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Blanca Flor

Blanca Flor

Un rey y una reina querían tener un niño o una niña a quién poder cuidar.
Pasaron muchos años y la reina cada vez estaba más triste, porque el tiempo pasaba y ella no se quedaba embarazada. En cierta ocasión, el rey deseando que su mujer volviera a sonreír, miró al cielo una noche y pidió ayuda a los ángeles.
Los ángeles le dibujaron un camino de estrellas en el cielo, él vio que si ponía los pies en ese camino podía andar por el cielo sin resbalarse ni caerse. Andando, andando, legó hasta unas escaleras que bajaban hasta una superficie plana, en donde había un bosquecillo con cinco camino, cada uno de los cinco caminos terminaban en cinco puertas. Él se puso en medio de los cinco camino y antes de que pudiera dar algún paso, una luciérnaga se colocó delante de él, dándole luz a la tercera puerta. El rey supo que esa puerta era la que tenía que elegir, se dirigió hacia ella, la abrió y entró, despidiéndose de la luciérnaga que aún siguió manteniendo su luz encendida durante unos minutos más.
Detrás de esa puerta había un campo donde caían copos de nieve, parlantes. Ellos le hablaron al rey y le dijeron:
--Has hecho caso a la luciérnaga de la felicidad, que solo ofrece su luz a los hombres bondadosos, dinos lo que quieres y te lo daremos.
-Quiero un hijo para mi mujer y para mí.
-¿Te daría igual si fuese una hija?
-Claro, solo quiero que mi mujer vuelva a sonreír.
-Bien, sigue andando hasta que encuentres una fuente con un señor calvo a su lado, vestido todo de marrón, él te dirá que bebas agua de la fuente, pero tú tienes que ignórale por completo hasta que veas venir un caballo blanco, te sientes encima de él, y dejar que el caballo te conduzca hasta un puente y.
-¿Y qué?
-Y ya nos volveremos a encontrar otra vez allí, anda, vete hacia la fuente.
El rey empezó a caminar. El rey se alejó de la zona del campo en donde nevaba y siguió andando hasta que divisó al hombre calvo sentado en el bordillo de una fuente de piedra con forma de jarrón antiguo.
Enseguida que el hombre calvo vio al rey, corrió hacia él, y bailó a su alrededor sin dejar de repetir, la misma frase una y otra vez:
- ¿Quieres agua? ¿Quieres agua? ¿Quieres agua? ¿Quieres agua?
¿Quieres agua?¿Quieres agua? ¿Quieres agua? ¿Quieres agua? ¿Quieres agua?
¿Quieres agua?
El rey cerró los ojos e intentó no escucharle y en cuanto vio al caballo blanco, dio un brinco, se subió encima de él y se marchó al galope, dejando al hombre calvo atrás, con su dichosa cancioncita.
El caballo atravesaba bosques y montañas rápido, muy rápido.
Cuando llegó al puente, bajó de él, el caballo se alejó, los copos de nieve parlantes hicieron de nuevo su aparición, y volvieron a hablarle al rey.
- Felicidades por haber conseguido llegar hasta aquí. Cruza el puente y verás dos casas, pica a la puerta de una de ellas y saluda a la mujer que veas, sin entrar en esta casa ves hacia la otra y espera a que salga la otra mujer, cuando tengas vistas a las dos mujeres decide en que casa quieres entrar, en una de ellas estará tu hija, pero piensa bien a cuál casa vas a ir porque te puedes quedar sin hija y sin mujer.
-Vale, lo pensaré bien.
El rey se alejó de los copos de nieve, cruzó el puente de roca maciza adornado por margaritas y llegó a estar en frente de las dos casas mencionadas, por los copos de nieve parlantes.
El rey se acercó a la primera casa, de ella salió una mujer muy fea con un ramo de flores blancas en su mano, la mujer era feísima. Tenía la nariz llena de verrugas, su larga cabellera blanca estaba llena de hojas marrones, el vestido que llevaba más que un vestido, parecía ser un trapo sucio, iba descalza, lo único bonito a la vista era el ramo de flores blancas.
El rey se despidió de esa mujer educadamente y fue hacia la otra casa, allí le abrió la puerta una mujer hermosísima, su larga cabellera ondulada y castaña le llegaba hasta el suelo, sus ojos eran anaranjados con un pequeño toque de color miel, tenía una suave capa de polvos azules sobre las mejillas, y llevaba puesto un vestido del color del mar, en sus manos sostenía una bandeja de plata llena de esponjosos pastelitos de chocolate. Al contemplar a la mujer, te daba la sensación de estar viendo un lindo paisaje de montañas, dos soles pequeñitos alumbrándolas y un precioso río por donde caía una hermosa agua azulada, y todo junto te producía una enorme visión de tranquilidad.
El rey al ver a estar mujer y recordar como era la otra, entró enseguida a la casa de la segunda mujer sin pensárselo más.
La bella mujer nada más ver que el rey entraba a su casa, y que por lo tanto la elegida era ella, dejó los pastelitos sobre la mesa de roble, y cambiando su fascinadora sonrisa por una mueca de maldad le empujó, hasta encerrarle en una jaula.
- ¡De aquí ya no sales!-le gritó la mujer con una voz muy profunda.
El rey chilló, dándose cuenta de su error, y dijo:
-¡Sácame de aquí! ¡Quiero a mi hija y a mi mujer!
- ¡Te quedas sin ellas!
-¿Qué?
-¡Vamos! Tienes que estar contento, ahora todos los días podrás despertarte y mirar a la mujer más bella de todo el mundo.
-¿De quién hablas?
-De mí, por supuesto.
El rey pensó entonces, ojala estuviera en la otra casa, la otra mujer era fea, pero seguro que era buena y muy amable. Y tuvo una idea para poder salir de la jaula.
-¡No es cierto! ¡En la casa de al lado hay una mujer más guapa que tú!
-Eso no puede ser ¡Vamos a verlo!
La bella mujer sacó al rey de la jaula, salieron de su casa, y se acercaron a la casa de al lado, a visitar a la otra mujer.
En cuanto llegaron. la bella mujer miró a la fea mujer a la cara, y le dijo al rey con incredulidad.
-¿Ésta es más guapa que yo?
- Sí-contestó el rey-es guapa por dentro, porque cuando alguien es bueno, es guapo siempre, solo que hay gente que no lo saben ver.
- ¿Cómo tú? porque tú has entrado en mi casa y.
-Ya lo sé, me he equivocado, ahora ya no quiero estar contigo.
-Está bien, me comeré los pasteles yo sola-dijo la hermosa mujer volviendo a su casa y cerrando la puerta tras ella.
En cuanto el rey se quedó a solas con la otra mujer.
-Pasa, has sabido rectificar, te mereces otra oportunidad-le dijo la mujer fea al rey.
El rey sonrió.
-¿Tienes a mi hija?
-Claro.
El rey entró en la casa, en medio del comedor había un lago del que salió una burbuja, dentro de la burbuja había una niñita pequeñita, cuando la burbuja explotó la niña cayó en los brazos de la mujer, cogió una flor blanca del ramo y se la dio al rey.
-Gracias, así es como te llamaré hija mía, Blanca Flor.
Cuando la reina vio a Blanca Flor volvió a sonreír y los tres estuvieron contentos para siempre.
Datos del Cuento
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