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AMOR, DESAMOR Y VIDA

PRÓLOGO DEL POEMARIO: PARA TI MUJER...

(Ensayo sobre el amor)

Buscar el amor es perseguir la felicidad; sin amor o con desamor la pena es cierta. El amor y el desamor, la felicidad y la pena, son afluentes que configuran el río de la vida, cuyo cauce de cantos, rimas y leyendas, versos y prosa, van modelando los crespones de tierra y de yerbas, de zarzales y de juncales, con los que acompañar la espiritualidad de los álamos rectilíneos, episodios rumorosos, donde el sol, fluido de fuego, atrae la pureza de la luna hasta desgajar, verso a verso, la composición del poema.
La cantiga del amor se sale de la dimensión propia del poema para sublimar lo humano; el sentimiento de un ser por otro ser, sin más; con todo el boato de gestos expresados en la acuarela de la propia relación: ilusión, ternura, admiración, entrega, servicio y más, muchísimo más; tanto, que anegaría la constelación hasta llegar al infinito.
Dar por dar sin esperar recibir es el axioma del amor más intenso y desinteresado, amor en estado puro, considerado en una sola dirección y que cuando confluye en reciprocidad, es el cenit que puede conducirnos al éxtasis e incluso a la locura por la propia evasión de la realidad; ahora bien, la naturaleza se encarga de minorizar la grandiosidad de esta bella locura con sus peñascales de egoísmo, que forman el tío vivo de la antiutopía, el tormento, la posesividad, los celos, el nihilismo y demás consecuencias intrínsecas de la triste realidad que llevamos dentro los seres humanos.
Abrir la puerta del corazón y vivir la fuerza que fluye por sus caminos es ser juglar, que despierta sobre la plaza medieval de los sentidos para, sobre los espejos de la luna, vivir versos que cobran vida, destellos que, como rayos de sol, gritan a nuestras carnes, en vendaval una veces de brisas, otras, de gozos y sombras, según enfile la veleta de nuestros pasos.
El árbol, pergamino que cobija el recorrer del día y de la noche, bebiendo sentimientos que prendan el poema églogas, romances, coplas- todo un bullir de palabras con las que decir amor o desamor, risas o lágrimas, besos o desprecios, realidades o quimeras; se hace un devenir de arcos ojivales que van formando los cauces de nuestras vivencias, semillas de arco iris después de aguaceros rugientes.
Dicen que la cometa está sobre los cielos, que respira a impulsos del viento, que llena de piruetas de besos la luna y que refleja los ojos de una mujer en las aguas cristalinas del riachuelo. Todo es una danza continua como las llamas vivas de las hogueras que queman la noche de San Juan, noche mágica, noche de enamorados, noche de desvelos y sueños, porque a la algarabía del ritual del fuego le sigue la espera de la amada tras los cristales de su balcón, tapada por las íntimas sombras de su alcoba, el pulso se le acelera mientras escucha los murmullos de la calle mezclados con los latidos de su corazón, los mozos, entre los que va su galán llevan la verbena a su puerta, impregnada por las esencias de las acacias, a decirle el himno del arrullo, del gemido del viento, de la poesía del corazón desbocado. Allí la más pura belleza se desnuda en exaltaciones de pasión.
Epopeya de amor es la arcilla en manos del alfarero, caricias que eclosionan sobre nuestros cuerpos, a puñados de deseo, mientras danza la rueca y una menina llora por no estar en el lienzo del pintor; las niñas juegan al corro, los enamorados se arrullan bajo el farol y un desenamorado llena de lágrimas las calles estrechas de la ciudad ó, orate de rosas silvestres, vuela por todos los campos en purgatorio de soledades; las gentes descorren las nubes de la cotidianidad, anónimas, mientras los días van rielando.
El amor para la vida, el desamor para el sufrimiento y con la muerte llega el silencio. El sol borra las nubes, las nubes se visten de negro y esconden al sol; la música despierta el silencio y así, una concatenación de hechos, violetas y flores del azafrán, con las que tapizar los lechos de los enamorados.
Sobre el páramo infinito un lago de sangre, campo de amapolas, fruto del desamor y sobre los caballetes, las risas de los desenamorados, se petrifican como estatuas de sal; pero no es un reflejo, un fuego fatuo, una visión de la irrealidad, porque pasos sin amor no hacen huella sólo marcan las orillas de la soledad, del ripio, de la individualidad.
El amor, irresistible, anula el raciocinio y nos puede llevar al desorden interior. Turbados por todos los silencios que van apagando nuestros fuegos, vamos viviendo las más de las veces, rutina y sufrimientos, marasmos de una sociedad imperfecta que nos lleva a la umbría de la soledad. Aquí aparece el pedestal, silencioso e inmóvil pero de una belleza íntima comparable a la sinfonía del otoño, pedestal de arpas que vivir, que soñar, que resucitar en expresiones serenas, pupilas donde se reflejan tus atardeceres sacándote la melancolía de tu claustro derruido.
Bajo el crepúsculo del amor surgen esas llamaradas devastadoras que arrasan los cuerpos, inciensos undosos nacidos con la hipérbole de las caricias, la onomatopeya del beso, la paronomasia del contacto de los cuerpos y así llegar a confluir en la ampulosidad del placer más vivo.
Amor y desamor son vida con mayúsculas, un vivir desviviéndonos, un ir y venir de la paleta al lienzo, abriendo los ojos a la sinfonía del cuadro, memoria de soledades, festejo de sueños que conjuran la nostalgia, la palabra cálida, la hondura metafísica del pergamino donde los soles de la urgencia de la piel ahondan en los acentos del arpa dormida, danza de festejos lascivos, láudano de sol recién salido, erotismo de océanos inmensos.
De la clandestinidad de las tinieblas hasta el disco ígneo del sol va discurriendo la cometa de la vida, cantos de pasión, delirio vital, juguetería discontinua de melancolía; yo la vida que te acosa, por el contrario, tú la muerte que atrincherado resisto, en esta fogata de urgencias que nos quema, que nos alimenta, que nos llora, que nos lanza a la inmensidad de lo divino.
¿Y mis campos? Sus ciclos vitales de vida y muerte, esa fuerte obsesión mía, de ver nacer y morir las flores, de extasiarme con el mutante policromado de mis paisajes, se hacen hoy elegías de vida, amanuense de ecos líricos, institución de magisterio cotidiano pergeñado sobre pérgolas de dudas, lindes de lo humano.
Silbos de esencias elegiacas, ansío, son los pétalos de rimas que voy desvistiendo de mi interior como se desnuda la rosa en el rosal; composiciones de arte menor sin la pretensión que pasen a la posterioridad, considero estas estrofas diálogos internos que se me escapan al calor del cuaderno, ensueños en burbujas de humo se elevan por la chimenea de mi lapicero; material humano, poesía-vida, fantasmagoría de sentimientos.
Mi modesto Santo Grial, como rimador, es el divertimento propio, las soledades compartidas con mis versos, el construir, el destruir, el llenar la papelera de papeles estrujados cuando las musas se ausentan; en fin, toda la parafernalia del quiero y no estoy satisfecho. ¡Cuánto tiempo quemado haciendo la queimada de mis vivencias, mis sueños, mis alegrías, mis miedos!
La abeja libó todas y cada una de las mil flores que hay en mis montes, mis vegas y mis páramos para con ellas ofrecerte, lector / lectora, su miel; yo, modesto, sólo os ofrezco los versos de este poemario.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.41
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