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Categoría: Terror

Buzo

Mis afanes seductores me agotaron. Parecía no haber forma alguna de granjearme los favores de Rosa. Pero no doblaría las manos. Ningún rival tendría mejor suerte que yo. El amor dio paso al deseo de venganza. Avelar debía tener un punto débil. Era querido, respetado y, sobre todo, reputado. Sus funciones de instructor de buceo lo habían hecho acreedor no sólo a numerosos alumnos, sino hasta a un documental que transmitió el Discovery channel.
Conste que yo no lo envidiaba. El buceo me importaba poco. Avelar cayó de mi gracia cuando supe que Rosa lo amaba. Más bien lo adoraba; se había convertido en estudiante suya, había cambiado de residencia a Cancún, a todo el mundo le hablaba del inveterado y, aparentemente, indestructible buzo. Pero todos tienen cola que les pisen.
Yo trabajaba en la PGR. Tenía contactos por aquí y por allá con gente a cuál más inescrupulosa. Ellos investigaban a quienes luego yo extorsionaría, con tal de obtener aparentes buenos resultados en las pesquisas descuidadas que nos tocaba realizar. Mi faceta de detective no había impresionado a Rosa, pero ello no impediría que me diera la clave para salir victorioso en mi empresa.
Baños, un vil soplón que se había salvado de la cárcel para convertirse en uno de nuestros principales informantes, se puso a trabajar y al poco tiempo me trajo datos interesantes sobre Avelar. Después de todo, el currículo de ese idiota no estaba inmaculado. Había sido superficialmente investigado por la muerte de una alumna. A la postre se consideró que se había tratado de un accidente; sin embargo, el buzo cayó en una depresión que duró tres meses. Parece que, estando convaleciente, se quejó ante médicos y familiares de que el espectro de la muerta lo acosaba. Lo sometieron a la fuerza a un tratamiento psicológico, que a la postre lo salvó de enloquecer.
Revisé a conciencia los datos de la muerta y enseguida busqué al ejemplar que me haría vencer. Olivia era una ramera más o menos guapa; libraría una condena por narcomenudeo si se plegaba a mis instrucciones. Aceptó encantada y por dos meses me cuidé de que la capacitaran en la práctica del buceo, así como que la sometieran clandestinamente a una cirugía plástica menor, pues de por sí era muy parecida a una infeliz que se había ahogado en la costa de Cancún.
Nos trasladamos a aquel sitio un verano, cuando las clases de Avelar se hallaban en su apogeo. Desde lejos, con binoculares, vi a Rosa comiéndose con los ojos a aquel infeliz. Vi también a Olivia; se lanzó al mar desde un bote, debidamente equipada para bucear, y estuvo en contacto conmigo a través de un intercomunicador que lucía su traje. Le di instrucciones sobre el punto al que debía dirigirse. Mis cálculos fueron excelsos. Evidentemente coincidió con Avelar en el fondo del mar; según me contó Olivia más tarde, cuando el buzo la vio se puso pálido, pataleó y olvidó medidas básicas de seguridad.
Emergió a la superficie a toda velocidad y sufrió un paro cardiorrespiratorio del que no fue salvado. Ya estaba muerto cuando lo sacaron a la orilla. Le ordené a Olivia que se esfumara y me alejé del balcón donde me había posicionado.
Asistí al funeral del buzo y miré de reojo a Rosa. Ya no era la misma. Ni siquiera me devolvió la mirada. Se suicidó el día del entierro, en el mar que dominara su fallecido amor.
Me reuní con Baños y Olivia en un bar y celebramos. Me acosté con la segunda después de la juerga.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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