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Hay que vivir para comprender...

Alguien me dijo una vez: “Cada edad tiene su encanto”. Son alguna de esas frases que, en un recóndito lugar del subconsciente, se guardaron intactas, tal vez porque no estábamos seguras de aceptarlas o porque algún día las repetiríamos convencidas y en el momento justo y especial.
¿Cómo o cuándo se muestran sonrientes y seguras de su verdad?. Eso lo determina la vida, el mágico regalo que nos hizo el Señor; ese don misterioso que nosotros conservamos a pesar de los períodos negros en que deseábamos no vivir ya.
Habré andado por los años inocentes, en los que la única meta y preocupación era no dejar un minuto vacío de juegos y travesuras; porque el miedo no era dueño de nuestras personitas. El mundo era un inmenso patio soleado, de igual manera si el día estuviese radiante o el cielo tronase o mojase con furia.
Miraba a mi abuela, en un trajinar agotador, preparándonos alguna de las delicias que sólo ella era capaz de hacer, cuando pensé en invitarla a que sustituyese a mi primo Sergio en ese juego de las escondidas. Es que se había escondido tantísimo, que era de sospechar que se hubiese ido tras de la rubiecita del frente, a quién acabábamos de ver pasar rumbo al almacén.
-¿Para qué? – reflexioné muy sabiamente desde mis escasos años; - si las abuelas sólo trabajan y cocinan- ¡Me dio tanta pena que la vida de la abuela fuese así de aburrida... !
A la noche, en la hora consagrada a los cuentos e interminables preguntas le dije, en una expresión de deseo y con toda la crueldad de los que no saben aún medir las palabras, no querer llegar nunca a su edad y que sería niña eternamente.
Ella me miró con su sonrisa amorosa, esa que parecía haberse adueñado de su rostro por siempre, a la vez que afirmaba: “Lo que uno realmente quiere, con sólo proponérselo mucho, lo logra”.
¡Qué feliz me sentí ese día!... ¡Dueña de la mágica fórmula de la niñez perpetua!
Pasaron años...; disfrutaba a pleno de mi juventud, alternando estudios con fugaces romances, fantasías y planes estrambóticos; días de melancolía inexplicable con noches de bailes desenfrenados, cuando recordé aquella ingenua intención de quedar por siempre en la niñez. ¡De cuántos momentos emocionantes me hubiese perdido!
Pensé en la tontería que le había dicho a mi abuela, no sin dejar de compadecerla todavía pues ya la veía algo encorvada y trabajando siempre para mimar a sus nietos más pequeños. Ella tampoco podía ya enamorarse o bailar... - ¡Qué vida tan monótona la de su edad!. En un arranque de lástima quizá, fui a visitarla, cosa que no hacía tan seguido ya. Quería reírme junto a ella de los tiempos de mi niñez recordando mis travesuras. Y allí fue cuando le dije que la juventud era la edad más encantadora.
Fue en ese momento y de su persona que oí esa famosa frase: -“Cada edad tiene su encanto” – a lo que agrego – “El andar de la vida te lo enseñará si sabes ver lo positivo que hay en cada una de ella”.
No muy convencida me despedí hasta quién sabe cuándo y continué transitando mi camino a la adultez sin mayor ni menor contratiempo que cualquiera.
En el trajinar de llegar a una profesión, formar un hogar, criar a mis hijos y la alegría de verlos crecer sanos y buenos, vivía aceptando mi edad y pensando que ésta era mejor que la anterior. Más esa frase se presentaba de vez en cuando como un chispazo de algo indefinido; pero yo segura siempre de no querer llegar a la época en que no hubiese planes, la capacidad de asombro se esfumase, en que sólo me quedase cocinar para mis nietos.
Pero es ahora que a esa frase ¡la entiendo y comparto plenamente!
Sucede, nada más ni nada menos, que hoy, a los cincuenta años, soy abuela de un ser que, si bien aún no ha nacido a este mundo, ya vive en las entrañas de su madre. Y es él quien me embarga de alegría, emociones y planes. Infunde fuerzas nuevas a mi espíritu, aquellas que creí perdidas hace un tiempo. Y me es muy fácil comprender porqué los primaverales años de mi hija, hacen brotar también en mí sus tiernas hojas de verde claro y prometedor.



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Datos del Cuento
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