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Así... cualquiera.

ASÍ CUALQUIERA.


En España tenemos los políticos más inteligentes de toda Europa. No hay más que oír un discurso del semi cubano Gaspar Llamazares, líder de Izquierda Hundida, para comprender lo acertado de mi aseveración.

Cada vez que lo oigo me recuerda la Reconversión Parcelaria en Galicia. Como ustedes deberían saber, y si no lo saben ya se lo explico yo ahora, antiguamente los matrimonios gallegos era muy prolíficos. Lo normal era tener 6 o 7 hijos, aunque no escaseaban los matrimonios más trabajadores que tenían 14 o 15. Es fácil comprender el porqué: No había televisión.

Las leyes sucesorias en Galicia siempre fueron muy equitativas. Entre todos los hijos se repartía a partes iguales el patrimonio de los padres, normalmente tierras, y por esta causa, generación tras generación, llegó Galicia a convertirse en el mayor minifundio de Europa. Yo he conocido “leiras” (parcelas o huertas) no mayores que un mantón de Manila; pero eso sí, los nabos que producían eran tamaño obelisco y las patatas como melones, y las berzas y un sin fin de otras exquisiteces de la tierra imposibles de igualar.

Pero claro, con un mantón de Manila, o aunque fueran dos, no se producía suficiente para alimentar a toda una familia más que numerosa. ¿Qué ocurría entonces? Que “os labregos e os mariñeiros” gallegos, huían todos los días a miles hacia la Argentina, Cuba, Paraguay… de ahí el conocido charlestón... Al Paraguay, guay, yo me voy etcétera.

Tantos llegaron a marchar que hoy se conoce en buena parte de Hispanoamérica a todos los españoles como “gallegos”, lo cual es un orgullo para nuestra patria chica. Y, por favor, si ustedes no están orgullosos de que así sea, no me lo hagan saber porque dada la propensión de los nacionalistas españoles a formar naciones en la piel de toro tipo “leira” gallega, me la imagino.

Pues bien, llegó Franco que, hombre entendido como se sabe en Pesca y Agricultura, decidió nombrar un nuevo ministro que entendiera también mucho de Concentración Parcelaria, única forma de acabar con los minifundios. ¿Y a quién le fue a tocar el chollo? Pues nada menos que a un inteligente rapaz que, casualmente era hijo de uno de los mayores latifundistas de Ciudad Real muy amigo de cacería del sabio Generalísimo. ¿Quién mejor que un latifundista para una Concentración Parcelaria? Nadie.

El hijo de este latifundista, un buen mozo que, a falta de tres o cuatro asignaturas de primer curso de carrera, era casi abogado, recibió lecciones de Concentración Parcelaria de su padre durante una semana antes de hacerse cargo del ministerio, acabada la cual el nuevo Ministro de Agricultura y Pesca puso manos a lo obra con todo entusiasmo ya que el despacho era magnífico y el sueldo mucho más.

El primer día reunió a todos sus colaboradores en el despacho. Fueron presentándose ordenadamente y colocándose en semicírculo frente a él, esperando el consabido discurso que no tardó en llegar. El joven e inteligente ministro comenzó así:

-- Seré breve, no soy hombre de muchas palabras sino de hechos. Quiero – les dijo, encendiendo un habano de un palmo de largo repantigado en su amplio sillón – que este Ministerio trabaje duro. Nadie, óiganme bien, nadie se escaquee porque lo fulmino y sale de estampía de este Ministerio. Aquí se viene a trabajar duro. Hay mucho que hacer en este país y quiero que mi ministerio sea un ejemplo para todos los demás. Por lo tanto, espero que el trabajo se haga rápido y a la perfección. ¿Me han entendido?
-- Si, señor Ministro – respondieron a coro los amedrentados colaboradores.
-- Muy bien. Luego llamaré a los Jefes de los diversos Departamentos para impartirles las nuevas directrices. A sus puestos y a trabajar duro.... y usted Cantero dígale al ordenanza que venga inmediatamente – ordenó en tono autoritario.

