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Aquella cabaña...

De repente se oyó un llanto caprichoso, un sonido chispeante, chasquidos de luz y algo comenzó a arder en la chimenea de aquella casa. ¡Así aprenderás!,¡te odio!se oyó una voz infantil y rabiosa.

El abuelo se acercó precipitadamente al fuego, de su rostro, en gesto cansado se desprendió lentamente con nostalgia de tristeza una lágrima. Al ver a su abuelo así el niño se enterneció y comprendiendo lo que había hecho se puso a llorar desconsoladamente.

El anciano entonces, dejó de mirar el fuego, con gesto rápido se limpió la lágrima y acudió presto a abrazarle diciéndole: ven mi querido nieto quiero contarte un cuento...
Y sentando al niño, que aún sollozaba, en su regazo comenzó:

Erase una vez una pequeña cabaña, de sus estancias abiertas cada mañana sobresalían generosos rayos de sol, todo era luz y armonía en aquella casa. Frenta a ella, en plateada y punzante luz, el agua cristalina se desbordaba en una fuente cercana que surtía de mojada limpieza el aseo de aquella casa. Y a lo lejos, mirando a través de sus pequeñas ventanas, impreso en el paisaje se divisaban unas esplendorosas montañas, con sus picos, con sus ensortijados riachuelos, con sus bosques verdes... y en las primaveras, cuando la nieve purpúrea se deshacía en aguas, una cascada llena de centelleantes gotas de libertad se dejaba caer en diminutos cristales húmedos por entre las ramas boscosas, precipitándose al posado hueco de un lago azul muy cercano a quella casa, que dormía plácidamente helado y blanco en invierno y se desperezaba en temprano sudor, por los rayos del sol, allá por la nueva estación cálida, y con amorosa quietud se desprendían poco a poco los témpanos desde las alturas de sus aguas lanzándose en vigorosa cascada sobre aquel espejo de plata, rompiendose en humedades agrietadas y dibujando círculos concétricos que luego lentamente se difuminaban. Aquella bella cascada...

Y en esa cabaña, las maderas ya viejas, de muchos años, con el dorado resplandor del sol se adornaban de luz, rejuvenecían cada mañana, erase una vez una bonita cabaña...

Pero un buen día un mal viento avivó un fuego cercano y aquella cabaña no se salvó, se consumió lentamente, entre las llamas. La cabaña desapareció y nadie nunca más supo que había estado allí, solo quedó tiznada en el suelo el recuerdo de su forma...

El abuelo se calló y se quedó mirando al niño. El pequeño que, escuchando la dulce voz del abuelo ya no recordaba lo que había hecho, le dijo entonces: pero, pero eso no es un cuento abuelo... no entendí, no tiene brujas ni hadas, solo me has hablado de una cabaña que al final se quemó ¿porque me has contado eso?

Entonces el abuelo con cariñosa voz le dijo:
Tu madre, hace muchos años, cuando era pequeña en un momento de rabia tiró al suelo e hizo añicos un jarrón muy antiguo que llevaba mucho tiempo entre nosotros, luego viendo lo que había hecho se puso a llorar desconsoladamente, yo la acogí en mi regazo y le conté un cuento para que se calmara...

Pero no lo entiendo, dijo el pequeño, tú no me has contado un cuento como le contaste a mi mamá.
Te equivocas, - respondió con decisión el anciano-, te he contado lo que significaba para mi la foto de mi antigua casa familiar en las montañas, esa que has tirado al fuego, esa que has quemado lanzándola a la chimenea con rabia porque no te dejaba jugar en la calle, esa que era la única foto que guardaba de aquella bendita casa...

Y te lo he contado, -prosiguió el abuelo-, para que comprendas que los momentos de ira tratando de molestar tal vez consigas romper o quemar objetos, piezas que recubren con cariño el alma, pero nunca conseguirás con ello silenciar la descripción de un amoroso recuerdo que habita en lo más profundo del corazón de las personas. Tal vez hayas quemado mi foto, tal vez nadie sepa ya en qué lugar exacto estuvo esa cabaña, pero no has logrado por ello borrarla de mi memoria, tan solo... quemarla.

Y el niño, comprendiendo y avergonzado por su proceder le pidió perdón a su abuelo por haber sido tan desconsiderado y haber quemado aquella foto. El abuelo con una sonrisa le perdonó y le dejó salir a jugar a la calle.

Aquella misma noche, el niño no durmió, se pasó todo el tiempo pintando en un papel, con sus pinturas de muchos colores, una bonita cabaña, con sus bosques, con sus montañas, con su lago azul, incluso con aquella maravillosa cascada...
tal y como se lo había descrito su abuelo... ta como él lo recordaba.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
  • Media: 5.68
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Lourdes
invitado-Lourdes 09-02-2005 00:00:00

Lágrima Azul: Muy hermoso y educativo tu cuento. Cuanta razón hay en él. Nunca debemos dejar que la ira nos invada, es muy mala. Lourdes

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