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Oh, querida, querida mía, ya llevamos veinticinco años.
Cuántas y cuántas cosas nos han pasado. Cuántas estrofas hemos escrito a medias, rimando y sin rimar.
¿Recuerdas ese tiempo en que sellábamos cogidos de la mano, un infinito de promesas?. Proyectos del tamaño de una vida.
Y veinticinco años ya.
Todo lo que no se alimenta muere. Todo lo que no se renueva perece en el olvido. Ha de reverdecerse constantemente lo sembrado para que no termine en paja seca.
Creo que deberíamos reflexionar profundo en todo ello y sentarnos otra vez en un banco de la mano para hablar.
Hemos de cimentar de nuevo las bases, refundar lo nuestro, actualizar la relación cara al futuro para que no se pierda en la herrumbre del abandono.
Oh, querida, amor mío, es preciso que nos hagamos nuevos votos. Es posible que vivamos veinticinco años más, quién sabe.
Hoy vamos a mirarnos a los ojos como aquella vez, para que nuestra unión regenerada perdure de aquí en adelante.
Es necesario que volvamos a hacernos promesas, una buena lista de promesas. Promesas que como aquellas primeras, ni tú ni yo cumplamos.
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