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Categoría: Hechos Reales

BENITO (infancia)

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Cuando yo tenía ocho o nueve años llegaron a clase cinco niños nuevos. Entonces eso era bastante corriente porque estaban instalándose empresas en los alrededores de la ciudad e iban llegando oleadas de emigrados de las zonas menos industrializadas del país.
Uno de los nuevos se llamaba Benito.
Era un chico reservado. Le molestaba molestar y medía mucho sus acciones, creo que demasiado.
Recuerdo que le hacía llorar cualquier cosa. Se comía los nervios y los nervios se lo comían a él. Las tonterías que en los demás niños normales acababan culminando en manifestaciones violentas, en Benito se ahogaban reprimidas.
En las escuelas públicas de primaria y en esos tiempos, las riñas de patio eran como el pan nuestro. Daba gozo someter a un compañero y hacer un alarde de poderío.
Como en una manada de lobos o mandriles o lo que fuere, se buscaba sin descanso el dominio y la ascensión en el cuadro jerárquico para obtener la admiración temerosa de los demás.
A Benito no era necesario ni tocarlo para vencerle. Con unos cuantos desafíos, con unos pocos insultos reiterados, era suficiente para que la sangre apelotonada en su rostro le salara los lagrimales.
Eso lo convertía en presa fácil y apetecida para los otros chicos que aún con una menor talla física, hacían gala de mayor bravura.
Yo, cuando podía o me parecía bien, salía en su defensa. Pero me daba no sé qué el intervenir. Me parecía más humillante todavía, porque después los gallitos que le espantaba aumentaban sus amenazas o las posponían para mejor ocasión y crecían las burlas sobre cómo tenía siempre que defenderle alguien menor que él.
Algunas veces, por eso mismo, decidía no actuar. Pero si se le ponían las cosas más feas de la cuenta, al verle la cara de mártir, me decía a mí mismo: Joder, que es tu amigo. Él también lo haría por tí.
Aunque después resolvía: No, él no lo haría por tí. Él, en todo caso, interpondría su cuerpo para evitarle al tuyo todos los golpes que pudiera.
Y me sacaba de quicio: Dios mío, Benito, joder..,¿es que te quieres ganar el cielo, o qué coño te pasa?.
Y ahí me tenía una vez más cagándome finalmente en la madre que parió al fanfarrón de turno.

Pero lo pasábamos bien juntos, nos entendíamos. Creo que fuimos siempre, iba a decir grandes amigos, pero la amistad no conoce tamaños, no puede ser grande ni pequeña. La amistad es verdadera, una, o no es. A medias tintas no existe, que eso son conocidos y compañías, saludables por supuesto, pero otra cosa.
En los buenos momentos, en las celebraciones, vale cualquiera. Sólo los amigos son capaces de aburrirse juntos sin achacarse siquiera de pensamiento el uno al otro, ser la causa del aburrimiento.
Benito era mi amigo. Una cuenta en el haber de mi vida.
Datos del Cuento
  • Autor: luis jesus
  • Código: 6606
  • Fecha: 18-01-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.04
  • Votos: 49
  • Envios: 1
  • Lecturas: 7067
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