Salieron en tropel los colaboradores dispuestos dejarse la piel trabajando; el ordenanza, que había escuchado las autoritarias palabras con la oreja pegada a la puerta, entró como un rayo y, rígido como el Peñón de Gibraltar, preguntó con energía contagiada del joven ministro:
-- ¿Cuáles son sus órdenes, señor ministro?
-- Tráeme café bien cargado y Cardenal Mendoza – respondió lacónico el ministro, mientras hojeaba el diario Pueblo.
-- Con el café no hay problema, señor – respondió humilde el ordenanza - pero desconozco la dirección del cardenal.

¡Jesús, qué gente más ignorante! – pensó el ministro -- No me extraña que el país camine hacia la ruina ¡¡Cuánto analfabetismo, Señor!!

Aclarado el asunto del eclesiástico salió disparado el ordenanza regresando como una flecha con la comanda.
-- ¿Alguna cosa más, señor ministro? – preguntó sudoroso.
-- Si, dile al jefe del negociado de pesca que venga de inmediato – ordenó secamente.
-- A la orden, señor ministro – respondió encogido el ujier.
Un minuto escaso tardó el ministro en oír unos suaves golpecitos en la puerta.
-- ¿Permiso, señor ministro? – preguntó tímidamente el responsable de pesca, asomando la nariz por el resquicio de la puerta.
-- Adelante, Fandiño, adelante. – concedió magnánimo el jefe del ministerio.
El señor Fandiño, pequeño, enteco y pálido se adelantó de puntillas quedando de pie ante la gran mesa ministerial.
-- Usted dirá, señor ministro – aventuró con un hilo de voz.
Carraspeó el ministro acodándose en la mesa con las manos en plegaria bajo la nariz, pero se retrepó nuevamente en el sillón para preguntar sabiamente:
-- ¿Usted es gallego, verdad?
-- De Carballino, señor ministro.
--- ¿Y conocerá bien su tierra, supongo?
--- Algo de eso hay, señor ministro – aventuró tímidamente el señor Fandiño.
-- Pues cuento con usted para comenzar con toda urgencia la Concentración Parcelaria en Galicia. Y no ignora que para tal fin se necesitan planos, diagramas y toda esa parafernalia que conlleva la tal Concentración – explicó con el ceño fruncido el ministro.
El señor Fandiño comenzó a sudar, pero logró responder:
-- Si, señor ministro, son imprescindibles.
-- Muy bien. Me alegra que estemos de acuerdo – comentó satisfecho el ministro – por lo tanto tráigame de inmediato los planos de las plantaciones de sardinas de toda Galicia.
El señor Fandiño tragó saliva y parpadeó un par de veces.
-- ¿De sardinas? – preguntó el señor Fandiño con un hilo de voz adelantando la oreja derecha por la que oía mejor.
-- Naturalmente, por algún sitio hay que empezar. ¿O es que se niega usted? – preguntó en tono amenazador el ministro.
-- ¿Yo? Dios me libre, señor ministro. Ahora mismo voy a por los planos – respondió retrocediendo asustado sin perder de vista al ministro. Antes de llegar a la puerta tronó de nuevo la voz del ministro:
-- ¡¡Ah!! Dígale de paso a Castro, el del negociado de Agricultura, que me traiga los planos de las plantaciones de farias de La Coruña y las de chorizos y lacones de Lugo. Dese prisa, Fandiño.
Nunca más se volvió a ver al señor Fandiño por el ministerio de Agricultura y Pesca. La última vez que le vi, fue en el frenopático de Conjo dibujando pequeñas plantaciones de calamares.

Claro que entonces estábamos bajo una dictadura terrible según dicen, no como ahora que tenemos unos dirigentes democráticos, tanto autonomistas como constitucionalistas, que saben muy bien lo que hacen. Y sino que se lo pregunten a Zapatero, Ibarreche, Pérez Carod y Maragall.
Datos del Cuento
  • Autor: Aretino
  • Código: 16124
  • Fecha: 06-03-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.68
  • Votos: 71
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6258
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