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Hace mucho tiempo existió un caballero muy valiente llamado Beltrán. Beltrán recorría el mundo salvando a todo aquel que lo necesitaba. Beltrán no tenía miedo a nada y se atrevía con cualquier peligro.
Un día, mientras descansaba bajo un árbol, Beltrán vio llegar a lo lejos a un jinete que corría como nunca antes había visto.
-¡Vaya prisa que lleva ese! -pensó Germán mientras se comía el bien merecido bocata de tortilla con que le había obsequiado una anciana a la que acaba de salvar de un ladrón.
Poco después el jinete llegó hasta Beltrán y se paró.
-Hola, amigo. ¿Puedo ayudarte? -preguntó Beltrán.
-Si eres el famoso caballero Beltrán, sí que puedes -dijo el jinete.
-Estás de suerte, soy yo -dijo orgulloso Beltrán.
-Necesito que me ayudes -dijo el jinete-. El dragón de las tres cabezas se ha instalado en un cueva cerca de aquí y hay que expulsarlo antes de que sea tarde.
-No hay tiempo que perder -dijo Beltrán mientras se levantaba de un salto-. Toma, acábate este bocata, que parece que te hace falta comer algo.
-Gracias, la verdad es que estoy hambriento -dijo el jinete.
Pero Beltrán no le oyó, porque se había subido a su caballo y había puesto los pies en polvorosa para llegar cuanto antes a la cueva donde estaba el dragón.
Cuando Beltrán llegó a la cueva se encontró al dragón retozando tranquilamente. Ante la insólita escena, el joven caballero se quedó mudo.
El dragón, al verlo, le dijo:
-¿Buscas algo, joven caballero?
-A ti, te busco a ti. Vengo a expulsarte de este reino -dijo Beltrán.
-¿Por qué? -preguntó el dragón-. No he hecho nada a nadie.
Entonces, desde el fondo de la cueva salieron una voces de mujer.
-¡Ay! ¡Qué me quemo!
Beltrán, alertado por las voces, dijo muy enfadado:
-¡Has raptado a una joven dama! ¡Acabaré contigo y devolveré a la pobre chica con sus padres!
Entonces, la chica salió de la cueva. Al ver al caballero a punto de clavarle su espada al dragón, gritó:
-¡Para, salvaje!
Beltrán se quedó de piedra.
-Voy a salvarte de este monstruo -dijo el muchacho-. No temas, acabaré con él y te devolveré a tu casa.
-¡Esta es mi casa, mentecato! -dijo la chica-. Este dragón me salvó hace muchos años y me acogió. Viajo con él desde entonces.
-Pero…. acabas de quejarte porque te quemabas -dijo Beltrán.
-Es que es muy testaruda -dijo el dragón-. Se empeña en encender ella el fuego para cocinar en vez de dejarme a mí echar una llamarada.
-Entonces, ¿no tengo que salvarte? -preguntó Beltrán.
-No, guapete -dijo la chica-. Tampoco tienes que expulsar al dragón de las tres cabezas. Es todo un lujo tenerlo por aquí. Ayuda a todo el mundo que lo necesita.
-Entonces haremos una buena pareja -dijo Beltrán.
-Querrás decir un buen equipo -dijo el dragón-. La señorita es toda una heroína.
Desde entonces, el dragón, la dama y el caballero se dedican a salvar juntos a todo el que lo necesita. Aunque primero se aseguran de que el malo es malo, por si acaso.
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