Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Sin Clasificar

EL CAMPO

Cubierto como esquimal, en medio de la urbe remojada por la lluvia, y pintado por el cenizo color del cielo, dudaba sí había un Sol detrás de aquella porosa confusión de niebla; y que el calor y color, era sólo una ilusión...
Por ello, cubría mis días, además de con trapos, de todo aquello que destilaba armonía y belleza, como la música de Gluck, o los poemas de Withman... La frescura del arte.
Aun así, empapado de sentimientos y sabiduría, pensaba que no es lo mismo beber agua, que verla o escucharla, sobre todo si estás sediento. No era igual. Era como ver por televisión a bronceadas chicas en traje de baño, en un clima cálido y dorado, acompañadas por la alegría de un ambiente juvenil, pero, sin poderlo disfrutar. No era igual...
Pensaba en las estaciones que marchaban fielmente como rueda de molino, pulverizando día tras día los momentos que vivimos, dejando como harina el pasado que acumulamos en la memoria y, que noche a noche pesan más y más... hasta aplastarnos y enterrarnos.
Era un esclavo del tiempo, de las estaciones. Era aquel que abre la boca y anhela recibir tan sólo las migajas de la creación...
Siempre, en la vida de los seres que cuestionan el sentido de la existencia, les llega un ángel vestido de trajes dorados y celestiales alas, que se llama idea, ilusión, esperanza... Y alumbra, y despierta, y da sentido al empujón por quebrar la inercia de la diaria realidad...
Pensaba que estaba en una trampa, como aquel gato que corre tras una brillante lata atada a su cola... sin entender que, nunca la podrá alcanzar...
Cuando se enciende la inquietud, por saber, por entender, por conocer...; aquel ser, detiene su divina procesión que, como sabemos, va hacia un mismo abismo, y se dice a sí mismo:
- ¿Y si hoy no hago lo mismo? ¿Y si busco aquello que anhelo? ¿Y si escapo dejando todo atrás...? ¿Qué podría suceder?
De allí, a escapar de la cola, o el rumbo inercial, hay un solo paso, y ese... Muy pocos lo dan... ¿Por qué?... Porque tememos lo desconocido; al igual que un perro que ha crecido en una jaula, y sale de ella; se verá que todo su ser destila temor, y tiembla como una rama remecida por el viento, y de miedo se orina por las nuevas experiencias, nada le es cómodo, seguro, todo le es diferente, sus valores han cambiado, teme a la libertad. Así es al principio... Luego que respira aquel aire, asume aquellos olores, escucha aquellos sonidos... Se va, pero, sino encuentra "aquello" que gozaban en su jaula, regresará... ¿Y qué es aquello? El calor, y el olor del afecto. "Aquello" no se exhibe sobre anaqueles de bodegas o farmacias; y es más, no está, necesariamente o constantemente, en los placeres del cuerpo... Está perdido en un estado del alma transgresora, esperando el reencuentro, mientras tanto, así es la forma en que le llegan las cosas, a tropezones, oliendo a usado y sucio, pero con la esencia, el aroma y la chispa de las migajas del afecto.
Así existen seres que llevan en su alma, en su la naturaleza, la respuesta a su inquietud, y por ello es un transgresor... Conocer. A pesar del temor,... su libertad; y a pesar de romper las miserias de las copias de afecto, que recibe por los mismos viciados canales,... su libertad. Conocer.
Aquel día trabajaba como autómata cubierto de tantas ideas y trapos, y poco antes de salir, sentí un dolorcito en la cabeza, y me desmayé. Cuando abrí los ojos, aún estaba en mi trabajo, tirado en el suelo, para suerte mía nadie me vio... Nunca me gustó preocupar a mi familia, y pasé un momento por la Clínica. Después de narrarle mi experiencia al doctor, me hice unos análisis para descartar algo serio, al cabo de unas horas el doctor me llevó a su oficina, y me dijo:
