COSAS SIMPLES
En un banco del parque, dos señores o jubilados o desempleados charlan amigablemente después de doblar sus diarios.
"Ya se sabe, ya se sabe..."
"Las cosas son así, es lo que hay..."
"Qué se le va a hacer, Alfonso..."
Benito pasa por su lado y tiene la sensación de haber pasado cientos de veces por esa misma escena.
Aunque cambien los actores, la actuación no cambia nunca.
Benito piensa que la gente no piensa. O que si lo hace, piensa poco. Que mantienen el régimen de su cerebro al ralentí.
Las personas por lo general cuentan con piernas y pies, pero son muy pocos quienes los aprovechan para correr. La mayoría sólo andan, se conforman con el lento paso de un perezoso. Parece que no pretendan ir muy lejos, como si sintieran vértigo de las grandes extensiones.
Tienen los ojos hechos a las cercanías. Y la gente piensa en cercanías, en perímetros de palmo por palmo. Piensa en conformidades, o aún peor, en resignaciones.
Poe eso cree Benito que no es extraño entonces, llegar a razonamientos tan deslumbrantes como "qué le vamos a hacer..." y todo eso.
Siente Benito que para mayor desgracia y para mejor conformar, la gente se arracima en colectivos que en la mayoría de los casos no tienen otro objeto que el de predicar y practicar cualquier modelo de intolerancia, el de fomentar una especie de orgullo tribal hasta conseguir que sus afiliados tengan la longitud de miras de un topo y la satisfacción henchida de un perfecto y tonto dirigible.
Concluye Benito en que es natural que de una sociedad así, se deslicen por la parte de abajo, como tomates tamizados, algunos individuos que supuran misantropía en los callejones.
NOCTURNO
Benito se va despacio para las afueras. Se va con el ritmo de aquel a quien nadie espera.
Hay poca luz y se mira de cuando en cuando los pies, no vaya a pisar mierda.
Cuando encuentra un rincón se sienta, se acaba el mendrugo de pan, apura la colilla del puro y pensando como la zorra de la fábula, que no le apetece un café, se acurruca luego.
Bajo dos cajas de cartón se acuesta. Dos cajas de cartón que diseñadas para embalar televisores, descubren de pronto una insospechada vocación de abrigo.
Se intentará dormir. Hace frio.
Benito, como un murciélago, siempre revoloteaba incansable sobre todas las cosas. Pero ella, su mujer, permanecía quieta, sin darle vueltas a nada, pensando en cercanías.
Ahora siempre que la recuerda, se la ve llorando.
A Benito ella lo desarmaba llorando cuando eran novios. Y nada más casarse, se pasó quince días desarmándolo.
Ella sin saberlo, lo estuvo engañando desde el principio: Mentir o dejar creer; decir que sí, o no decir que no, es un mismo engaño.
¿Qué debía ser lo que ella amaba o creía amar de él?. Benito nunca halló respuesta.
Benito masculla, joder, joder, y se da la vuelta a ver si encuentra la postura.
Tal vez si se duerme del otro lado los sueños vengan más amables.
!Y una mierda!.
Cuando se instala algo entre los ojos, es como una garrapata que infecta la sangre de los pensamientos.
NEGRO
Parece que se dan mal las apuestas; que la suerte, esa indiscriminada inmoral desaprensiva cerda poliándrica, a uno no lo quiere; que el viejo callo de la costumbre se duele aburrido de aburrirse tanto.
Quizás por eso lentamente, cigarrillos, copas, cefaleas.
Tal vez por eso, pasito a paso, insomnios y pensamientos.
Por eso acaso, se va uno suicidando paciente, sin aspavientos, en un borroso ejercicio de moderación.
Qué raro es el mundo, tan negro todo, dice la gente.
Negro de color negro, pintado de negro y sombreado en negro.
No es el no color, eso son sandeces.
Es la solución donde se renuncian los colores cuando ya se han muerto.
Una vez difuntos, deshechos y juntos, sólo ellos se entienden.
Y en los ojos negros, cerrados y negros, no siendo los colores sino una suma de muertes, puede verse aquello que verse merece.
Que uno es cada día un día más tonto y un día más triste; que cada ocaso tacha un día de negro suicidio.
Ay Benito, las cosas, tan oscuras, tan negras, cómo puedes tú verlas...
Duerme, anda, prueba suerte y duerme.
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