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Hace mucho tiempo había una reina tan hermosa como vanidosa. Tenía esta reina una hijita llamada Blanca Flor.
Blanca Flor era también muy bella y su hermosura aumentaba según iba creciendo.
La reina, para satisfacer su vanidad, tenía un espejo mágico que consultaba diariamente preguntándole siempre:
-¿Quién es la mujer más hermosa del mundo?
A lo cual contestaba el espejo:
-Tú, sólo tú.
Pasaron los años y creció Blanca Flor, siendo cada día más hermosa.
Un día la reina hizo su pregunta acostumbrada al espejo, pero éste le contestó:
-Blanca Flor.
La reina azorada por la contestación volvió a preguntar:
-Espejo, ¿quién es la mujer más hermosa del mundo?
-Blanca Flor. -contestó el espejo
Llamó la reina a uno de sus criados que en otras ocasiones le había ayudado en sus maldades, y que le era muy fiel, y le dijo:
-Juan, es necesario matar a Blanca Flor.
-¡Pero Majestad!.. -dijo el criado verdaderamente sorprendido.
-¡Ni una palabra más! -exclamó la reina-. Mañana temprano quiero que te lleves a Blanca Flor al bosque y allí la mates. Quiero que me traigas pruebas de que me has obedecido.
Al día siguiente Juan invitó a Blanca Flor al bosque a cortar flores. Mientras caminaban, Juan, lleno de compasión, admiraba la belleza angelical de la princesita y no pudiendo soportar aquel martirio que sentía le dijo a Blanca Flor:
-Mi princesa, tu madre quiere deshacerse de ti y me ha ordenado que te mate aquí en el bosque. No puedo hacerlo porque tú siempre has sido muy buena conmigo. Sin embargo, si regreso al palacio sin pruebas de que he cumplido su orden, la reina me mandara matar.
Blanca Flor caminaba tristemente sin responder, pero luego Juan le dijo:
-Dame algunas de tus ropas. Voy a matar un conejo y empapando tu ropa con su sangre se la llevaré a la reina.
Cuando estuvo todo preparado, le dijo el criado a la princesita:
-Ahora, vete con Dios.
Blanca Flor agradeció al criado lo que había hecho y se fue caminando hasta internarse en el espeso bosque. Llegó la noche y Blanca Flor tenía miedo que las fieras le fueran a matar. De repente vio una lucecita entre los árboles. Corrió hacia ella y pronto llegó a una choza. Tocó a la puerta pero nadie contestó. Abrió la puerta y entró. Ante sus ojos estaba una mesa bien servida. Blanca Flor tenía tanta hambre que primero comió y después le dio gracias a Dios. Ya estando satisfecha, se acurrucó junto a la estufa y se quedó dormida.
La choza que había encontrado Blanca Flor pertenecía a unos ladrones.
En la madrugada llegaron los ladrones a su casa y cual sería su sorpresa al ver a Blanca Flor dormida junto a la estufa.
Al ruido que hicieron los ladrones Blanca Flor despertó.
-No temas, niña, -dijo el jefe de los ladrones-. No te haremos ningún daño.
Estos ladrones eran buenos de corazón, ya que robaban para ayudar a la gente pobre.
Blanca Flor viendo que los bandoleros eran gente realmente de buen corazón, les contó lo que le pasaba.
-Te puedes quedar aquí con nosotros, -dijo el jefe de los bandidos-. Nosotros ya sabíamos lo malvada que es tu madre. Pero, ten cuidado, que si sabe la reina que aun estas sana y salva, te seguirá hasta que logre deshacerse de ti.
Mientras esto sucedía a Blanca Flor, el criado Juan había llegado al palacio. Allí le mostró a la reina la ropa de Blanca Flor que había ensangrentado con la sangre del conejito.
La reina se llenó de júbilo y colmó a Juan de bienes. Esa noche al acostarse, la vanidosa reina consultó su espejo mágico.
-Espejo mágico, ¿quién es la mujer más hermosa del mundo?
-Tu hija Blanca Flor, -contesto el espejo.
Sorprendida y llena de rabia, a reina ordenó a sus soldados que fueran a traer a Juan.
-Juan -dijo le reina-. Me has mentido. Blanca Flor vive.
-Pero Majestad..., -empezó a decir Juan, y la reina sin dejar que terminara de hablar, se lanzó encolerizada sobre él matándolo de una puñalada.
Esa noche la reina no durmió pensando como hacer para encontrar a Blanca Flor y deshacerse de ella.
Al día siguiente se disfrazó la reina con ropas muy humildes, desfigurándose el rostro con ungüentos y cambiando su aspecto de tal modo que nadie pudo reconocerla.
En un estuche de plata, hermosamente labrado, colocó un collar de oro al que le había untado una preparación que haría que la persona que se lo colocara al cuello caería en un sueño semejante a la muerte.
Salió la reina al camino y pronto se internó en el bosque buscando a Blanca Flor. Por fin llegó a la choza de los bandoleros.
Blanca Flor que se encontraba sola en la choza, oyó que tocaron a la puerta, se asomó a la ventana y vio a una viejecita que al parecer era buena y amable. Corrió y le abrió la puerta.
-Niña -dijo la reina malvada-, quisiera que me socorrieras y me dieras un vaso de agua. Ando muy cansada y tengo mucha sed.
-Pase, señora, -contestó Blanca Flor, apresurándose a traerle el agua a la vieja. Ésta tomó el agua y dándole las gracias a Blanca Flor le dijo:
-Niña, tengo que partir, pero como has sido tan buena conmigo te voy a regalar este collarcito de oro.
-Gracias, señora, -dijo Blanca Flor tomando el collar y colocándoselo al cuello. Tan pronto como se abrochó el collar cayó sin sentido al suelo, como si hubiera muerto al instante.
Dejando a la niña tendida en el suelo donde había caído, huyó la vieja.
Por la noche volvieron los ladrones y encontraron a Blanca Flor tendida, al parecer muerta. Hicieron todo cuanto pudieron por revivirla pero todo fue inútil.
Decidieron los bandidos hacer un ataúd de cristal y en él guardar a Blanca Flor. Colocaron el ataúd en una gruta cerca de la choza para así poder visitar a la pobre Blanca flor todos los días, porque le habían tomado mucho cariño.
Pasó el tiempo, y un día que llovía a torrentes, llegó un príncipe a refugiarse del agua en la gruta. Allí vio el ataúd de cristal y los criados del príncipe encendieron antorchas y a la luz de ellas pudo ver el príncipe a Blanca Flor, enamorándose de su hermosura. También él creyó que la bella niña estaba muerta y se propuso llevar el ataúd a su reino. Así lo ordenó y ya en su reino mandó que se hiciera una capilla donde depositó el ataúd con Blanca Flor.
Un día enfermó el sacristán de la capilla de Blanca Flor, y mandaron otro en su lugar. Este que era muy bribón, al ver el collar que tenía Blanca Flor, decidió robárselo. Le quitó con mucho cuidado el collar a la niña y al instante se escuchó un trueno y Blanca Flor despertó. El hombre sin querer saber más salió corriendo espantado, dando de alaridos. Al oír aquel estrépito, el príncipe corrió a la capilla donde vio a Blanca Flor sentada en su ataúd. La niña al verlo se enamoró de él.
Le relató Blanca Flor toda su historia y el príncipe indignado mando juntar un ejército y salió a castigar a la madre de la hermosa princesa.
Después Blanca Flor y el príncipe se casaron y vivieron muy felices.
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