- Señor... ¿Tiene usted familia?
Su miraba traducía malas noticias, y pensando en no preocupar a mi gente, le mentí...
- Tiene cáncer, y le sugiero que se interne al momento - Salió de su oficina en busca de una enfermera... y no sé por qué, sentí un hormigueo en todo el cuerpo, y me fugué, como si así pudiera escapar de aquel cañonazo que cambió por siempre mi destino.
Cuando estuve lejos de la Clínica, no sabía a donde ir, pues aquella noticia me desgarraba en pedazos, tenía que tomar prontas decisiones... Más calmo, decidí ir a mi hogar, sin tener la certeza en lo que debía hacer... Cuando llegué, encontré a mis hijos con sus berrinches y su habilidad para negociar su afecto a cambio de sus gustos, los vi tan vivos, tan necesarios, tan lejanos que, la emoción me embargaba... Luego vi a mi mujer con su rostro gastado por los años, diciéndome con su voz cotidiana:
- Viejo, qué te sirvo... ¿Lo mismo de ayer? Dale viejo, que tengo flojera...
Me acerqué, y traté de besarla con ternura, sin mostrarle mi desgracia.
- ¡Qué té pasa mañosón, anda y mira la televisión, para que se te pase la calentura! Ya sabes que si quieres tu conejito, tráele su zanahoria, y, envuelto en papel de regalo y con la cara de Washington. Sí viejito... Dólares, ¡Viejo verde! ... - Me dijo, y riéndose se alejó de mi presencia.
No me hastiaba escucharla, ni me ahogaba los humores familiares, como antes... Mi cabeza era como un tambor, y mi corazón como un jarrón vacío... Acongojado, fui a mi cuarto a descansar, y aunque mi hogar apestaba a comida y a problemas, sentí que era algo único... Pensaba que era un egoísta al no explicarles mi oculta desgracia, y hacerlos desgraciados; de pronto, nació el anhelo por escapar con mi desdicha, hacia remotos lugares, coloreados aires, gente desconocida...
Siempre pensaba antes de dormir, y mi cabeza parecía una olla de presión con sesos, y en medio de aquel proceso, una lucecilla encendió mi alma, y escuché el llamado: “Huye... Huye... ”
Antes del amanecer, y cerciorándome que durmiera mi mujer, salí de la cama; y en silencio me despedí de ella y de mis hijos. Como un ladrón saqué algo de dinero que guardaba para emergencias, y como un cobarde, escapé de mi hogar... Garuaba por las tristes calles, y el frío abrigaba mi soledad; caminé hasta llegar a una esquina, y encontré el refugio de un coche.
- Lléveme hacia el Terrapuertos, por favor... - le dije al chofer.
Apenas llegué, vi un Bus con un letrero en su parte superior: LIMA-IQUITOS; no lo dudé, y compré un boleto. Para mi suerte, el carro partió a los pocos minutos, dejando atrás todas mi huellas...
Viajé por horas hasta encontrar el amanecer, con su celestial cielo y sus perfumados aires de jazmín, con su tierra rojiza adornada por su viva espesura verde, y con el marrón de sus árboles de pelucas verdes, matizados por los colores de sus flores; lo único inerte y desafiante, era la pista en que viajaba...
Después de dos días de peregrinar sin saber cuando parar, pasé por un lugar desolado y con muy pocas viviendas, me sentí compenetrado con aquel olvidado pueblo, y le dije al chofer:
- Por favor, déjeme aquí...
Mientras el Bus se alejaba, escuchaba su mecánico sonido que, se ahogaba en el océano silencioso del valle, hasta hundirse en la verde espesura, dejándome en un teatro florido de aves e insectos, que con sus cantos, bailes y picaduras, despejaban mi nueva realidad... Me fascinaba el meneo de los arboles, el siseo de sus hojas, como si se contaran íntimos secretos... y sentí que perturbaba su armonía y su silencio. Comencé a observar todo aquel valle lleno de colores, olores, y su inmensidad maternal me arrulló...
