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Ayleen, la Caperucita Roja

Erase una vez un lejano pueblo llamado Fridom el cual se ubicaba en el corazón de un gran bosque. La mayoría de los habitantes sentían un constante miedo por la presencia de osos, felinos y perros salvajes, que siempre se alimentaban de las cosechas y atacaban a las personas del pueblo; Pero el miedo que le tenían a los animales del bosque no se comparaba con el terror que les producía un viejo y enorme lobo, que pocos decían haber visto pero del que todos en Fridom sabían.

Ayleen que era una joven muy valiente, había vivido toda su vida en Fridom por lo que la presencia de los animales ya no la espantaba. Su padre le había enseñado a usar el arco desde pequeña, por lo que ahora tenia una puntería que nadie igualaba y por las tardes se adentraba al bosque en busca de algún animal para cazarlo y venderlo en el mercado. La joven había escuchado la historia del gran lobo, pero no la creía para nada, ya que todos los días había visitado el bosque en busca de animales para cazar pero nunca había visto rastros que indicaran que la criatura era verdadera.

Una tarde, como siempre, tomó su arco y flechas y se adentró en el bosque. Llevaba más de 3 horas buscando un presa, sin éxito, la noche comenzaba a caer y Ayleen se debatía entre volver a Fridom con las manos vacías o ir a un lugar del bosque que nunca había visitado… optó por lo segundo. Siguió un viejo camino que nunca había tomado, un ruido entre la maleza la hizo detenerse y buscar a su alrededor en busca del animal que seguramente sería su presa, y ahí fue cuando le vio… Una criatura enorme y de pelaje color rojo, no era un lobo, pero se le parecía mucho, tenia dientes enormes y afilados; la primera reacción de Ayleen fue correr, sin embargo su valentía y orgullo no se lo permitieron por lo que la criatura se acercó a ella y con una voz salvaje le dijo:

– No corras bella joven, no te haré daño.
– ¿Qué no me harás daño?, todos en el pueblo saben de ti, y dicen que eres una criatura muy mala y seguramente me comerás.
– Nada de lo que sabes sobre mí es verdad, ninguna persona de Fridom me ha dejado hablar con ella, de hecho, eres la primera que no huye cuando me ve. Eres muy valiente.
– Vale, si no me harás daño ¿qué me harás?, ya que supongo que estas hablando conmigo por una razón.
– Lo que quiero de ti es un favor. Yo solía ser un hombre muy malo por lo que una vieja bruja me ha convertido en lo que ves, sin embargo el tiempo que he pasado así me ha ayudado a recapacitar… Necesito que me mates y me liberes por fin de esta maldición.

Ayleen se quedó perpleja, pues no se esperaba esa petición, sintió pena por la pobre criatura, y con lagrimas en los ojos lo decidió: Liberaría al pobre hombre de aquella terrible maldición. Tomó una flecha del carcaj, la colocó en su arco, apunto al pecho de la criatura y disparó… La criatura murmuro un débil “gracias” antes de morir, y en el lugar en donde dio su ultimo respiro se desvaneció poco a poco, en su lugar apareció una capa color roja y suave, como el pelaje de la criatura.

La noticia alegró a los habitantes de Fridom, quienes dieron una fiesta en su honor. Sin embargo Ayleen, que había sentido mucha pena por la criatura, siempre andaba con la caperuza roja puesta, por lo que ,después de un tiempo, todos en el pueblo la apodaron Caperucita Roja.

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