Avalancha 6
Capítulo 6 - “Dolor y besos...”

Luego de aquella nochecita Esteban se baña y enseguida baja las escaleras.

- ¡Siéntate aquí muchacho! –Dice Don Gregorio señalando la cabecera de la mesa.

Sensa en la otra punta, el papá a mi izquierda y la señora Sofía a la derecha. A espaldas de Sensa... un ventanal.

– Hace mucho frío, debemos desayunar fuerte. – Comenta Don Gregorio.

Sensa se ve contenta. Perdida en pensamientos, esboza sonrisas. De tanto en tanto mira a su papá cuando habla conmigo, luego me mira a mí… la madre la observa.

Terminamos el desayuno y Don Gregorio se ofrece para llevarme…
Sensa hace un gesto como de querer decir algo. Me mira luego mira a su padre, no dice nada… está inquieta.

Me pongo el abrigo.
El padre y yo llegamos hasta la puerta…

– Esteban, no te vayas necesito que me ayudes con “algo”. - Dice Sensa en tono de súplica.

Don Gregorio me mira, luego mira a su esposa.
- ¡Hummmm!... está bien. Me voy.

Doña Sofía sonríe...

Se va Don Gregorio...

Nos instalamos los dos frente a la chimenea (abrazaditos).

Al rato tocan a la puerta, es la señora que hace la limpieza.

Sofía le da instrucciones y luego le dice a Sensa – Voy a casa del señor Rodrigues a comprar miel y otras cosas... enseguida vuelvo.

Tras el cierre de la puerta comienza la besuquiadera más caníbal imaginable. Mis manos sin control recorren el cuerpo de Sensa.
Noto que al tocarla en cierta parte se le escapa un ¡Ay! En mi oído.
Nos miramos a los ojos... – ¿Te sucede algo? – Le pregunto.

– Quiero mostrarte algo. – Me dice mirando a la mucama y luego a mí.

Me lleva al baño. La mucama nos ve entrar juntos.

Mi corazón está a millón, cerramos la puerta.

- ¡Mira! – Dice Sensa levantando su falda.
– ¡Dios mío!... abre un poco más las piernas para verte mejor. - Digo asombrado.

– Bueno, pero ni se te ocurra tocarme.
– Pero si tienes todo eso rojo... – Digo “tocando” apenas.
- ¡Ay! Te dije que no me toques.
- ¡Shhhhhhhhh! Que te va a escuchar la mucama. Le susurro.
- ¿Qué me estas haciendo?... ¡Ay no!...despacio... despacio que me duele. – Dice Sensa en tono suplicante.
– Quita las manos y abre las piernas... ¡Maldición! – Le digo en tono imperativo.
- ¡Ayyyyyyyyyy no seas bruto... ayyyyyyyyyy me duele... me duele... – Se queja.
– ¡Pero quita las malditas manos... así no puedo! – Le reclamo.
– No quiero... no quiero... – Suplica.

Voy hasta el botiquín... busco “algo” - ¡Hummmm! Esta cremita servirá.

- ¿Qué vas a hacer? – Pregunta entre curiosa y preocupada.
– Con esta “cremita” te va a doler menos. – Le digo tratando de calmarla - La ponemos así... así...

– ¡Cuidado mi amor!, quiero que me la pongas despacio... – Dice en tono mimoso.
- Bueno, ahí vamos de nuevo... – Le digo arremetiendo otra vez.
- ¡Ayyyyyyyy... me duele igual... Ay, no quiero... no quiero!
¡Ayyyyyyyyyyyyyy!
– Así no se puede... tienes que quitar las manos. – Explico impaciente.
– Pero es que me haces doler mucho. – Alega.
– Bien, renuncio... puedes bajar tu falda. – Asevero con total convicción.

- ¡No... tampoco así! Mira, ya abrí las piernas... ¿Lo intentamos otra vez?
- ¡Qué asco... Ciérralas! A decir verdad, a mi se me revuelve el estómago. – Digo con gesto de repulsión.
- ¿Entonces me vas a dejar así? – Me dice.
– Bueno dale... abrí las piernas otra vez. En fin... ¿Lista?
- ¡Lista... resistiré! – Responde decidida.
- ¡Ahí vamos! – Comenzando la faena con ahínco.
- ¡Ayyyyyy... no pares... no pares! – Suplica ella.
- ¿Te duele? – Le pregunto preocupado.
– No importa... no pares mi amor... no pares. Fuerte... fuerte... así... así... ¡Ayyyyyyyyyyyyy!

– ¡Detente solo un momento... dame un respiro!... Parece que la “cremita” empezó a funcionar –Dice sonriendo.

– Ibamos bien... ¿qué pasa? – Pregunto sorprendido.
– Arrodíllate para que estés más cómodo... – Me sugiere.
- ¿Para qué quieres que me arrodille?... ¡Ah! Ya entendí.

Me arrodillo...
- ¿Estás más cómodo?
- Esteee... sí claro.

- ¡Bueno dale... empieza ya! – Me dice.

Luego de un rato - ¡Ay mi madre que tufo! – Comento con asco.
– Tienes un cabello muy lindo... – Me dice distraída.
- Tus rulitos también se ven bonitos. Espera un momento, ya vengo... ¡Mamma mía!
- ¿Pero qué estas haciendo con la cabeza metida en el inodoro? – Me pregunta.
– Estoy tomando un poco de aire fresco. – Respondo jadeante.
– No seas exagerado y vuelve aquí... si me “enfrío” será peor. – Dice en tono de reclamo.
– No quiero... – Le contesto.
– Ven aquí de inmediato... – Dice levantando nuevamente sus faldas y abriendo las piernas.

Ahí vuelvo, con cara de resignación, a intentarlo de nuevo.

Al rato...

– ¡Ay no... Ya estoy mareado!... Esto es como abrir un sarcófago y recibir el eructo de una momia en la cara... Cinco mil años después de haberse comido un bagre...

– Si no hablaras tanto ya habríamos “terminado”... Sigue... sigue... – Me apremia.

Poco después todo termina... Salimos.

La mucama está parada en el mismo sitio y todavía sostiene el mismo jarrón que cuando entramos al baño.

Sensa me recuesta en la pared, me besa y dice: Me dolió... me dolió... pero valió la pena mi amor.

La mucama como paralizada no pierde detalle de nuestra conversación. Sus ojos saltan de un interlocutor al otro hasta que se ve sorprendida por nuestras miradas. Deja el jarrón y va en busca de una aspiradora.

En ese momento entra Doña Sofía...

– Mamá... Esteban reventó el forúnculo que tenía en la pierna. Quedé como nueva...
Me puso una crema fabulosa... ¿Cómo se llama?

- No sé, pero es un antiséptico con un anestésico local... Silocaína. – Respondo – En verdad que la infección era fea. El pus olía a muerto.