Hace mucho tiempo atrás, nacieron dos preciosos bebés, el mismo día, uno en la mañana, Kalil y el segundo lo hizo en la tarde, Kaled. Crecieron fuertes y sanos, en familias que vivían en los lados opuestos del pueblo, ambas casas de muchas reputación y poder. Kalil y Kaled eran dos niños tan activos que ya se notaban sus preferencias. Kalil siempre estaba dejando manchas por todos lados y se sentaba a escuchar el piano de su padre; a diferencia de Kaled que siempre que podía se escabullía a buscar palos, siempre, estaba coleccionándolos. Eran dos infantes impredecibles. En su cumpleaños número cuatro, algo sucedió en el pueblo sin que ellos o sus familias se enterasen, nació una hermosa niña en el centro del poblado.
- ¿Cómo la llamaremos, su mamá ya no esta con nosotros para decírnoslo? Usted debe hacerlo, señor.
- Se llamará Azim, princesita bonita, como su madre –dijo un calmado padre- como su madre.
Azim eres un niña muy linda, ya habían pasado 9 años desde su nacimiento y se pronosticaba lo bella que sería de grande. Tenía los ojos color ébano, un brillo en la mirada que iluminaba todo recinto a donde ella entraba, bucles negros perfectos y suaves, siempre sujetos en finos lazos de colores. Le gustaba bailar, ir al parque con su papá, que él le leyera cuentos al dormirse, era una hermosa niña muy amada, querida. Una tarde mientras estaba en el parque, jugando en un columpio, llegó a sus manos unos palitos largos con plumas en uno de los extremos, no sabía de quien eran, así que por pura diversión decidió romperlos. Se bajó del columpio y se fue corriendo a la banqueta de enfrente. Estaba por hacerlo cuando una mano más grande y fuerte la hizo retroceder.
- No lo hagas, por favor, son los únicos que tengo, mi padre no me deja pintar y esos pinceles los hice yo mismo –tenía los ojos llenos de lágrimas-.
- Este bien, yo te los guardaré y cuando quieras pintar, le dices a tu papá que vas a visitarme a mí.
- No creo que él quiera, ni siquiera sabe que te conozco.
- Entonces dile que visitarás a la hija del General Fernández, así no podrá oponerse. Y si no nos volvemos a ver en este tiempo, te los entregaré cuando ambos seamos gatos, no lo olvides. OH papá ya estás aquí –dijo volteando a ver a su padre que regresaba con dos helados- te presento a mi amigo.
- Me llamo Kalil, pero todos me llaman Kal, señor.
- Mucho gusto jovencito, pero debemos irnos.
- Un momento, ¿dónde vives niña?
- Claro, lo olvidaba, vivo en la casa frente a la catedral. Adiós Kalil.
- Adiós, niña –dijo mientras veía como ella se alejaba contenta hacia su casa de la mano de su padre.
A pesar de las palabras de Azim, Kalil no se apareció nunca en su casa. Ella le había pedido a su papá, que comprara lienzos y pinceles nuevos, y él que jamás le había negado nada, accedió. Pero Kalil nunca llegó. Lo esperó siempre, todas la tardes luego que su institutriz se iba, ella retornaba al cuarto y veía los pinceles con tristeza, recordando los ojos caramelo del muchacho, por eso, le había dicho lo de los gatos, su papá decía que todos los que tenía ojos color miel, se convertirían en gatos en su siguiente vida. Ella siempre lo esperó y Kalil nunca llegó, y así pasaron los días, meses y años.
Azim cumpliría 15 años en una semana, y su padre le había organizado una linda recepción donde estarían todos los personajes notables de la ciudad, ella le pidió que buscara a Kalil, que lo encontrara. Un día antes de la fiesta, su padre le dijo que eso había sido imposible, que parecía que al niño se lo hubiera tragado la tierra. Eso entristeció a la pequeña princesita, como le decía su padre, sin embargo no podía explicarle a él como le había dolido semejante desilusión. Al día siguiente, al ponerse su vestido, lucía como toda un princesa, se había soltado los negros bucles, su piel estaba totalmente sonrosada, y era muy suave, el vestido la hacía parecer una mariposa saliendo de su capullo. Al bajar del brazo de su padre, vio al final de la escalera un joven que estaba esperándola, ella emocionada le dijo:
- ¿Es posible que ese joven sea Kalil?
