Las nubes pequeñas, como todo niño, son traviesas y desobedientes. Basta ver, como las adultas las persiguen cuando juegan con el viento en un día de verano. No es que a las grandes les desagrade el viento, sino que las nenitas, al ser demasiado livianas, son llevadas por él con más rapidez y las grandes van detrás de ellas para que no se pierdan.
Hace muchos años, una nube llamada Pompóm, vivió el susto más grande de su vida. Desde chiquita se caracterizó por ser bastante porfiada e inquieta, nunca obedecía a sus padres, a no ser de su conveniencia.
Cierto día, se dio la alarma que el viento venía a una velocidad altísima, ya que estaba enojado, porque sus padres no lo había dejado comer dulces. Todas las nubes cerraron las ventanas y aseguraron las puertas para que él no entrara y ocacionara destrozos. La pequeña Pompóm hizo caso omiso a las advertencias y encerrándose en su pieza, con la excusa que tenía sueño, salió por la ventana. Afuera no había ni un alma y por más que llamó a sus amiguitas, nadie salió. Viéndose sola y aburrida, no encontró mejor idea que esperar al viento para jugar. Tarde vino a arrepentirse porque, en un abrir y cerrar de ojos, él la hizo volar descontroladamente. Una vecina vio lo ocurrido y cuando el viento se alejó dio aviso inmediato a los padres de la pequeña.
Las nubes siempre han sido muy solidarias y apenas supieron la noticia todas se ofrecieron para ayudar a buscarla. La llamaban una y otra vez, pero no había respuesta alguna. Fue en esos instantes que el papá de Pompóm, desesperado, llamó a su hija con tanta fuerza que estremeció el cielo. Aquel grito, sin precedentes, fue escuchado por la nubecita que estaba agarrada de la punta más alta de la montaña. Comenzó también a llamar a su papá con toda su energía, hasta que él la escuchó. Cuando la encontraron, padre, madre e hija lloraron abrazados y la pequeña prometió que nunca más lo desobedecería.
Aquello gritos desesperados que ayudaron a este encuentro, fueron bautizados por los hombres, millones de años más tarde, como truenos.
Por eso, cada vez que escuches un trueno, ten la seguridad que alguna nubecita porfiada anda perdida.