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Anahi

~~Anahí. Liana Castello, escritora argentina. Cuento basado en la leyenda del ceibo. Leyendas argentinas versionadas para niños. Fernanda Forgia, ilustradora argentina.

Anahí era una pequeña indiecita que amaba profundamente su tierra. La selva, los bosques, los árboles, flores y pájaros eran tan valiosos para ella como su familia.

 

Recorría feliz los bosques, abrazaba a los árboles, acariciaba a los animales y todo mientras cantaba. Su voz era dulce como la miel y su canto agradaba a todos. Dicen que hasta las nubes la escuchaban y los ríos aquietaban sus aguas para oírla.

Anahí era pequeña, de piel morena y su carita no era muy bonita, pero su canto la hacía la más hermosa de todas las indiecitas.

Un día, se escuchó un sonido que estremeció a toda la selva. Unos extraños habían invadido la aldea para apoderarse de la tierra y todo lo que en ella habitaba.

Todos los indios salieron a defenderse y con ellos Anahí, quien a pesar de su corta edad y su pequeño tamaño, dio batalla a los invasores.

Los extraños, que no habían podido capturar ni un solo indio, tomaron presa a la pequeña y la llevaron con ellos. Se escondieron para que los indios creyesen que el peligro había pasado y fuese más fácil capturarlos luego.
 Anahí no tuvo miedo, era una niña muy valiente. Esperó pacientemente a que llegase la noche y aprovechando que los indios malos dormían, escapó.

Se escondió en la selva, en medio de sus amadas plantas, La nubes cubrieron a la luna para que la oscuridad ayudase a la pequeña. Los pájaros callaron y los ríos aquietaron sus aguas. Toda la naturaleza ayudaba a Anahí para que los invasores no despertaran hasta que la pequeña estuviese a salvo.

Por la mañana, al despertar los invasores, descubrieron que la indiecita había escapado. Muy enojados, salieron a buscarla dispuestos a volver con la pequeña. Recorrieron toda la aldea, el bosque y por último la selva entera. Cuando ya parecía que Anahí estaba a salvo, un hombre blanco la descubrió y la volvió a llevar con los enemigos.

– Esta vez no podrás escapar, yo te enseñaré quién manda aquí – dijo el hombre blanco y ató a la niña a un árbol – Si intentas huir, será peor para los tuyos- Dicho esto, se fue.

Una vez más la niña no tuvo miedo. Sólo le preocupaba ayudar a su gente y que los hombres blancos no se adueñaran de las tierras.

-¿Cómo haré para avisarles a todos que aún siguen en peligro si no puedo moverme de aquí? –se preguntaba la niña en medio de sollozos.

Pensó mucho y finalmente se le ocurrió una idea para ayudar a los suyos. No podía moverse, pero sí podía cantar. Sabía que su canto llegaría a cada rincón de la selva, a cada árbol del bosque, que pájaros, nubes y hombres lo escucharían y entenderían el mensaje.

El canto de la pequeña fue tan dulce y melodioso como siempre. Con amor entonaba su canción y con amor la recibía cada criatura de su tierra.

Alertados por el canto de la niña, los indios salieron a defenderse una vez más y lograron vencer a los invasores.
 Anahí sabía que los hombres blancos se enojarían con ella y que tal vez se la llevasen lejos de los suyos como castigo. La niña no podía soportar la idea de no estar en su tierra. Algo había que hacer y la naturaleza, su fiel amiga, la ayudó.

Furiosos por la derrota, los invasores fueron al árbol donde habían atado a la pequeña. Para sorpresa de todos, la niña ya no estaba, en su lugar había un hermoso ramo de flores rojas.

~~No podían creer lo que veían y creyeron que Anahì había escapado una vez más y salieron a buscarla.
 Lo que los hombres blancos no sabían era que ese hermoso manojo de flores rojas era la misma Anahí.

La niña siempre había defendido su tierra y a la naturaleza, ahora era la naturaleza quien podía ayudarla, convirtiendo a la valiente indiecita en flores rojas como su corazón, bellas como su alma y aferradas al tronco de un árbol, tal como ella se había aferrado a su tierra. De ese modo vivirá para siempre en el territorio que tal valientemente defendió y al que tanto había alegrado con su canto.

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