- Lo siento princesita, no lo es, ese joven se llama Kaled, es el hijo del Alcalde y se ofreció a ser tu chambelán esta noche.
Al llegar hacia donde estaba Kaled, él le sonrió, ella lo hizo también, se dio cuenta de lo bello que era, era de facciones fuerte, el traje que llevaba delataba su instrucción en colegio militar, alto, apuesto, gallardo, el hombre perfecto, pensó Azim. Kaled por su parte, también estaba anonadado por la belleza de Azim. Bailaron, hablaron, rieron toda la noche, hasta el amanecer. El le contaba sus aventuras, mientras ella solo sonreía, estaban encantados, ilusionados. Pasaron muchos años, Kaled y Azim se casarían en poco menos de un año, ella tenía 25 años, él 30; eran la pareja perfecta, nacidos el mismo día, con la misma fortuna y claro su boda era el principal acontecimiento del pueblo. A ellos eso no les importaba, se querían mucho, descubrieron con el tiempo que no podía pasar mucho tiempo separados, se tenía confianza y sobre todo, no había secretos entre ellos, bueno solo había uno. Azim jamás le contó acerca de Kalil, quería guardar aquellas memorias para ella sola.
Kalil, ese niño temeroso, de ojos miel; era ahora un apuesto joven de 30 años, había salido del pueblo apenas cuando cumplía 14 años, lo enviaron a un internado fuera del país, contra su voluntad, pero claro, eso jamás le importó a su padre. Ahora que era mayor, se había dedicado con pasión a la pintura, durante mas de diez años había recaudado la fortuna suficiente para regresar al pueblo y casarse con la única niña con la que había soñado desde aquella tarde en el parque. Hoy, su pequeña niña debería estar convertida en toda una mujer, él regresaría, se lo explicaría todo y se casaría con ella, si su padre seguía siendo tan importante en ese pueblo, pedir la mano de la pequeña no sería problema, a menos que ella lo haya olvidado.
Meses antes del matrimonio, una tarde, Kaled y Azim estaban paseando por el parque, felices, hasta que a ella se lo ocurrió subirse en el columpio y él fue a conseguirle un helado. Estaba Azim disfrutando de la brisa sobre sus pómulos, con los ojos cerrados, hasta que dos manos se cerraron en su cintura y la bajaron de golpe del columpio. Al abrir los ojos, vio a un hombre totalmente desconocido, sin embargo vio dos ojos color miel, aquellos ojos que nunca había olvidado. Se le fue el miedo, la invadió la alegría, los recuerdos de aquella tarde hace más de quince años, las lágrimas estaban a orillas de sus ojos y solo pudo decir.
- Hasta que los dos seamos gatos.
- Pequeña, deseaba tanto verte, volver a verte. Tengo mucho que contarte y explicarte.
- Yo… no puedo. Si hubieras vuelto a casa en esos días, ahora no, lo siento, debo irme –y con lágrimas rodando por su mejilla se fue-.
Entonces él decidió contárselo todo al padre de la pequeña, por su parte, el General le contó de la espera de la princesita, y le dijo que se casaría con Kaled, que era un buen hombre, militar, y se querían mucho. Kalil desesperado por la noticia, se refugió en su casa. Azim lloraba día y noche, amaba a Kalil, lo había esperado muchos años y ahora, ella estaba comprometida con Kaled, a quien apreciaba mucho y sería incapaz de hacerle daño, no podía simplemente huir con Kalil, no sería justo. Debía casarse.
El General presentó la situación ante Kaled y este dijo que haría cualquier cosa para ver feliz a Azim, incluso dejarla ir. Entonces en secreto planeó una fuga con Azim, le dijo que se irían lejos, lejos de Kalil, aunque esta decisión le dolió mucho a la muchacha, aceptó. La tarde acordada ella subió al tren e inmediatamente se quedó dormida entre un mar de lágrimas, y no vio subir a Kaled. Al despertarse, vio al lado, el cuerpo muerto de Kaled, y espantada, quiso salir huyendo hasta que se dio cuenta que ella estaba convertida en una gata negra y a su lado había un gato con ojos color miel. El lugar donde se hallaba el cuerpo de Kaled se había convertido en un rosal bellísimo. Ahora Azim había cumplido su promesa gracias a Kaled.
Estarían juntos de nuevo, cuando ambos sean gatos.