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Había una vez un caballero al que todos conocía como Anselmo El Valiente. Pero en realidad Anselmo no tenía un pelo de valiente. Pero, ¿qué razones tenía él para contradecir lo que la gente decía, y más cuando con ello conseguía importantes beneficios? Y es que, allá por donde iba, a Anselmo le colmaban de atenciones, lo que él aprovechaba sin ningún pudor.
Las gestas que se cantaban de Anselmo El Valiente eran cada vez más conocidas. Heroicas hazañas en forma de poemas y canciones, de historias y cuentos que, poco a poco, elevaban a Anselmo El Valiente a la categoría de leyenda.
- Hay que ver lo que la gente es capaz de inventar de una pequeña anécdota inventada -pensaba Anselmo cuando oía lo que se contaba sobre él.
No en vano, Anselmo era el promotor de la mayoría de esas historias. Pero no dejaba de sorprenderse de lo fácil que era hacer creer a la gente que eres un héroe.
Un día, Anselmo llegó a una pequeña aldea, una de tantas. Pero esta vez no había nadie esperando para recibirle, como ocurría siempre. En realidad, la aldea estaba desierta.
-Tal vez debería de irme -pensó Anselmo, mientras sentía cómo las piernas empezaban a temblarle de miedo-. Si no hay nadie por algo será.
Entonces, un grito rompió el silencio.
-Seguro que es una prueba -pensó entonces Anselmo-. Quieren ponerme a prueba. Claro, eso es. Tengo que disimular. Iré a ver qué pasa. Parece que el grito ha salido de aquel bosque.
Anselmo sacó su espada y se dirigió hacia el bosque. Estaba muerto de miedo, pero no podía dejar que su leyenda se echara a perder por un juego.
Otro grito le hizo dar un respingo. Pero Anselmo siguió adelante, temblando como una hoja, sí, pero continuó.
Anselmo llegó a una cueva. Un leve resplandor anunciaba que allí dentro había alguien.
-Me estarán esperando dentro, seguro -pensó Anselmo-.Vamos allá.
Pero cuando entró, Anselmo descubrió algo que le heló la sangre. Decenas de personas enjauladas, agotadas, le miraban expectantes. Las jaulas estaban colocadas alrededor de una pequeña hoguera.
-Esto no es ninguna broma -pensó Anselmo.
-Mirad, es Anselmo El Valiente. Viene a rescatarnos -se oía decir.
Pero Anselmo estaba paralizado. No sabía qué hacer. Entonces, un dragón enorme salió del fondo de la cueva. Anselmo salió corriendo antes de que el fuego que empezó a escupir el dragón le alcanzase el trasero.
-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo, cuando se vio a salvo-. Tengo que ser el caballero valiente que todos creen que soy. Pero tengo miedo, mucho miedo.
Varios gritos llegaron hasta él. Cada vez más fuertes y espeluznantes.
-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo-. Ellos confían en mí.
Venciendo sus miedos, Anselmo regresó a la cueva. La poca luz que había le permitió deslizarse sin ser visto. Con su espada empezó a cortar las cuerdas que cerraban las jaulas.
-Salid despacio y sin hacer ruido -susurraba Anselmo.
Cuando todos estaban fuera, el dragón salió de su escondite al fondo de la cueva. Anselmo quiso salir corriendo, pero se le enredaron los pies entre algunas cuerdas y cayó al suelo.
Tirado en el suelo, sabedor de que aquello era el fin, Anselmo levantó su espada y le gritó al dragón:
-Vamos, valiente, atrévete a escupir tu fuego sobre mí. Verás lo que es capaz de hacer mi espada.
Al oír aquello, el dragón se asustó y se fue. Cuando lo vieron huir, todas las personas liberadas, que esperaban escondidas en el bosque, fueron a buscar a Anselmo.
-¿Qué te ha parecido nuestro truco? -preguntó un hombre que estaba ayudando a Anselmo a levantarse.
-¿Qué? -preguntó Anselmo.
-Queríamos tener una historia propia que contar sobre las heroicidades de Anselmo El Valiente y, ¿sabes qué? Ha sido mejor de lo que esperábamos.
Ese día Anselmo convirtió su leyenda en realidad, aunque eso era algo que solo él sabía. Y se siente como un verdadero héroe, uno que ha sido capaz de sobreponerse a sus miedos para hacer justicia y ayudar a los demás.
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