Con las manitos gordas y pequeñas, luciendo las uñas encarnadas de tanto morderlas, tomaba aquel niño con suma dificultad los hilos de la esperanza con los cuales bordaba el mantel de su existencia.
La multiplicidad de colores, de formas y de texturas, ampliaban la visión de su enrarecido horizonte al que poco a poco se acercaba, para luego súbita e inexplicablemente alejarse de él.
Lo manso de su mirada, la inquietud de sus manos, y el frenético grito de una voz, a veces fuerte a veces casi apagada, pretendían salir al mundo a exteriorizar sus emociones.
Así va en pequeño niño piloteando su propio avión, remando su propio barco, mientras nosotros y algunos eventuales colaboradores, nos ayudan a empujar el aire y a aquietar las revoltosas aguas que amenazan su vida, para tratar de hacer más bello y placentero el difícil mundo que le ha tocado vivir.