían el camino perfectamente. Inclusive alguno, se animó a recomendar a un prostíbulo determinado y en él a Soledad.
Yo no sabía que además de la broma al compañero, la excursión tenía otros fines, porque vi como varios de los muchachos de dirigieron a distintos locales de iguales características, muy seguros, dispuestos también a seguir el mismo camino que el hombre virgen.
Entramos a uno de ellos, en donde nos indicaron que estaba entre otras: Soledad, y junto al pelado Fernández, el negro Icasuriaga, y el gordo Rodríguez, nos sentamos a esperar, por supuesto acompañando a nuestro debutante. No sin antes arreglar el ingreso de todos, con una propina importante a la portera que cuando nos vio nos dijo con voz severa: “Todos no se pueden atender, estamos por cerrar”.
Puedo recordar que el ingreso a este lugar, tuvo un efecto negativo por cuanto aun puedo evocarlo con claridad y desasosiego. Era una casona vieja, con las paredes manchadas de humedad y en donde en la “sala de espera” era un hall tremendamente frío, que albergaba una muy precaria estufa a queroseno que no calentaba nada, pero sí inundaba el lugar de un penetrante olor a combustible mal quemado.
Una enorme claraboya, a la cual le faltaba ciertamente algunos vidrios, hacía que se colara por allí un gélido aire nocturno.
Las condiciones para una iniciación de esta naturaleza eran particularmente negativas y me imaginaba el estado de ánimo de mi compañero en esta situación tan deplorable.
Pero no había llegado aún lo peor.
Se abre la puerta, la de Soledad, y yo por discreción no miré hacia adentro porque no quería que el cliente que salía en ese momento se sintiera observado, y a la vez miraba a mi compañero para indicarle que le tocaba el turno a él.
Estaba pálido, le temblaba el labio inferior, y tengo la absoluta seguridad que en lo más profundo de su alma se había arrepentido de esto pero que era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Alguien le palmeó la espalda y le dijo sobrador: “A la cancha pibe”, y más que palmearlo lo empujó hacia adentro de la pieza.
Recién en ese momento empiezo a levantar la cabeza.
Y veo mocasines blancos, un poco deformados, y gastados.
Unos pies con empeines altos, regordetes, y sigo subiendo con la mirada y veo piernas desnudas que asoman de un camisón semi-abierto, piernas de una mujer mayor, feas, informes por la gordura, con muestras claras de celulitis avanzada, y resuelvo no mirar más.
¡Que noche para nuestro compañero!
Hicimos un pacto entre nosotros, de que no preguntaríamos nada al salir y que daríamos como exitoso el viaje inaugural de nuestro compañero por los caminos del sexo.
Alguien comentó: “¡¿Y todavía tiene que pagar por esto?!
No teníamos claro cuanto se podía demorar pero creo que nuestro compañero batió un record por la demora, por lo que supusimos que la experiencia estaba siendo desastrosa.
Luego de una angustiosa espera, se abre la puerta, sale él acomodándose la ropa nerviosamente, y yo ahora sí miro la cara de la prostituta, quien hace un gesto de resignación encogiéndose de hombros y esbozando una sonrisa...
Y esa sonrisa fue como un rayo en un día despejado...
No podría dejar de reconocerla, esa sonrisa era inconfundible e inolvidable... y esos ojos celestes...eran de Ana María...
Salimos en un ambiente de gran alborozo por el sentimiento de la misión cumplida, pero por suerte para mí nadie advirtió mis lágrimas.
Lloré. No solo por ella, sino también por mí, porque sentí que se había destruido de la peor manera, el hilo dorado que me unía a mi infancia, y que me habían arrebatado para siempre uno de los más lindos recuerdos de mi niñez, transformado en dolor, por la crueldad da la vida.
Tu historia es una vil copia de una historia de mi autoria. Yo la tengo registrada y por respeto te sugiero la retires de ésta pagina.