Comenzaba el atardecer. El sol dejaba de arder sobre las cabezas de las personas. Esta hora representaba silencio en el pueblo de La Herradura, un lugar tan alejado de los demás que casi llegaba a ser un pueblo fantasma, no solo por su notoria lejanía de cualquier lugar, sino tambien, por los pocos habitantes que poseía. Este poblado cercado por montañas, tenía una sola salida por donde serpenteaban los ríos que bajaban de las colinas. Los senderos y caminos reales bordeaban los precipicios, desde los cuales se podían admirar los robustos arboles como pequeños arbustos cubiertos por espesas neblinas como rememorando la creación.
La Herradura era un pueblo bastante simple. En todo su territorio solo había tres sitios de alguna importancia: La iglesia, ubicada casi en la entrada del poblado; la plaza, donde se reunían los pocos comerciantes y clientes que había; y la casa de Don Heliodoro Tejeda Rivera, que era casi la única persona que buscaban los visitantes de aquel pueblo, pues comerciaba constantemente con la gente de la ciudad. Heliodoro Tejeda Tenia fincas y propiedades diseminadas por todo el país, pero a pesar de tener dinero suficiente para comprarse la mejor mansión de la capital, prefería tener su casa en el pueblo donde había nacido y crecido. De todos modo, no era una casa de la que pudiera quejarse. Se alzaba al pie de un cerro, Algo lejana de las demás casas. Tenia demasiadas habitaciones, que solo ocupaban cuando habían muchos visitantes, o cuando iba de visita la hermana de Heliodoro.
La plaza del pueblo tenia un aspecto un tanto miserable. En realidad estaba compuesta por pequeños puestos amontonados donde se vendía comida, a un lado el bar y al otro la casa y oficina del alcalde. Alrededor solo había algunas casitas demasiado pegadas entre si. Ahora, al atardecer el animo de las personas descendía al igual que lo hacia el astro rey en el horizonte. La gente que estaba en la plaza caminaba arrastrando los pies lentamente, bostezando a causa del cansancio del día. El silencio se regaba torpemente por La Herradura.
Pero, de pronto miles de murmullos parecieron atravesar todo el pueblo. Todas las miradas concurrían en un único punto, hacia el centro del lugar.
- ¿Qué pasa? - decía algún despistado que no se percataba de lo que ocurría a su alrededor
- Mira - apuntaba otro hacia una mujer que iba con un niño de la mano.
Una persona que no hubiera sabido quien era esa mujer se habría encontrado extraño que fuera el centro de tantas miradas, pues si bien era hermosa, eso no justificaba que cuchichearan tanto. Pero para los habitantes de ese desconocido pueblo eso sí tenia una muy buena razón. Pues el objeto de las acusadoras miradas era Aurora Tejeda Amador, la hija de Heliodoro Tejeda. Pero que fuera la hija mayor del hombre mas rico del pueblo tampoco era la razón de los susurros. El tenia cinco hijos mas, al menos legítimos, y de ellos nunca hablaban mucho. Hacia un largo tiempo que nadie veía a la joven en el pueblo. Algunos creían que se había ido a estudiar a la ciudad, pero se percataron de que Don Heliodoro evitaba hablar de ella, y no respondía nada cuando le cuestionaban acerca de su hija. Luego corrió el rumor de que la joven Aurora había sido asesinada a manos de su padre. Ahora alrededor de dos años después de su "desaparición" la veían andando con un pequeño de la mano.
Aurora Tejeda Amador había crecido, en cierto modo bajo represión. Aun así, ni toda la tiranía que su padre irradiaba le había quitado el deseo de tener iniciativa. Aurora siempre creyó que cada cual debía pensar lo que le viniera a la cabeza. Con lo baratos que salen los pensamientos, y encima son tan privados que nadie los oye, excepto tal vez Dios, no vale la pena reprimirlos; decía. Su padre, al contrario, creía que ella debía ser de el modo que el eligiera, puesto que si el la había concebido, mantenido y criado, el tenia todos los derechos sobre ella. Había sido educada mas que nada para poder atender cada uno de los deberes que un hogar exigía, para el futuro que su padre había planeado para ella. Sabia cocinar, bordar, limpiar, obedecer, callar y, aunque su padre no lo creyó necesario, leer y escribir. De todo lo que le enseñaron en su vida, leer fue lo que mas apreció y lo que mas útil le pareció.
