Desnuda, bella, dormida... te contemplo mientras con tus ojos cerrados te deleitas en un mundo fantástico de sueños. Susurras frases que no entiendo, pero me suenan a palabras de amor. Tu mano pequeña descansa sobre la mía y de vez en cuando la aprieta suavemente e imagino que sueñas que caminas de la mano con migo.
Que hermosa eres, sin pudor, natural. Tu cuerpo relajado sobre la cama, sin mantas ni sábanas parece el desierto dorado y sinuoso donde quisiera perderme para siempre sin miedo a morir de sed y calor.
Cuando duermes te relajas, ya no cubres con vergüenza tu cuerpo y me permites adorarte y ser curioso de cada uno de tus rincones. Mirar con atención tus piernas y tus caderas de curvas armónicas. Quedarme en tu ombligo, tan chiquito y redondo, solitario en el centro de tu abdomen.
Tu rostro de dulces facciones descansa hundido entre tus cabellos de oro, desparramados sobre la almohada. Tu nariz se asemeja a un pequeño tobogán, donde resbala la punta de mi dedo suavemente.
Eres dulzura que se expande y brota de tu piel como un manantial. Suspiras y entreabres tus ojitos para mirarme con tanto amor que no puedo más que sonreírte. Tu boca, toda mía, me regala un beso, y tu cuerpo entero un abrazo.
¿Qué puedo darte a cambio de lo que me das? Simplemente todo, todo lo que soy.