¡Buenas noches!... Es extraño cuando no tienes sueño ni ganas de dormir. Te pones a pensar en nada. El silencio te absorbe como si fueras una gota de su océano y si se te ocurre salir a mirar el cielo, negro, sin estrellas te sientes tan especial como si todo hubiera hecho para ti... no sé pero así es como me siento ahora después que he estado caminando como un mono enjaulado en mi cuarto sin saber qué hacer... o coger un buen libro y leerlo hasta quedarme noqueado por las letras negras del autor, o prender una película y mirar y mirar a ver si ocurre algo que no haya ocurrido ya anteriormente. En esas estaba cuando decidí salir a mirar la noche. Vi hacia el cielo, y no vi mas que nubes grises que ocultaban una que otra estrella, en verdad, me gusta mirar lo que no entiendo, me hace sentir que soy como inmortal, que jamás desapareceré de este cuerpo... no sé pero así es como me siento. Y cuando se me ocurre mirar hacia abajo, es decir, observar desde el tercer piso en que vivo a las luces prendidas en los postes, los carros estacionados al borde de un centro habitacional, uno que otro perro, gato, rata, borracho, parejas de amantes y, sobre todo, aquel sonido que no se sabe dónde pero que es como un sonido de un terremoto... Nunca le he preguntado a nadie si es un avión, un camión, o, una nave de otro lugar... pero siempre pasan a eso de las tres de la mañana.
En verdad las noches son para dormir, pero, en mi caso, son para escribir y recordar… Recuerdo una noche en que decidí salir a la calle, así que cogí las llaves de mi auto y con la música que mas cubría mi soledad salí como esas motos que arrancan a toda velocidad pues no hay nadie en la calle... Silencio, y uno que otro auto que, a diferencia de mí, trabajan, ya sea en taxi, u, obreros nocturnos. Recuerdo que salí hasta llegar a la autopista que me llevaría a la playa. Me detuve en una tienda y compré media docena de cerveza individual, tenía sed. Y así, tras botella tras botella llegué a la playa, obviamente no encontré a nadie, tan solo el sonido durmiente y aburrido de las olas, mostrando toda su baba blanca que parecía ser el lugar donde empezaba su falda... No sé por qué me parece que el mar es una mujer, o tiene que ver con ellas, pues, parecen que te quieren, pero una vez que estás a su lado, como que te muestran su poder, o sea su encanto, y, si estás con media docena, así como aquella vez, te lanzas a sus acuosas brazos y, el frío, la turbulencia, te vuelven a la orilla y te preguntas... ¿Cómo he llegado hasta aquí? Aquella vez, tuvo que venir un policía para llevarme a una estación hasta que se me pasara, pero, de todas formas cogí un buen y maldito resfriado... Es peligroso, para personas como yo, salir a la calle de noche, es mejor, y menos peligroso, sentarme sobre mi escritorio y ponerme a escribir... ¿pero, de qué?, pues, no sé, quizás es mejor no saber nada de lo que tengas que decir y así te llegan las palabras que necesitas escuchar, como aquel sentimiento que tengo por una chica a quien no he visto por mas de veinte años, y que estuvo a punto de casarse conmigo sino fuera porque yo, en esos tiempos, y aún hoy, no tenía una sólida posición socio-económica... Y me han dicho que está aquí, en la misma ciudad que yo, y que su esposo ha muerto hace como diez años, y me dan unas ganas terribles de llamarla, pero, ¿para qué? Ya está mas vieja, es decir, mofletuda, y llena de esas patitas de gallo que hacen que un rostro parezca la panza disecada de un reptil... En fin, creo que mejor iré a verla, pero antes la llamaré y, sin demostrar lo terriblemente nervioso que estoy, le diré que me gustaría verla... ¿Para que?, me pregunto. No sé, quizás me cuente un melodrama, amores truncados, no sé, algo por el estilo como que se está dedicando al arte de la escultura, al diseños gráfico, a sus dos hijas de trece y once años... o, a un nuevo amor… ¿Quién podría adivinar todo esto en una noche negra y fría así como esta?
No me imagino qué hubiera pasado si los dos nos hubiéramos casado, seguro que uno de los dos hubiera muerto, lisiado, loco, quizás yo, ella, no sé. Pero seguro que el tiempo hubiese mordido todos nuestros buenos sentimientos, echándolos al tacho de la costumbre y abriendo un hueco en donde puedan entras las nuevas necesidades, sueños, anhelos... Ella era hermosa como una afrodita, tenía unas piernas esculturales, y tan cálidas y suaves que de solo contemplarlas uno podía sentirse satisfecho. Y sus ojos eran tan alegres como las flores en primavera, y su voz tenía esa feminidad de un gatito al maullar pidiendo su leche, en fin... no era para mí, pues yo soy... ¿cómo soy? Bueno, no sé, pero no creo que hubiéramos durado más que un par de semanas... Pero, mañana lo sabré, o sea, mas tarde.
Me bañaré, perfumaré y meditaré, esperando que el día que ya está sobre mis hombros sea tan hermoso y sorpresivo como todos los días que he tenido a lo largo de mis noventa años... ¡Quién iba a pensar que iba a llegar a ser un nonagenario! Mi padre vivió hasta los setenta, mi madre hasta los setenta y ocho, y mis hermanos, han llegado hasta máximo, los ochenta, ¿pero yo? ¿Por qué he vivido tanto? Seguramente tengo mas días y noches que embutirme en el alma, seguramente hay alguien a quien tenga que encontrar y contarle algo de lo que he visto a lo largo de mi paseo por esta tierra llena de cemento, luces, noches frías y gente que parecen estar tan desamoradas que de sólo acercármeles me dan temor y nauseas... En verdad, la gente me deprime, por ello, me gusta irme a pasear solo, como un loco, por los buses hasta el último paradero, luego, me regreso, como un juego de niños, como si esperara que en todo el trayecto que hago, alguien estuviera observándome, y ver si en una de esas curvas de los buses choque contra un poste y yo salga disparado contra las llantas y quedé hecho astillitas de hueso y pellejo… Espero algún día poder dormirme temprano y no como cada noche en que llegan las dos, las tres, las cuatro y... nada... ¡sin dormir! Me baño, y salgo a la calle, pero esta vez no saldré a la calle sin antes no haber llamado al teléfono de mi vieja amiga que, espero, me recuerde; así como yo, a ella, la recuerdo... Me pregunto si, ¿no tendrá aquella terrible enfermedad del olvido? ¿O, estará más ciega que un topo? Mejor dejo de pensar tonteras y continuo escribiendo acerca de todas las cosas que me ocurren de día y de noche… ¡Buenos días!
Miraflores, agosto del 2005