Todo andaba mas o menos bien en el plan de su padre, hasta que Aurora conoció a Tito. Él era igual de apuesto que de pobre y soñador. Trabajaba para Don Heliodoro como su asistente. Tito hablaba de la libertad y la necesidad de vivir la vida. Aurora había quedado prendada de ese chico que le decía que siempre estaría con ella. Pero al parecer el siempre del que hablaba ese joven era un periodo muy corto de tiempo. En fin, después de grandes promesas de amor, acompañadas de grandes muestras de afecto; Aurora intuyo que había quedado embarazada. Tito nunca había mencionado la palabra "hijo" y ella no estaba segura de que eso estuviera entre sus planes. Busco a Tito por toda la casa, les pregunto a los sirvientes, salió al pueblo con el pretexto de tener que comprar algo de hilo y lo busco por todos lados. Cuando volvió a casa cansada de tanto caminar ya era hora de cenar y toda la familia estaba en la mesa.
- Que bueno que llegas Aurora - dijo su padre al verla entrar y luego le hizo un ademan para que se sentara.
Sé sentó y comenzó a comer mirando fijamente al plato. Quería preguntarle a su padre acerca del paradero de Tito pero no se atrevía. Temía que el pudiera sospechar algo.
- Voy a tener que contratar un nuevo asistente - expreso Don Heliodoro una vez terminada la cena. Ante esto Aurora sé estremeció.
- ¿Qué ha pasado con el otro joven? - pregunto Altagracia Amador de Tejeda, la madre de Aurora, una mujer callada y obediente, la pareja perfecta para su padre.
- Tito se ha marchado a la capital. Pronto se casara con la novia que tenia en la ciudad.
Al oír esto el corazón de Aurora, lleno de los sueños sembrados por aquel joven, se volcaba como cuando uno vacía el contenido de una copa. Tenia muchas ganas de llorar pero se contuvo por la presencia de su padre. Y luego cuando se vio sola y libre para llorar, no pudo. Penso que no valía la pena sufrir por el y que lo mejor seria olvidarlo. Tiempo después esta decisión le pesó, pues cuando su hijo le preguntara acerca de él, lo había olvidado tan bien que no podía ni describirlo. Así fue como terminó inventándose una historia de un príncipe azul con una gran nariz, montado en un burro, que un día murió y nunca pudo saber que tenia un hijo.
El asunto era que olvidar fue fácil, pero sospechar estar embarazada no. Aurora se sentía sola, podía estar rodeada por medio mundo y seguía sola. Al menos, el hecho de que la vida crecía en su interior la reconfortaba en cierto modo y le hacia sentir menos miserable. Esa noche decidió mandar una carta a su tía Selena la hermana de su padre. Era la única en que podía confiar.
La tía Selena había tenido una vida un tanto agitada. Se había casado a los 19 años con un vejete millonario, cuando su padre lo perdió todo a causa de una estafa y múltiples deudas de juego y cuando su hermano Heliodoro contaba con apenas 8 años. Pero el anciano murió poco tiempo después de la boda, y ella se quedó con una gran fortuna. Desde entonces se dedico a formar su propio negocio y a gastar la fortuna que su difunto marido le heredo en beneficio de los demás. La tía Selena tenia algo de maternal y tierna. Podía pasar igual de rápido del enfado a la alegría, que de la alegría al enfado. Pero lo mas notorio en ella era lo diferente que era de su hermano Heliodoro. Ella tenia el cabello rubio(aunque algo canoso), era alta y tenia unos brillantes ojos azules; Heliodoro sin embargo era de rasgos fuertes, cabello negro y abundante, y una mirada acusadora. Y las diferencias no se quedaban allí, Él era agresivo, y algo déspota, pero siempre con los pies en la tierra. Ella era tierna y comprensiva, aunque algo soñadora y hasta alocada. Todo esto hacia que los hermanos no se llevaran muy bien. Pero la tía Selena siempre amó a sus sobrinos como a los hijos que jamas pudo concebir.
La respuesta de La tía Selena llego poco después. En su carta la reconfortaba y la consolaba, aunque tambien le reñía por ser tan tonta al ponerse triste por semejante idiota. Aurora leyó esa carta tantas veces que acabo memorizándosela.
