Al disponemos a vaciar el buzón de correo, lo hacemos con la seguridad de encontrarlo, como de costumbre, atestado: de propaganda, de cartas del banco y recibos del agua y la luz... y un velado deseo de hallar entre tanto papelote una carta inesperada.
Y siempre lo mismo... por más que sólo acontezca lo primero, el anhelo, sobre todo en esta época de la telefonía e Internet, de hallar una carta como las de antes, sin duda persevera.
Aquel viernes, Julián abrió el buzón. Se encontraba repleto, a pesar de que sólo habían pasado tres días de la última vez que lo hizo, y cogiendo todo aquel amasijo de papeles, los fue seleccionando mientras se dirigía al ascensor.
En aquel preciso momento entró en el portal doña Elvira, la casi tan vieja como viuda vecina del 3º B. Se quedó viuda a los pocos meses de casarse, y había ejercido de maestra de escuela durante 48 años, en aquella penosa época en la que se decía aquello de "pasar más hambre que un maestro de escuela". Desde emtonces había vivido con la mísera pensión que le quedó de su efímero esposo y lo poco que del ministerio le llegaba. Mas viviendo sola pudo aguantar durante muchos años, mal que bien, a muchos mocosos y como le gustaba decir a ella, incluso sobrevivir a algunos de ellos.
-¡Hay que ver! ¡No sé donde vamos a llegar! cada día hay más panfletos y papelotes- refunfuñó, más que dijo, mientras los destripaba y no sin cierta rabia.
-Y mire, que se lo tengo dicho al presidente, hay que poner un letrero que diga: "ABSTÉNGANSE DE METER PROPAGANDA", pero como si nada-.
Julián, lejos de contradecirla, en parte por que compartía por una vez su opinión, y en parte por saber que lo contrario era perdida de tiempo, se limitó a consentir más que a afirmar.
Ya dentro del viejo ascensor, mientras cada cual se dirigía a su rellano ella prosiguió.
-Claro como aquí cada uno va a la suya, muchas reuniones de propietarios y total... para nada- ella dale que te pego prosiguió con su arenga.
-Porque a ver, ¿cuando van a cambiar este trasto de ascensor? ¡Eh! Cada vez tengo que hacer más acopio de valor para entrar en él- Y él, en silencio asentía, por no decirla que eran ella y cuatro más, los únicos culpables de que todas las reformas estuviesen paradas. La fachada, sin más, se caía, menos mal que lo hacia en pedazos muy pequeños, pero se caía. Mas para que decir nada. Y al final, justo en el momento en que el ascensor se paro en el rellano de ella, soltó:
-Cualquier día tenemos un disgusto y se va abajo-
Julián se quedo sólo en aquel viejo ascensor, con cuatro pisos más por subir y cierto miedo metido en el cuerpo.
Cuando por fin cerró la puerta de su apartamento sintió cierto alivio. Y continuó con lo que dejó a medias, la revisión de la correspondencia. Más de la mitad propaganda vana e inútil, que vió el cubo de la basura sin tan siquiera ser ojeada, cinco cartas del banco, tres facturas y... menuda sorpresa, una carta.
Casi sin creérselo la contempló, era un sobre de papel reciclado, con la dirección y el nombre escrito a mano con una excelente caligrafía, se la acerco a la nariz, y si su olfato no le había engañado tenía un cierto olor a perfume. Se acordó de aquellas viejas cartas que envió y recibió cuando aun era un joven romántico y soltero, y lentamente la dió la vuelta para mirar el remite. En él, tanto el nombre como la dirección le sonaron desconocidos. Era de una tal Evelyn Marnix. Y por más que rebuscó entre sus recuerdos no acabó de identificar a la misteriosa remitente.
Se disponía ya a abrir el sobre, cuando una idea romántica se apodero de él. No, este sobre no podía ser abierto como una carta vulgar, y se puso a buscar en su escritorio un ya olvidado abrecartas que le regalaran años ha, por su cumpleaños. Al fin lo encontró, había perdido algo de su brillo, pero el viejo abrecartas plateado de mango esmaltado, le trajo muy buenos recuerdos de ya lejanos tiempos. Se sentó en su escritorio y como haciendo un ritual, procedió a abrir la carta con sumo cuidado.
Decía: "Hola Julia..." -Otra vez se olvidaron del acento- se dijo, mientras volvía a mirar la dirección del sobre, allí estaba correcto ‘Julià Capdevila’ y la dirección también. En catalán Julián es Julià, mientras que Julia es Julia igual que en castellano, pero ya a estas alturas de la vida estaba acostumbrado a que eso pasara de vez en cuando así que prosiguió con la lectura.
"...yo soy Evelyn Marnix, tu nueva compañera de trabajo" por fin las cosas empezaban a tener sentido, sí, ahora recordaba que la semana pasada se había incorporado una rubia despampanante en la oficina, sino recordaba mal procedente de los Estados Unidos.
"... y quiero decirte, gracias por tu ayuda y acogida." Recordó, como se habían conocido al chocar mientras él salía, despistado como siempre, de su despacho y como la había ayudado a recoger los múltiples dossieres que se desparramaron por el suelo.
“Para mi -proseguía la carta- fue muy importante encontraste. Estoy recién llegada de USA y conozco poco de España y tu bonita ciudad. Yo no quiero ser un problema para tí, pero sola aquí necesito conocer y hacer amigos. Tú eres una gran persona, ...” Julián , no salía de su asombro, llevaba tres años separado y sin comerse un rosco. Y de pronto una americana guapísima se había dado cuenta, en un plis plas, de sus encantos. -Han de venir de afuera para apreciar lo que uno vale- se dijo.
"... como tú trabajas más en la calle y yo en Tecticom S.L. oficinas, no he vuelto a verte. Miré por tu dirección en secretaria, quiero seas mi ‘cicerone’ y me enseñes la ciudad."
-Sí, poco a poco las cosas iban encajando, que chica más maja, pensó Julián mientras se felicitaba por su suerte.
"Podemos ser buenos amigos, sino tanto peor para mi." No había dudas, para Julián, Evelyn además de ser una chica lanzada, sabía ser prudente y no hacerse ilusiones, aunque él... ya se estaba haciendo las suya y pensando donde la llevaría a cenar primero.
Continuó leyendo ya más que excitado... "Yo estoy muy contenta contigo, la pensión donde estoy gracias a ti, es bonita y muy poco cara." Esto último tuvo que leerlo dos veces, pues de ningún modo recordaba haberla enviado a ninguna pensión, y menos teniendo como tenía aquel gran apartamento, más ansioso, si cabe, que él de una presencia femenina que le devolviera un cierto orden y buen gusto. Algo no cuadraba, y el final de la carta acabó por confirmárselo:
“Espero nos veamos pronto, llámame al teléfono 93-247-15-43, eres una gran mujer, y podemos ser amigas, un abrazo Evelyn.”
El rostro de Julián fue cambiando de color, primero a pálido, pues la sangre parecía haberse negado a circular y después, rojo, al recordar que en Tecnicom, también trabaja una tal Julia Capdevila a la que seguramente iba dirigida esta, su tan anhelada, carta.
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