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Ocre

“Maldita sea la sombra de la muerte que ha envuelto mi vida en un orfeón de llanto y de tragedia esta noche.” Pensó Joaquín, antes de que el último latido de su corazón se ahogara en aquella lúgubre madrugada. La sangre escapaba lentamente de sus venas, rotas por el implacable filo, y manchaba el piso del ocre más oscuro que se haya visto jamás.

Joaquín Navarro era un prestigioso cirujano. Tenía una esposa muy linda, Ana; dos hijos: Joaquín Alejandro y Ana Sofía. Juntos llevaban una vida tranquila y pacífica, en las afueras de la ciudad. Joaquín Alejandro, quien era el menor, tenía 9 años y Anita, como la llamaba su padre, tenía 11.

El doctor Navarro, como le llamaban en sociedad (por más que él insistiera en que le llamaran simplemente Joaquín), a pesar de ser ahora uno de los hombres más ricos de aquella ciudad, no se había olvidado de su origen humilde y siempre simpatizaba con los más pobres. A las personas de escasos recursos no les cobraba sus consultas y cirugías (por esto algunos colegas le tenían cierta aversión). Siempre defendió los derechos del proletariado a capa y espada, sin saber que esto lo llevaría a perder todo lo que tenía.

Era noche de agosto y Joaquín regresaba a su casa a las 8 de la noche, como de costumbre. Descubrió que la puerta había sido forzada e inmediatamente pensó en sus hijos y en su esposa. Al entrar en la sala principal, contemplo la más grotesca escena que sus ojos verían jamás: los cuerpos de sus hijos y de su esposa yacían sin vida sobre la alfombra, desnudos, con señas de haber sido golpeados, además estaban decapitados y su sangre regada por todas partes. En la pared, con la sangre de sus hijos y de su mujer, estaba escrita la frase: “traidor comunista”.

Aun sin poder creer lo que sus ojos acababan de contemplar, corrió rápidamente hacia las escaleras y subió hasta su cuarto para buscar el revolver que le había dado su padre. Al llegar se dio cuenta de que la caja fuerte en donde lo guardaba también había sido abierta por la fuerza. Luego entraron seis hombres vestidos de militares y uno de ellos pregunto “¿buscabas esto?” mostrándole a Joaquín el revolver que escondía en la caja fuerte. “Malditos, ¿qué les hice yo a ustedes?” grito Joaquín abalanzándose sobre el soldado y tomándolo del cuello. Al hacer esto, los otros soldados golpearon a Joaquín con las escopetas que cargaban hasta dejarlo en el suelo. El soldado al que había tomado del cuello, quién al parecer era el primero al mando, le dijo: “Tú y solamente tú eres el responsable de lo que le pasó a tu familia. Si no te hubieses metido a ese estúpido partido de los trabajadores unidos, que no es más que un instrumento de la guerrilla, de la maldita guerrilla que quiere perturbar la paz de los ciudadanos honestos y pretende poner a la gente en contra del gobierno, y si no hubieses traicionado a tu patria ayudando a esa escoria, no nos hubieras obligado a hacerle esto a tu familia. ¿acaso no pensaste en tus hijos, eh , maldito comunista?.”

Al escuchar esto, indignado, Joaquín intentó ponerse de pie, pero con un golpe fue tumbado de nuevo. Aun en el suelo dijo, gritando como un demente: “Nazis hijos de puta, como se atreven a decir toda esa basura, malditos asesinos. ¿Qué le hicieron a mi mujer, a mis niños?”

“Todo lo que les hicimos fue por tu culpa. Tu mujer aguantó, como una puta esquinera a la que se le ha pedido ser discreta, cuando la violamos; pero tu hija gritó como una cabra loca, llamando a su padre. A tu hijo le dimos una paliza y lo obligamos a ver como nos tirábamos a esas dos perras, para que se hiciera hombre antes de morir.” Dijo el soldado.

Joaquín intentó levantarse una vez más, pero esta vez le dispararon en las rodillas para que no pudiera levantarse nunca más. Luego le mostraron las cabezas de sus hijos y de su mujer. “Para que los veas por última vez” le dijo el supuesto jefe de la milicia. “Malditos, cerdos, fascistas hijos de la gran puta, salgan de aquí antes de que los mate con mis propias manos” gritó el doctor. Los soldados soltaron, al unísono, una carcajada. El jefe les ordenó con una seña a sus subordinados que pusieran a Joaquín en la cama. Ellos obedecieron, lo amarraron y con una pinza le sostuvieron la lengua. El jefe tomó su puñal y se la cortó, para luego meterla en un frasco lleno de alcohol. “Te matare cuando se me de la gana, pero por ahora te voy a dejar vivir sabiendo que perdiste todo lo que tenías, y todo por traicionar a tu patria, ¡maldito perro comunista!” Luego de decir esto, el jefe ordenó a sus soldados que desataran al doctor Navarro. Así lo hicieron, y luego, antes de irse, lo dejaron tirado en la sala donde estaban los cuerpos de su familia.

Estaba apunto de amanecer y Joaquín se dio cuenta de que no podía hacer nada, puesto que no podía hablar ni caminar, y su vecino más cercano vivía a unos cuatro kilómetros. Entonces de su maletín sacó un bisturí y se cortó las venas de ambas muñecas. “Maldita sea la sombra de la muerte que ha envuelto mi vida en un orfeón de llanto y de tragedia esta noche.” Pensó Joaquín, antes de que el último latido de su corazón se ahogara en aquella lúgubre madrugada. La sangre escapaba lentamente de sus venas, rotas por el implacable filo, y manchaba el piso del ocre más oscuro que se haya visto jamás.
Datos del Cuento
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3 comentarios. Página 1 de 1
Enrrique Morrison
invitado-Enrrique Morrison 12-09-2003 00:00:00

Definitivamente no escribi este cuento. No es de mi propiedad, asi que el falsante que este plagiandome se las va a ver con migo.

cristina
invitado-cristina 22-06-2003 00:00:00

Me he quedado estupefacta, qué bien escrito, me ha capturado toda la historia. Enhorabuena

paula
invitado-paula 05-05-2003 00:00:00

Quería decirte, Enrique, que tu relato es fantástico, narras muy bien, seráss un gran escritor. Mucha suerte. Y... Abajo todos los regímenes fascistas del mundo. Que nos dejen vivr en paz.

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