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Categoría: Románticos

Angel... predestinado

El hombre caminaba a paso firme por el tortuoso camino hacia los acantilados. Vestía completamente de negro desde sus botas hasta la larga capa. Su cabello color azabache resaltaba la blanca palidéz de su piel, la cual palidecía aún más por efecto del resplandor de la luna. Era una figura fantasmal, caminando solitaria a medianoche por aquellas latitudes. Llevaba sobre su hombro izquierdo a una mujer inmóvil; apenas si oía el sonido de su respiración. A pesar de su rápida caminata, cargaba a la mujer con delicadeza. Los cabellos rojizos de ella se mezclaban con los de él, la brisa nocturna hacía que le rozaran la cara, trayéndole un suave aroma...conocido, pero que aún no quiso identificar. Se sentía mareado, lo estaba afectando de una forma extraña... y no sabía porqué.
Alcanzaba a escuchar el rugido de las olas rompiedo sobre las afiladas rocas. El aire era más frío allí arriba. Divisaba la silueta oscura de la casa de piedra al final del camino. Faltaba poco para llegar. Sólo un poco más...
La había visto cabalgando por el bosque, como todas las noches. Pero esa noche en especial, la había estado esperando. Esperó pacientemente hasta que se acercó al lugar en el que sabía que se iba a apear para que el caballo descansara. Salió intempestivamente de la oscuridad que lo protegía y la enfrentó. Ella presintió el peligro y quiso correr, pero las nudosas raices del sicomoro que asomaban a la superficie le cortaron el paso. Cayó y su cabeza golpeó fuertemente contra el tronco del viejo árbol. Una nube negra descendió sobre sus ojos.
Él no sabía nada de ella, ni tan siquiera su nombre, o de dónde venía. Sólo la había visto cada noche, cabalgando solitaria. Y lo había intrigado su osadía, su soledad... Y la había acechado, y la había esperado, cada anochecer. Ella no se sabía observada, y era tan bella en su libertad...Seguramente no lo sabía.
Podía oír el latido de su corazón, tranquilo, acompasado; sentía el calor de su cuerpo a través de su ropa. No quería hacerle daño, pero el dolor es inevitable, y él lo había aprendido a lo largo de su interminable existencia. El dolor de las cosas que no pueden ser..., él lo conocía demasiado bien.
Llegó por fin a la casa, y en la chimenea todavía ardían algunos troncos. El calor era reconfortante. La depositó sobre un diván y la observó durante un momento que le pareció interminable. Luego le dio la espalda, y se acercó al fuego.
Miraba fijamente las llamas cuando supo instintivamente que ella había despertado. No se volvió todavía, quería grabar cada una de las impresiones de ese momento. Sintió su temor y sonrió a medias. Entonces, volteó hacia donde ella estaba y una vez más, se sorprendió. Estaba sentada y lo miraba desafiante. Su piel era casi tan blanca como la de él, pero su palidéz era rozagante, viva, aterciopelada. No era hermosa al estilo de la época, no era angelical, no era débil... en absoluto.
La miró con una indiferencia que estaba lejos de sentir, y volvió a sorprenderse, porque aún no tenía hambre. Nunca pensó que volvería a sentir deseo. Era una de esas cosas que jamás se había preguntado, no lo había echado de menos, hasta hoy. Sonrió para sí mientras pensaba cuidadosamente lo que diría a continuación.
Ella se le adelantó y con voz segura, sin vacilar le preguntó:
_ Quién eres?...
_ Angel.
Lo observó con curiosidad..., en silencio. Se estaban midiendo mutuamente. El se sorprendió por tercera vez esa noche, porque ella ya no sentía temor, lo notaba en su aliento, en su respiración, en su pose despectiva. No obstante, estaba alerta.
_ No eres un ángel. Estoy segura de ello.
_ No lo soy, y tampoco dije que lo era, es solo mi nombre...
Ella sonrió por primera vez y él ya no pudo apartar su vista de ella. Volvió a sentir ese aroma vagamente conocido, pero su mente se negaba a recordar dónde o quién... La deseaba... lo supo con cada una de las fibras de su cuerpo, e instintivamente supo que ella también lo deseaba.
