Era una tarde parda y fría de invierno como la mayoría de las de diciembre. Pero esta tenía algo especial. . .Los niños esperaban con impaciencia que llegara la noche porque al día siguiente sería Navidad.
Esos regalos que le piden a Santa. Claus, que les hacen tanta ilusión, muy pronto (en caso de que se hubieran portado bien todo el año) les llegarían.
Hace muy pocos años, Sta. Claus se portaba muy bien conmigo. Siempre tenía en su saco algo de lo que yo imaginaba y pedía.También a veces me regalaba otras cosas de las que yo no había pedido, pero igualmente me encantaban.
Todo cambió a partir de que una niñita comenzara a dar señales de vida en mi hogar.Al principio era todo muy bonito y como era muy pequeñita, pues casi yo mandaba sobre ella. Después se volvieron a cambiar nuestros lugares. Siendo yo el que más de una vez tenía que dejar que sus sueños, los de mi hermanita se hicieran realidad.
¡Qué insoportable! ¡A veces sólo le apetecía cosas incoherentes, con muy mal gusto para mí, chiquilladas!. Claro que yo disfrutaba también mucho con ella, pero cuando yo dirigía el juego, pienso que eso es lo que más nos gusta a todo los niños.
Bueno, pues, llegó el día en que debía de aparecer mi regalo. . . ¿cómo?. . .¿que a mí qué es lo que me regaló? Pues nada, absolutamente nada ¿porqué? No lo sé. . . Mi comportamiento fue bueno durante todo el año, excepto cuando le quité la cabeza de la muñeca preferida de mi hermanita, imaginaos cual era, habéis pensado correctamente, era la Barbie. La niña se puso a llorar chillando, un poco más y acaba por dejarme sordo.
Sin embargo, a ella le regaló tres muñecas. Os podéis imaginar cual fue el comportamiento de una niña de cuatro años durante todo un larguísimo año. Si ¡tres Barbies de esas tan pesadas que tanto yo odio!.
Pero eso no fue todo, hacía escasas horas en que yo había escrito mi carta de Reyes. Curiosamente llegó a manos de mi querida hermanita y me la rompió a trocitos. Era muy difícil reconstruirla, parecía un rompecabezas de cien piezas.
En fin, ¡felicidades Noelia! ¡Lograste ponerme de muy mal humor!. Fue entonces, cuando mi cuerpo (como poseído) se dirigió hacia sus queridísimas Barbies (sin yo quererlo ¿eh?). Me pasaba por la cabeza desde volver a quitarle las cabezas, o sustituyendo sus brazos por sus piernas . . . (¡qué sádico!). Pero mi sueño se estropeó cuando oí unos pasos muy cerca de mí, era mi madre quien me detuvo de tal acción que repito, yo no deseaba tanto, era más mi cabezonería junto con mi cuerpo.
Pues bien, me castigó sin ordenador durante ¡quince días! Y eso que no llegué a realizar ningún acto . . . Aún me quedan tres días, se me hacen interminables.
Espero que igual Santa Claus, se lo piense un poquito y para el próximo año me haga más feliz, al fin y al cabo, no soy tan malo.