El verdadero problema fue cuando su embarazo se hizo demasiado obvio. Su padre la mandó a encerrar en la habitación mas oscura de la casa y allí solo le pasaban comida y lo necesario para sobrevivir. Don Heliodoro intento investigar quien era el padre de esa criatura, sin conseguir que de la boca de Aurora saliera una sola palabra. Amenazo con abandonarla a su suerte para siempre, pero ella sabia que su padre era muy orgulloso para eso. Esos meses transcurrieron con lentitud. Aurora pasaba el tiempo contándole historias a su hijo, mientras el solo daba vueltas en su vientre. Mucho después Aurora recordaría esos tiempos como los mas solitarios de su vida, pues no tenia compañía a parte de su hijo y las visitas furtivas de sus otros hermanos.
El día que Marcos nació(así decidió llamar al niño), llego al pueblo la tía Selena. Al principio Heliodoro no le permitía hablar con Aurora, pero a tía Selena le importaba un bledo lo que su hermano le dijera. Al oír los gemidos de Aurora la tía Selena, no espero un segundo mas, quito a su hermano de en medio y corrió a buscar en que habitación se hallaba su sobrina. Ella fue la única que se compadeció de Aurora que lloraba y estaba empapada de sudor. Fue un parto difícil y la tía Selena no era muy experta como comadrona. Marcos era un niño grande y rosado, con los ojos dorados como tigre. Si no hubiera sabido que era malo, Aurora se hubiera alegrado de que casi no llorara al momento de nacer, para que su hijo no iniciara la vida con dolor. Cuando Aurora se recuperó, tía Selena tuvo que irse, porque tenia muchos asuntos que atender en la ciudad, Prometiendo volver para llevársela a ella y a su hijo a la ciudad. Durante ese año siguió manteniendo contacto con su tía, aunque a duras penas, porque su padre no la dejaba salir de casa. Tenia que pedirle a la cocinera que le pusiera las cartas en el correo pagándole con algo del dinero que secretamente recibía de sus hermanos menores.
Ser madre fue más difícil de lo que ella pensaba. Tenia que saber que deseaba un bebe, pero el no podía decírselo. Sin embargo siempre amó a ese niño que le devolvió el habito de sonreír y que escuchaba sus historias con tanta paciencia. Aurora se esforzó por contarle muchos cuentos, y ejercitarle las piernas, por eso Marcos aprendió a hablar y caminar cuando aun usaba pañales. Eso hizo más fácil su crianza.
Así paso un año. Un día llego una carta de parte de la tía Selena. En ella le avisaba que se prepara ya que ella iría a buscarla en una semana. Aurora casi lloraba de la emoción. A la semana salió furtivamente de la casa de sus padres con la intención de no regresar. Esta era la razón de que esa mujer de ojos verdes y cabello castaño estuviera cruzando la plaza del pueblo con un niño en una mano y una maleta en la otra.
Aurora se apresuro y camino hacia la entrada del pueblo, dejando atrás el mar de susurros. Pasó la iglesia. Ya debía estar muy cerca de la entrada del pueblo. Llegar al pueblo de la Herradura era una ardua tarea, puesto que solo había una forma. Se tenia que subir por un empinado camino, rodeado de ríos, muy difícil de accesar. Pero irse de allí era una hazaña aun mayor. El empinado camino hacia que los coches de caballo se desbocaran con facilidad, por lo cual había que bajar a una velocidad mínima para no acabar en tragedia.
De pronto Aurora diviso un coche que iba subiendo trabajosamente por la colina. El coche se detuvo en frente de donde se encontraba Aurora y de allí bajo la tía Selena, con un gran sombrero que casi cubría su pálido, pero sonriente rostro.
- Pense que me esperarías en la plaza - dijo tía Selena a modo de saludo
- No pude, me desagrado como me miraban esas personas...
- No importa, con dios adelante ya no los veras mas. Ven vamos, sube...
Cuando ya había bajado por el inclinado camino, Aurora miro por la ventana del coche hacia el conjunto de montañas que se alzaban, cubriendo al fantasmal pueblo de La Herradura; y luego miraba hacia el frente, donde su futuro le aguardaba.