Se acercaron sin vacilar y se perdieron en un abrazo de infinito sentimiento. Entonces él recordó: el aroma de la muerte cercana, ese que marcaba imperceptiblemente a algunos sin que siquiera lo notaran. Sólo una criatura nocturna podía percibir ese aroma sutil, no precisamente desagadable, más bien dulce y envolvente... Supo que estaba predestinado a encontarla, que estaba en peligro, pero supo también que no cambiaría nada de ese momento único. Porque ya nada importaba...
Hundió su cabeza entre los sedosos cabellos de ella... Y sintió una sensación indescriptible de infinita paz..., abrumadora. No quería saber nada de ella, ni siquiera su nombre... Sólo necesitaba esa paz... y ese efímero momento del universo. Nada más importaba, ni siquiera el hambre que empezaba a atenazar sus entrañas. Pero incluso ese dolor implacable era bienvenido. Lo ignoró y se dejó llevar por la magia del deseo.
Ella era suave, sus olores lo inhibían, lo mareaban, lo debilitaban. Lo conmovía su infinita ternura, pero también su fortaleza, su independencia... Todo alrededor de ellos había desaparecido, no escucharon ni siquiera las campanadas del viejo reloj de madera. Ambos reconocían lo fugáz del momento, pero ya nada importaba.
Se amaron desesperadamente, porque el tiempo se les terminaba, y lo sabían. Ninguno de ellos habló, no había lugar para las palabras, para la razón: La noche había liberado su hechizo... y los hizo prisioneros.
Yacían desnudos sobre las ropas, la piel lustrosa de ella perlada de sudor, la pálida de él, apenas sonrojada. Ella lo había estado buscando durante toda su vida, y al fin lo había hallado. Nunca pensó que aquello que los separaba sería lo mismo que esa noche los había unido de una forma irremediable, para siempre...
Lentamente, hurgó entre sus ropas hasta sentir el frío consistente del metal de plata del puñal. Lo aferró fuertemente por el mango y con un rápido movimiento de su brazo izquierdo lo hundió violentamente en el corazón de él. Sus ojos negros la miraron con infinita tristeza y poco a poco comenzaron a perder el brillo febril que los animaba. Se sintió caer profundamente en un abismo, pero ella le aferraba la cabeza con su mano derecha. Sabía que no quería dejarlo ir, sabía el dolor que esto le estaba causando, sabía que a pesar de todo lo amaba. De la misma imposible manera en que él la amaba a ella. Miró sus ojos por última vez y vio que una solitaria lágrima rodaba por su mejilla. Su rostro estaba desgarrado de dolor, pero no podía dejar de mirarla. Las últimas fuerzas comenzaron a abandonarlo, pero en un último esfuerzo apoyó su mano sobre la de ella que sostenía el puñal. La miró fijamente durante un instante que pareció eterno, hasta que finalmente empujó con toda la fuerza que le quedaba en su cuerpo el cuchillo hasta el fondo.
Su mano cayó lentamente al costado de su cuerpo mientras ella permanecía de rodillas a su lado. Nunca había entendido su misión, nunca hasta hoy habíase creído capáz de tanto egoísmo y de tanta renunciación al mismo tiempo. Sabía que lo había liberado, que por fin le había dado paz a su alma atormentada por el hambre de tantos siglos. Se habían reconocido mutuamente, no hacían falta las palabras. El hijo de la oscuridad y el ángel de la luz, unidos por una fuerza mucho más poderosa que los deseos mismos.
Él la había perdonado. Al salir el sol sus cenizas se esparcirían por dondequiera el caprichoso viento las llevare. Nunca nadie sabría..., nunca... Y ella vagaría eternamente por el mundo corriendo tras los vientos que se llevaron su olor para siempre.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 4.87
  • Votos: 38
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Angelus...
invitado-Angelus... 20-06-2005 00:00:00

Me gustó tu escrito es... simplemente perfecto a mis ojos. La tristeza está en un destino ya hecho donde el amor es la renuncia del ser amado... Merci beaucoup

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