- ¿Cómo no te conocí antes?- Le dije
Caminé sin rumbo hasta llegar a un río, y me encontré con unos nativos vestidos de claros trapos y graciosos sombreros de paja, que les cubrían del Sol; me dieron la bienvenida ofreciéndome jugosas frutas, y se alejaron... Me acerqué al río y reposé un momento. El griterío de unos niños que alegremente bañaban sus desnudos cuerpos me despertó; parecían pescados, se tiraban, se hundían, se reían... era hermoso ver sus cuerpos dorados por los rayos del Sol... Bordeé el río, hasta encontrar a un grupo de nativas lavando sus ropas sobre una gran piedra; la estrujaban, la golpeaban, la exprimían, y la colgaban sobre unos ramales, mientras conversaban me pareció escuchar en ellas la voz maternal del campo... Se desnudaron y bañaron, luego, se echaron en la orilla del río, dorando su gastados y rollizos cuerpos, y sus senos colgantes como ubres de vaca, y sus inexpugnables rostros como la cumbre de una montaña...
Seguí bordeando el río, y encontré un acantilado, la visión fue tan sublime que parecía el baño de un dios... Me sumergí desnudo en aquellas aguas... nadando hasta llegar al acantilado, sintiendo sus chorros que caían impiadosos sobre mí... Bautizando mi pasado, mi presente y mi futuro... Descansé en el río hasta que el Sol se puso, y con hambre busqué alimento que encontré esperándome, regado en todo aquel florido valle, cogiéndole y saciándome, en natural comunión...
Caminé hasta llegar a una montaña, y sobre una madera leí: CUIDADO CON EL OSO. Mientras subía por un camino bordeado por grandes Helechos, encontré a las plantas Sensitivas que, al tocarlas recogían sus tímidas ramas sobre sus tallos, se veían mariposas de colores, como el arco iris, que alegremente se posaban sobre mí; de pronto, escuché los gruñidos del oso, y a lo lejos lo vi, tratando de coger los frutos de un Papayal... El oso me olió y me miró, se paró sobre sus patas, y comenzó a gruñirme, mostrando su poder...; lo miré, mostrándole que no temiera de mi, y seguí mi camino, ante su agresiva mirada... Ya casi oscurecía, y a lo lejos vi la luz de una casa, y en su entrada sobre un letrero se leía: NECESITO JORNALERO. Sonreí de mi suerte, cogí el letrero y entré en aquel caserón... No sé por qué, mi pasado se me hizo como un mal sueño, y cada paso era como despertar a un nuevo día... a una nueva vida...
No sé cuanto tiempo ha pasado desde que llegué; tengo ahora una nueva familia, y diariamente después de laborar, ya sea arreando mulas, sembrando trigo, cosechando maíz, me baño en el acantilado, y luego, regresando a mi casa me encuentro con el oso que ya no me gruñe, y ya no me teme... Aprendimos que no hay que temer, cuando se acepta el regalo de la vida, y de la muerte...
En mi hogar me espera la comida, la ropa limpia, mis hijos, y mi mujer... Por la noche salgo con ella hacia el río, y sin prejuicios hacemos el amor, sintiéndome pleno, feliz, y en paz... Antes de cerrar los ojos, me pongo a pensar: "Hoy vivo... Mañana, no lo sé..." ; y cuando los cierro, duermo tranquilo sin saber si los volveré abrir... Aprendí en el campo que: no existe nada que no tenga remedio...

Joe 25/08/03
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 4368
  • Fecha: 15-09-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.71
  • Votos: 52
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5023
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.117.100.190

1 comentarios. Página 1 de 1
javier
invitado-javier 24-09-2003 00:00:00

Me ha gustado la idea, pero nunca me gusto los cuentos fantasticos. Mas o menos Javier

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033