Anoche las estrellas te miraban llorando, anoche se posó en tu pelo una guinarla de sueños, de anhelos profundos y todo a tu alrededor brilló con esa luz que emana del fondo de cualquier corazón conmovido. Anoche tu rostro estaba sereno, tus manos prestas a ofrecerse en abrazos, tus ojos volcados en transmitir la consciencia de los momentos profundos, solemnes de intimidad, momentos de valentía. Anoche admiré tu templanza, me recubrí de afecto y me silencié en el calor de tus manos.
Anoche cayeron por dentro de mi los silencios de mi corazón, no busqué ninguna palabra con la que reconfortarte, pues no existen palabras donde los sentidos necesitan imponerse.
Anoche sentiste en mis mudos y torpes gestos... mi compañía en una tristeza.
Yo no sé dar pésames estudiados, ni sé cómo ha de dirigirse alguien para firmar un testimonio de dolor, no alcanzo a poner en palabras valientes un arropo, ni me desenvuelvo costumbre para seguir protocolos, me sale mal, se me tuercen las líneas con la tristeza, me sale escaso, me sale erronéo; yo no entiendo de palabras ni de voces cuando es el corazón quien exprime la esencia de un sentimiento ni soy capaz de seguir las reglas sociales para que te lleguen mis lágrimas. Pero sí puedo entender que si anoche estaba a tu lado fue porque necesitabas estrecharme un segundo para robarme sin que lo notara ese pequeño pedacito de corazón que era urgente te quedaras con él.
Gracias por estar, dijiste, y ¿qué más se puede decir cuando se dice tanto?
Luego, al marcharme con el corazón incompleto, amordazado para que no recordara momentos olvidados, no me quedé vacía sino que llené el hueco con lo que me regalaste a cambio... tu consuelo. Y con tu mirada me quedé, me dormí y me desperté sabiendo que si los sueños pudieran hacerse realidad, nos habríamos saltado ese último 31 de diciembre entando de lleno en una esperanza infinita.
Si me detuviera a pensar en las casualidades, todo sería demasiado casual en mi vida, todo sería demasiado extraño.
Prefiero deternerme unos segundos creyendo que aunque la vida juegue conmigo... aún desea seguir jugando.
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Nota de autor:
En este momento de mi vida lo tengo todo muy claro. Cuando nieva, quien no tiene presto un abrazo regalado, tiene muy fría la vida, carece de calor humano.
Pero cuando ya se haya ido carecerán de importancia los abrazos que no quiso o no pudo dar.
31/12/2005
Resulta sumamente bonito leer lo que uno hubiera querido decir y con tan bellas y apropiadas palabras, que jamás uno hubiera sido capaz de encontrar y expresar. Cristina, te felicito. (“Anoche sentí…”, de Lágrima Azul)