COMO EL MANZANO ENTRE LOS ÁRBOLES SILVESTRES,
ASÍ ES MI AMADO ENTRE LOS JÓVENES;
BAJO LA SOMBRA DEL DESEADO ME SENTÉ,
Y SU FRUTO FUE DULCE A MI PALADAR...
CANTARES 2:3
La brisa cálida acariciaba las mejillas de Beatriz mientras tejía maravillosamente una camisita para aquel bebé que había deseado tanto en la vida... Ya no sabía cuántos había hecho pero seguí como una devoción, como una tarea divina que no tenía fin.
La tarde era preciosa. Su mirada se perdía en aquella extensa llanura en la cual había pasado sumida en los recuerdos, en sus fantasías e ilusiones.
Se mecía en su sillón, en aquel mismo sillón donde su tatara abuela habia mecido a su abuela y en el mismo que su abuela le había cantado a su madre... ella disfrutaba aquel altar, parecía como si las imágenes salieran del sillón y se reflejaran en su mente... Estaba feliz... todos los días, a la misma hora se sentaba a esperar a su Principe Azul, al hombre de sus sueños, al varón de sus fantasías nocturnas...
Ahora su mirada se clavaba en la copa del flamboyán que lucía su majestuoso traje adornado de gotitas de sangre... era una delicia mirarlo, era un milagro de la naturaleza aquel imponente árbol, vivía enamorado de él, era un poema de su tierra, un poema de amor sufrido, de lágrimas de sangre.
Allá estaban las dos avecillas... coqueteando, jugando al amor... la hembra era abusadora, no quería ofrecer su virginidad a aquel insignificante pajarito, desea uno más fuerte, más agresivo... era una ceremonia nupcial... y la avecilla al ver que no había nada más se conformaba con su flacucho galán...
Beatriz dejaba escapar una sonrisa... recordaba a su primer amor, aquel que beso sus labios, aquel que adoraba, que estaba dispuesta a ceder su virginidad, aquel que la turvaba con su mirada, que había idolatrado, que creía que era su macho, su hombre, su príncipe...
Recordaba al canalla que la engañó, recordaba su brutalidad el día que intentó violarla en su casa, no respetó que su madre estuviera en la cocina... aquello la sumió en una depresión espantosa, no hubo sicólogo ni siquiatra que la curara, sólo su fe en Dios, su devoción, sus oraciones lograron sacar aquellas raíces de amargura y aquella espada que había atravezado su corazón...
Sacudía su cabeza. Su manto de cabello, sin vida , caía sobre su espalda como un torrente de agua cristalina de una catarata en miniatura... era una mujer muy recta, perfeccionista al extremo, gentil, dulce y trabajadora...
Volvía su mirada a la copa del árbol, ya los dos amantes lujuriosos habían desaparecido. Volvió su mirada a la izquierda, allí estaba como de costumbre aquel pájaro perturbador, aquel chango prieto que extendía una alfombra de excremento por el patio, lo detestaba... la tría los peores recuerdos...
Volvía a caer en aquel océano de confusión. La figura imponente de Alfredo se apoderó de ella. Aquel hombre... suspiraba... aquel macho del Olimpo, aquel Prometeo, aquel semidios... era fuerte, alto, negro como el azabache... todavía podía percibir su olor ... ópero sentía que sus entrañas se revolcaban en su interior... la suerte no podía ser tan buena para ella... murió el día que supo que era un patito engreído, que era flojo de ponzoña, que sus nalgas grandes estaban destinadas a su primo Heriberto... era asqueante para ella... ya no volvería a fijarse en otro hombre mientras quedara un soplo de vida en su cuerpo...
Regresó a la realidad, se movió en su sillón... miró hacia su jardín. Allí estaba Jorge, su confidente, su jardinero, su ángel guardían, nunca la había abandonado... No entendía por qué nunca se había casado, cuánto hubiera dado por conocer a un hombre como aquel simple y humilde jardinero...
Pero el amor volvió a tocar a sus puertas. Conoció a un extranjero. A Valentín...¡ay Valentín de mis recuerdos!-decía- Creía que por fin había encontrado a su príncipe, a su redentor y salvador... era un rubio hermoso, de ojos azules, brillante médico de la capital de
un país de América del Sur. Lo conoció en la universidad...¡Ay Valentín!... pero la primera vez que la besó, sintió una barra de hielo entre sus labios, pero insistió en estar con él...
Pero su padre se opuso, no quería un extranjero en su casa, no quería que su sangre se mezclara, era un militar muy duro... él aprobaba o desaprobaba los amores de Beatriz... ella le temía, lo amaba pero le temía...
Recordaba el día que el pobre llegó a su casa.
El viejo lo estaba esperando en el balcón con una cara de perro que asustaba. Erguido, como un militar en espera de una orden y listo para disparar...
__¡Con que usted es el pendejo que quiere comerle la crica a mi hija!
El pobre no esperó un minuto más y brincó por la ventana cuando el viejo sacó un revólver más largo que la esperanza de un pobre... una nube de polvo quedaba atrás y Beatriz no supo más del infeliz..
No le habló a su padre por varios días. Estaba resignada. Jamás volvería a fijarse en otro hombre. Allí estaba, mirando a Jorge cómo cuidada sus plantas, cómo escogía varias rosas blanca y rojas... reía... era encantador...¡qué pena que no se hubiera casado!
El día bostezaba, estaba cansado, iba moriendo poco a poco... la noche asomaba su cara, mordía las horas, los minutos, trituraba los segundos...
Beatriz esperaba, esperaba... esperaba...
Sabía que existía su principe azul, aquel hombre ideal pero de carne y de hueso, quería un hombre que la amara con locuras, con frenesí, que la hiciera sentir libre, que rompiera las cadenasa de la soledad y la angustia.
Quería un hombre que sintiera cuando besaba sus labios y su cuerpo le besara el alma. Quería un hombre que le permitiera su espacio... que la enloqueciera en la cama... quería un hombre y nada más...
Soñaba despierta, sentía el peso de los años.. volvió a mirar la llanura... estaba silenciosa, ya no habían amantes en el flamboyán, ni chango prieto en la palma... sólo el silencio del atardecer... el silencio de las mujeres solitarias
que vivían de ilusiones esperando principes que no existían...
Escuchó los pasos del jardinero por las escaleras. Caminaba con dificultad. Se acercó como de costumbre con su ramo de rosas. Sintió una emoción grandes...aquel hombre era especial, gentil... notó en su mirada una estrella... ya sus ojos apenas veían con claridad...
__¡Señora!-dijo Jorge- es hora de descansar y de tomar sus medicamentos...
Beatriz hizo un esfuerzo grande y se levantó del sillón, había terminado su trabajo, estaba precioso... Obedeció a aquella voz que durante los último setenta años era su única compañia...
suspiro... Miró a la llanura esperando ver a su principe azul... solo oscuridad...
Jorge la ayudó a colocar en su sillón de ruedas y mientras empujaba con delicadeza la miraba... cuánto la amaba... pero jamás se atrevió a comunicarle su amor...
Fin.
La vida languidecía, La añoranza le embargaba; El Príncipe Azul huía; el jardinero la amaba. Angel F. Félix