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Ander era un niño muy despierto y alegre de poco másd de dos años que vivía en una bella ciudad.
Estaba rodeada por enormes montañas siempre de color verdoso, llenas de árboles y hermosas flores. Y por una gran playa de fina arena, con muchas olas para poder saltar cerca de la orilla, que tenía una gran isla justo en el centro a la que podías ir llegar a nado cuando la marea estaba baja.
Lo que más le gustaba era el momento del día en el que le llevaban al parque cercano a su casa y jugaba y jugaba sin parar subiendo y bajando del tobogán. A la hora de dormir, se metía en su cama rodeado de sus peluches y con su edredón azul lleno de nubes. Pero, su peluche favorito era un gran mono marrón al que se abrazaba muy fuerte justo antes de dormir, él le llamaba Nono.
Un día sus padres decidieron llevarle a ver el zoo, ya que sabían que le iba a gustar mucho visitar a los animales. Ander pasó, sin duda, uno de los mejores días de su vida viendo a las jirafas, los leones, las cebras y al resto de los habitantes de ese enorme sitio, la casa de los animales. De pronto llegó a una zona acristalada en la que había unos enormes monos, que su mamá le dijo que se llamaban orangutanes. Enseguida vió a un pequeño orangután que no paraba de corretaer y saltar. Y golpeando el cristal llamó su atención hasta que se acrecó a donde él estaba. Ander comenzó a llamarle a gritos "Nono, Nono, quiero jugar"- le decía sin poder parar de reir.
Su mamá le explicó que Nono vivía detras de ese cristal y que no podía salir, pero eso a él no le gustó nada.
Durante muchos días, hizo que sus padres le llevaran de nuevo al zoo, hasta que le sacaron un bono para poder ir cada vez que le apeteciese a ver a Nono.
Pasaba de largo por el resto del zoo, hasta llegar impaciente a ver a su amigo y contarle lo que había hecho durante ese día. Nono corría ansioso hasta la cristalera y ponía su enorme mano contra el frio cristal, mientras Ander hacía lo mismo con la suya. Nadie comprendía del todo esa intensa y extraña amistad, que cada vez se fue haciendo más y más fuerte.
Los años fueron pasando pero sus visitas al zoo no cesaron nunca. Nono se había convertido en un enorme orangután y Ander en todo un honbrecito. Fue entonces cuando decidió que lo que quería era trabajar en el zoo para poder por fin tocar y jugar con su amigo. Estudíó la carrera de veterinaria y lo primero que hizo nada más acabar sus estudios fue ir al zoo a pedir trabajo con los orangutanes. Enseguida le dieron trabajo, pues le habían visto crecer junto a la cristalera y sabía lo mucho le gustaban y quería a los animales.
Llegó su primer día y aunque un poco nervioso, estaba muy emocionado ya que por fin podría cumplir su sueño. Cuando entró en la jaula de los orangutanes para darles de comer, vio como Nono corría hacia él, sin duda para saludarle. Aunque la gente que lo veía todo a través dde la cristalera, se asustó un poco, enseguida pudieron comprobar que no pasaba nada malo pues Ander y Nono se habían fundido en un fuerte y largo abrazo. Y así siguieron durante mucho, mucho tiempo.
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