Era un día de sol, en el campo y con un río que le da profundidad y sentido a todo aquel lugar. Y todo está alejado del mundanal ruido de la mecánica y estúpida ciudad. Estás con tu esposa e hijo de nueve años. Ambos están rellenos de alegría, han deseado tanto disfrutar de un momento así, pero tu no, extrañamente no, y no entiendes el por qué. Tú, desearías estar lejos, en otro lado, solo, sin sol ni campo, ni calles ni aceras, ni sonidos de autos y el aglutinado ruido de la gente hablando entre todos, y todo es nada para ti. Anhelas estar solo, solo como un cacto en el desierto...
Tú esposa desnuda a tu hijo, y luego, ella hace lo mismo con su cuerpo. Te invita a desnudarte para juntos bañarse en el río. Sonríes, pero son aquellas sonrisas forzadas que se caen como lo senos de una anciana, y les dices que no, que más tarde, desearías no escucharlos pero no puedes... Los ves entrar desnudos al río, jugar con el agua, con sus manos, pies, con un pedazo de madera una rama, con cualquier cosa, como buscando fundir sus cuerpos con el fluido dichoso del río... Sientes que te gustaría sentir tu cuerpo húmedo, un momento, tan solo un momento pero luego desvías tu atención y viajas a través de tu memoria hacia momentos en que vivías junto a tu madre. La odiabas a muerte, desde el día que ella se unió a otro hombre, y ambos tuvieron dos hijos que quisiste amarlos como quien "ama" a la costumbre de usar un cómodo traje todos los días... pero en el fondo no amas a nadie, todo te repele. Odias, te odias. El mundo te parece sin sentido, un flujo oscuro que hace de ti un ser lleno de ronchas y heridas, una escoria que busca un refugio, un lugar en donde puedas encontrar un poco de aquello que perdiste de antes de nacer, y por eso te vistes y actúas como una persona que lucha por esos cuadros bellos de la familia perfecta. Un cuadro en donde están: tu esposa, tus hijos, un sillón en donde apareces tú, sentado con ellos alrededor de ti, y todos sonriendo como si tras sus máscaras estuviera la entrada a la dicha continua.
Cambias de pensamientos, y vuelves a ver a tu esposa e hijo bañándose en el río. No sientes nada por ellos... ¿Cómo vas a sentir algo si no sientes afecto por ti? Te levantas, y caminas de un lado a otro. De pronto, ves que el río aumenta su caudal y su fluido dichoso se va transformando en un brazo mortal... Ves a tu esposa e hijo querer salir y no pueden. "¡¡Auxilio, nos ahogamos!!", les escuchas gritar. Sientes un impulso por salvarlos pero no, algo te coge, como si tus pies no fueran de ti, y piensas que todo está mal, muy mal, como tu propia vida, oscura, una grieta abierta de dolor, eso eres tu, un pedazo de excremento que se va poblando de mosquitos.
Los miras a lo lejos, como un dios, un demonio, qué importa qué. Los miras y no te das media vuelta hasta que los ves hundirse para siempre... Llegas al auto y coges el celular. Llamas diciendo que algo terrible ha sucedido... Luego, esperas y esperas, como un muerto en vida, como un poco de nada, un excremento llenándose de moscas. Sí, eso es lo que eres por ahora, en una tarde de sol en con un campo y un río, alejado del mundanal ruido del mundo, pero no del dolor y aullidos que sientes dentro de ti…
Lince, julio del 2005