Transcurrían las 6 de la tarde, el viento soplaba fuerte desde el oeste, la
recogida de bandera se llevaba a cabo, aquel mecanismo primitivo que consistía en que un almirante recién ascendido arriaba la bandera por un mástil de doce metros de altura. Era asombroso, pero la comunidad militar no había aprobado el mecanizar este sistema, se había hecho así antes, se hacía así ahora y probablemente se seguiría haciendo de la misma forma en un futuro.
Tras el sonido de las trompetas, todo quedó en silencio en el patio central
donde se alzaba la gran estatua, situada en el centro, de Frank Ronalson, quien muy a pesar de todos había fallecido en unas circunstancias que aun no estaban muy claras.
El patio central se componía de unas grandes zonas ajardinadas siempre en
torno a la gran estatua de piedra, tras las cuales lindaban las áreas de formación y agrupación de soldados, tanto los días de paz como los días de guerra. Para completar el patio central, se encontraba rodeado en su parte derecha por unos edificios de oficinas, por los grandes almacenes y los bloques de departamentos habitados por los soldados.
Pasado un minuto de silencio, todos los soldados presentes rindieron homenaje a la estatua de Frank Ronalson.
Ronalson tenía el lujo de observar desde esa altura ya que seis años atrás, el
general y científico, había descubierto con su grupo de investigación la forma de hacer frente a una de las mayores preocupaciones de la escuela militar: el mantener a los soldados frescos durante el máximo tiempo posible que pasaban fuera de sus casas.
No todo era silencio en las instalaciones militares, por el pabellón B7 corría muy acaloradamente el Teniente Howard, su paso era lo suficientemente ágil como para suponer que lo que había sucedido en ese pabellón de máxima seguridad debería estar en manos de alguno de sus superiores.
Howard pasó su tarjeta de bioseguridad por el lector e introdujo un código que hizo encenderse una pequeña luz roja encima de la puerta acorazada. El teniente resopló y se mordió el labio superior, su nerviosismo no le dejaba actuar con la máxima destreza, así que se tranquilizó todo lo que un hombre en su situación podía conseguir y volvió a probar la combinación de cuatro dígitos. Tras encenderse la esperada luz verde, acercó uno de sus ojos negros al escáner de retina, que tras el proceso de reconocimiento y verificación en la unidad central, por fin abrió la puerta.
Howard echó a correr al instante, pensó que nunca había corrido tan rápido en su vida.
A continuación subió las escaleras que llevan al complejo G, donde se llevaban a cabo las reuniones y juntas de altos cargos. Tras conseguir atravesar la última puerta de un total de cuatro que le separaban de llegar a las oficinas, alzó la vista y localizó la del General Perskin.
Howard era un hombre de unos treinta años de edad, originario de Alabama,
donde había tenido que dejar a su familia para poder llevar a cabo su carrera militar. Licenciado en Química molecular por la universidad de Columbia, inició su carrera militar tras terminar sus estudios. El Teniente era un hombre fornido, de estatura media y de piel morena, lo cual le hacía diferenciarse del resto de sus compañeros por ser el único teniente de color que había en estas instalaciones.
El agitado Teniente se acercó lentamente a la puerta de la oficina del General pensando con detenimiento lo que tenía que decir y como tenía que decirlo para que sonara de la mejor forma posible. Sus grandes manos se aproximaron al pomo y con un giro limpio de muñeca se abrió. Alzó la vista y al hacerlo, se encontró al General Perskin reclinado en su butaca de cuero negro.
El despacho presentaba un ambiente tranquilizador, el General se había ganado la reputación de ser un hombre meticuloso y perfecionista. Las paredes estaban repletas de una forma muy ordenada de una docena de medallas y otros tantos diplomas.
-Permiso mi General – dijo Howard en un tono algo acelerado.
-Adelante Teniente. ¿Qué necesita? – preguntó Perskin.
-Señor tengo que contarle algo gravísimo que ha ocurrido en el laboratorio de
Biotecnología – dijo Howard sin poder aguantarse más.
-Tranquilo Teniente, tome aire y cuénteme – le dijo el General en un tono vacilante.
El Teniente se aproximó a la silla de madera que estaba destinada a las visitas, apoyó sus manos en el respaldo para tomar asiento, pero pasados dos segundos de meditación decidió permanecer de pie ya que su nerviosismo no le permitiría estar sentado por mucho tiempo.
-No sé por dónde empezar mi señor, el caso es que se trata de Silvana y Zacarías, ¿se acuerda usted de ellos? Son los dos chimpancés que tenemos en el laboratorio. Esta mañana, cuando llegue a mi puesto, observé que Silvana estaba más intranquila que de costumbre, pero no le di mucha importancia. Al cabo de treinta minutos oí gritar a mi compañero, me acerque corriendo y vi como Zacarías tenía el brazo del Dr. Mantin entre sus potentes mandíbulas y no paraba de presionar. Así que no quedándome otro remedio, cogí un descargador eléctrico y le propine sucesivas descargas hasta que lo
soltó – el Teniente tomó aire y prosiguió.
-Pasado el susto y después de ayudar a mi compañero, me dispuse a analizar la sangre de Zacarías, como había quedado algo aturdido de las descargas eléctricas, pude extraerle la sangre sin problemas. Tras analizarla, pude comprobar que tenía un índice de Fixina superior al normal. A continuación, recordé el nerviosismo que presentaba Silvina y procedí a examinar su sangre obteniendo los mismos resultados, 7,3mg de Fixina por cada litro.
-¿Qué me está usted intentando decir? ¿Qué un par de míseros monos han tenido un subidón de azúcar? – dijo el General mientras resoplaba con aire tranquilizador.
-No mi señor – prosiguió el Teniente cada vez más nervioso – La Fixina no es azúcar ni mucho menos, se trata de un fármaco proteínico de clase E12 que fue sintetizado para contrarrestar los efectos producidos por la famosa fiebre africana, que se manifiesta con un estrés general con valores por encima de la media normal, acompañado de intensos dolores de cabeza, paranoias pudiendo derivar en algo más grave, como fue el caso de nueve de nuestros hombres hace unos meses. Este fármaco formo parte del Proyecto Cedar Mill, que básicamente consistía en aplicar un antidepresivo a los soldados destinados en las zonas centrales y del sur de África.
Perskin se rasco la cabeza con su mano derecha como si no entendiera la agravante situación que acababa de exponerle el Teniente, miró fijamente a los ojos del joven y prosiguió:
-De esos nueve muchachos que usted me está hablando, ya se hizo cargo el
departamento de Seguridad Nacional, por lo que no tiene porque darle mayor
importancia.
-Señor, perdone mi atrevimiento, pero creo que usted aun no se hace a la idea de lo que esto significa – dijo el teniente en un tono autoritario.
El joven Howard empezó a caminar de un lado para otro tras hablar así al general. Le miro directamente a los ojos esperando la respuesta, el cual continuó rascándose la cabeza sin prestar mucha atención. Mientras tanto el Teniente continúo:
-Hace aproximadamente unos cinco meses este departamento estableció un contrato con la farmacéutica Ceblanc Medical Corporation por el cual nuestro fármaco pasaría a comercializarse para uso domestico, con el fin de poder...