- Está a punto de llover - dijo Isabelle, observando el cielo con sus penetrantes ojos verde esmeralda - Será mejor que regresemos al castillo.
Ella y John, su hermano, subieron al caballo que había junto al río y salieron hacia una línea de colinas que ocultaba el horizonte. En efecto, una ligera lluvia comenzó a martillear el suelo de la campiña, pero ellos se protegieron con los grandes árboles del bosque y luego tomaron la senda que conducía al gran portón de la ciudadela.
- ¿Qué harás ahora? - preguntó la joven mientras galopaban hacia la muralla, que se alzaba a lo lejos en medio de la niebla.
- Buscaré al maestro y retomaré mi entrenamiento. John, algo mayor que la chica y con gesto vivaz e inteligente se mesó el cabello antes de proseguir - Anoche conseguí otra espada, no muy barata. Lástima que se quebrara la que me regaló padre.
Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra hasta que hubieron llegado a su destino. La ciudadela, antaño una fortaleza levantada para repeler las invasiones bárbaras, era ahora un majestuoso burgo repleto de artesanos, artistas y prósperos comerciantes.