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Babushka, la madre de la Navidad

Babushka era una dulce ancianita de Rusia, que fabricaba muñecas de madera con sus propias manos. Estas muñequitas, llamadas matrioskas, eran muy especiales, pues cuando abrías una encontrabas otra más pequeña en el interior, y luego otra, y otra, hasta llegar a la más diminuta de todas. Para la pobre mujer, ellas eran como sus hijas, pues aunque siempre había soñado con ser madre, Dios no le había mandado ningún hijo.

Una noche de invierno, Babushka se despertó al sentir una luz que resplandecía fuera de su ventana. Se levantó y miró hacia el cielo. Allí, había aparecido una estrella que brillaba mucho más que las otras y con su luz, parecía estarla llamando.

“Sígueme”.

Babushka se sorprendió al escuchar a la estrella. No obstante, afuera hacía mucho frío y sus huesos eran tan frágiles que tuvo miedo de salir. Entonces cerró la ventana y volvió a meterse en su cama para estar calientita hasta que salió el sol.

La noche siguiente, Babushka se volvió a despertar. Esta vez por un coro de ángeles que habían bajado del cielo y estaban tocando sus arpas y sus trompetas frente a la ventana.

—Babushka, ven con nosotros —le dijeron—. Vamos hacia Belén para conocer a Jesús, que ha nacido ayer por la noche.

Al principio, Babushka se emocionó al pensar en el bebé. Pero entonces volvió a mirar la nieve que caía sin clemencia, y prefirió quedarse en su casa.

Durante la tercera noche, fue despertada por el sonido de unos cascos. Cuando fue a ver por la ventana, se dio cuenta de que había tres hombres montados sobre sus caballos, mirándola con una sonrisa. Eran los tres Reyes Magos de Oriente.

—Babushka, vamos a Belén —le dijeron—, hemos visto la estrella de Belén y nos indicado donde se encuentra el Niño Jesús. Únete a nosotros para adorarlo.

Por un instante, Babushka dudó. Tenía muchas ganas de conocer a Jesús pero el frío seguía dándole miedo. Así que, muy desanimada, declinó la invitación y decidió irse a dormir.

A la mañana siguiente se sintió muy arrepentida. Algo le decía que realmente tenía que conocer al Niño Jesús. Babushka se vistió con su traje más abrigado, se colocó una capa de lana encima y unas botas para la nieve. Tomo unas cuantas muñecas para regalárselas cuando llegara a Belén y siguiendo la estrella que brillaba en el cielo, camino muchos kilómetros desde Rusia hasta encontrar el pesebre, ¡pero ya no había nadie!

Muy triste, Babushka regresó a su casa y se puso a fabricar sus matrioskas.

—Vaya boba soy, si tan solo hubiera sido más valiente antes, hoy conocería a ese dulce bebito —se lamentó, pintando una colorida muñeca.

En ese momento decidió que todos los años, cada noche del 24 de diciembre saldría a dejar regalos para los niños, en honor al día en que había nacido Jesús. Pues al llevar felicidad para los más pequeños, ella sentía que les estaba entregando los obsequios que le habría gustado dar al Hijo de Dios.

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