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Categoría: Ciencia Ficción

Atrapada en los ochentas

Como todos los viernes a las seis de la tarde, guardé mis cosas en el cajón de mi escritorio. Le metí llave y antes de levantarme me cercioré de no olvidarme de nada, ya que volvería hasta el lunes por la mañana. Tomé mi bolso de mano y mi celular. Un IPad que mi hija me regaló en mi pasado cumpleaños. Ya en el camino, revisé los mensajes que no había podido contestar por estar atendiendo a tanta gente o elaborando expedientes que mi jefe pedía. Total, pensé ya es fin de semana y tengo todo el tiempo para verlos con calma. Ahora lo que quiero es llegar a casa, con mi marido y tal vez salgamos a cenar a algún sitio. O tal vez sólo nos quedemos en casa a ver películas en la TV. 

Subí a la camioneta y me dirigí a la Ruiz Cortínez ya que lo más probable es que estuviera el centro saturado de carros. Porque además de ser fin de semana, era quincena. Una neblina espesa comenzó a descender a tal grado que era imposible ver un metro más adelante. Así que disminuí la velocidad y hubo un momento en que sentí que mi carro flotaba. 

- La gasolina - pensé en voz alta - se me va a terminar la gasolina.

Era la mayor preocupación que tenía. Marcaré a la casa y les diré que llegaré algo tarde. Busqué mi IPad en el bolso y aproveché para leer los whatsApp que me habían enviado mis sobrinas. En el 2014 era lo más práctico. Porque no pagabas por cada mensaje que enviaras. Mis hijas me llamaban más tarde cuando ya estaba en casa. Aunque ellas usaban el celular convencional o el teléfono fijo.

Era tanta la lentitud del tránsito vehicular que tuve tiempo de responder los cuatro mensajes que me habían enviado. Un sopor me hizo bostezar y por reflejo cerré los ojos. Tuve la sensación de hundirme entre algodones suaves y ligeros. Estiré ambos brazos y de pronto, mi espalda se hallaba recargada en un muro metálico, frío e incómodo. Abrí los ojos y me observé sentada en uno de los asientos metálicos, verdes y alargados que existieron por este rumbo hace ya varias décadas. No creí que todavía existieran. Pero, ¿dónde está mi camioneta? ¿Qué le ha pasado a mi ropa? ¿Dónde está la neblina? ¿Y la hilera de carros que venía conmigo? 

Éstas y otras preguntas se acumulaban en mi mente sin saber responderlas. Instintivamente, busqué mi bolso y mi Ipad. Mi bolso era más grande y anticuado. Mi celular no era un Ipad. Era el modelo tosco y pesado con una antena enorme. Analógico y con mala recepción. ¿Qué hace en mi bolso? Aturdida por la impresión lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi esposo o a mis hijas. Marqué pero nada pasó. Ninguno respondió. Entonces empecé a observar el panorama que no era del todo desconocido para mí, pero sí muy antiguo. ¿Qué ocurre? Caminé hacia la vía del tren. Sabía que así no me perdería. De pronto me encontraba en la entrada a las calles de la ciudad. Casas, autos y la ropa de las personas que encontraba no eran de esta época. ¿Qué había pasado? Miré mi ropa y calculé los años en que me vestía así. Son los ochentas. ¿Qué otras cosas veré? 

De pronto me encontré en la calle donde vivía una amiga mía. ¿Seguiría viviendo ahí? Comencé a trotar con la angustia en mi pecho. ¿Sería posible encontrarla ahora? La sola idea de verla me llenaba de alegría y encontrados sentimientos. ¿Cómo me vería? ¿De la edad actual o la de aquella época? Son largos treinta años de diferencia.

Por fin toqué. Es una locura, pensé. Debo marcharme. Daba la media vuelta cuando ella me llamó por mi nombre. No lo podía creer. Mi amiga Edith. Tardé varios segundos en voltear. Temía que al hacerlo, me sobresaltara y despertara de este maravilloso sueño. Tuvo que hablarme nuevamente para que me animara a girar por completo. La vi. Era realmente más joven. Treinta años más joven. Me sonrió y me invitó a pasar. 

- Años sin verte - dijo, como una frase coloquial

- Años sin verte - Repetí entre dientes pero feliz de verla.

Pasamos a la sala y conversamos con aquella pasión de los años ochenta. Sabía que en cualquier momento todo terminaría y quería conservar cada detalle de lo que estaba viviendo. 

- ¿Algo de beber? - Me dijo cuando ya se dirigía al bar que se encontraba más allá del comedor.

- Un poco de agua - Contesté tratando de no parecer descortés

Vi en su rostro que le extrañó mi petición, pero se dispuso a atenderme. Mientras, yo quise observar de nuevo mi celular de aquellos tiempos. Cuando ella regresó me miró más sorprendida porque no era muy común tener uno de esos celulares. Apenas y se habían puesto de moda cuatro años antes. 

- ¿Cómo? ¿Ya te compraste un celular, amiguita? - Me inquirió Edith bastante sorprendida

- Fue un regalo de mis hijas - respondí sin pensarlo. Pero al instante me arrepentí. 

-¿Tus hijas? - Preguntó lentamente, arrastrando las sílabas.

Lo único que se me ocurrió  como respuesta, fue reírme. Como si mi respuesta hubiera sido sólo una broma. Ella también se rio conmigo. Y me pareció que no lo tomaría más en cuenta. 

Cuando ella se levantó para ir al baño, pensé en verme en el espejo que colgaba en la pared de su sala. Me levanté y avancé lentamente. Tenía miedo de que al verme, me despertara y ya no podría volver a conversar con mi amiga. Pero sentía la curiosidad de verme como en aquellos años. Porque seguramente así me estaba viendo ella. Poco antes de llegar , cerré los ojos y me los froté suavemente con el dorso de las manos. Quería ver con la suficiente claridad. Aunque tardíamente pensé que aquella acción , bien pudo despertarme. 

Pero no fue así. Pude verme tal como era hace treinta años. Mi rostro, mi cabello, mis gestos. Un cúmulo de sentimientos se agolpó en mi mente y lloré. Y reí. Las lágrimas escurrían por mis mejillas cuando mi amiga regresó.

- ¿Por qué lloras? - Preguntó - ¿Te sientes bien?

- Muy bien, amiga - Respondí - No te imaginas cuánto.

- Entonces no comprendo - replicó enseguida - por qué lloras

- Me acordé de mi padre. Quisiera verlo de nuevo

- Pues qué esperas para ir a verlo. ¿Es que acaso salió de la ciudad?

No supe qué reponder pero ansiaba pedirle que me acompañara a buscarlo. Aunque este sueño ya era bastante largo. Eso me empezó a angustiar. Y sentí que me faltaba el aire. Mis piernas se me doblaron y a punto estuve de caer, de no ser por la  oportuna intervención de mi amiga Edith. Quien me depositó en el sofá y corrió a la cocina por un vaso de agua. No sé qué tanto tardó en regresar porque me desvanecí. Y soñé. Soñé que vivía en el 2014 y estaba casada y tenía dos hijas lindas que me habían regalado un IPad en mi pasado cumpleaños.

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