Estoy en San Miguel de Tucumán, la capital de la provincia más chica de la Argentina, Tucumán. Voy caminando por el micro centro del "Jardín de la República". Los bocinazos llueven como llueve en verano en el ecuador, hay mucha humedad. Un colectivero insulta en forma degradante a un grupo de colegialas que cruzan la calle con el semáforo en amarillo, ellas al saber que solo puede gritar lo hacen más displicentemente todavía. Un par de cuadras mas adelante las voces de los vendedores ambulantes, cada uno con su tono distinguido, parecen los pájaros de este jardín convertido en jungla.
Cerca de la peatonal una mujer varita toca el silbato tan agresiva como Castrilli; dos o tres pibes de entre cuatro y cinco años pelean por abrir las puertas de un remis trucho. Me entretengo unos minutos con una bandada de promotoras que pretenden convencerme que con su volante puedo adquirir un crédito. Mezclados y entre tanto alboroto veo a un par de punguistas hacer un par de intentos fallidos con una abuela que sale de Casa Tía.
¡No puedo ver, ayúdenme que no puedo ver!, grita un hombre y suena realmente desgarrador, hasta que pasa una rubia fenomenal y el tipo le dice un piropo. Los tambores de los maestros me divierten al ser tan a rítmicos y decido acercarme un poco a gritar con ellos para que no suenen tanto los tambores. Y sigo. Un taxista sin licencia le “acerca” una coca cola a un acalorado “policía de tránsito”. Logro ver a las víboras de siempre que van y vienen de la casa de gobierno, contentas, sonrientes y orgullosas, todas brillando.
Toco el bolsillo externo de mi campera, donde siempre guardo mis cigarrillos, y me doy cuenta que tengo solo el encendedor. Los gritos de una mujer a la que le robaron la cartera me distraen un poco y casi al instante estoy pensando que es muy difícil conseguir cigarrillos en el micro centro. Doy vuelta por calle Maipú y a los metros encuentro un kiosco. Antes de pararme esquivo a una piba de unos siete años con su hermanito de unos pocos meses que salen de pedir en un negocio.
Me asomo a la ventana repleta de caramelos, papas fritas y figuritas; pido un Phillips Morris y dejo $ 1,50 en el mostradorcito de Beldent. El relojito dice 10:35 AM. Miro a una minita que se hace la ejecutiva y que le queda bien, agarro el paquete de cigarrillos y mientras lo abro me doy vuelta. Cuando camino un paso siento que el vendedor me dice algo. Termino de prender un cigarrillo del paquete recién abierto, me doy vuelta sobre mis talones y le digo:
-¿cómo?-.
Al no verlo bien me agacho y entre los caramelos aparece un brazo verde y flaco, con seis o siete dedos en la mano; asombradísimo me agacho un poco más y veo que este personaje tiene tres ojos en una cabeza realmente pequeña y que también tiene un peinado onda afro, con dreadloks y rastas. Los ojos de los costados eran de un azul bien intenso y el del medio en cambio era verde esmeralda. Quedé perplejo al ver a este extrañísimo ser que definitivamente no era humano.
El se agachó un poco y me aclaró:
- gracias, le dije gracias -.
Hoy he encontrado excelentes relatos. Pero vamos , viejo, arriba ese ánimo, es lindo Tucumán,ya pasará la mala racha. Kafkiano, diría yo. Saludos.