Esto que estoy viviendo es como un largo sueño del cual muchas veces quiero despertar y otras investigar más.
Quiero compartir mi historia con todos los seres que leen mis cuentos y poesias, para que hagan un alto y mientras su cuerpo descansa, alimenten su espíritu porque es éste el que sigue existiendo cuando la materia se termina. Al decirles seres, no lo hago despectivamente, lo hago porque infiltrados, pueden estar seres de otras galaxias, a los que les debemos toda esta gama de tecnología.
Les voy a hablar de aquel edificio que tiene rostro de muerte para los que ya no quieren tener ilusión y no quieren luchar, porque hay quien les dice "hasta aquí llegas" y les hacen perder las esperanzas a las que todos tenemos derecho. La gente que trabaja ahí se vuelve dura, se acostumbra a vivir con seres que caminan por caminar, que hablan por hablar, que lloran por llorar, que parecen zombis, a los que se les cae el cabello, cuya piel se vuelve amarilla cerosa y cuya mirada está siempre cansada, pero con una ilusión de que lo que recibe, sea quimioterapia o radiación, una operación o simplemente una pastilla o inyección; calmará su dolor y por que no, una palabra de aliento, que tan sólo les diga "va a vivir mucho tiempo", aunque sea solo una paradoja.
En el edificio con rostro de muerte, habitan o transitan caras conocidas que yo ignoraba que también tenían cáncer. Hay niños, jóvenes y ancianos de toda condición, en la larga fila del dolor. Blancos, negros, indios, cholos, ricos y pobres; todos sentados en salas según el tratamiento que vayan a recibir… pero ahí nadie es distinto. A todos nos une algo, todos conversan sus síntomas y recomiendan algún paliativo para poder calmar los achaques. Otros se miran mudos.
Algunos se ponen de pie, se pasean y esperan algo que los saque de este limbo.
Hoy conversaba con una señora joven que me decía “lo que más me preocupa, es con quién voy a dejar a mi niño, si me muero es tan “pequeñito” Le dije señora, el cáncer para mí es como una gripe no contagiosa, se multiplica día a día y la gente tiene temor de decir lo tengo. Y no es culpa de nosotros ni de nadie que el cáncer se cure o no, yo estoy agradecida a mis médicos que han sabido darme la medicina, que me han hecho sentir bien siempre. Y sé que por lo menos en este preciso momento, ya estoy curada, porque tengo fe, porque estoy segura de que Dios existe y que esta enfermedad nos sirve para que nuestro espíritu sea más fuerte y que nos hace ver lo bella y perfecta que es la vida. Si por alguna razón algo se nos había pasado inadvertido, lo observamos y lo disfrutamos; por eso, señora, mire para adelante y piense que todo esto va a pasar y DELE GRACIAS A DIOS POR EL MINUTO QUE VIVA, DESPUES DEL QUE ESTA VIVIENDO” Esa es mi frase y es lo que yo hago al llegar y pasar por todo esto, hasta llegar a mi sala donde debo darme radiaciones. Entro y pienso que todo esto es una gran estación de ferrocarril y que estamos esperando para recibir un ticket para distintos vagones, que sé yo, uno de días, otro de meses, de dos años y medio, de cinco y quizás estamos salvados.
A veces me revelo y pienso, qué les pasa a estas personas, los médicos? Con qué derecho pueden destruir ilusiones? Acaso un título los endiosa y pueden ponerle el fin como lo hacen los jueces cuando sentencian a una cámara de gas o a una silla eléctrica, o como lo hacían los antepasados en una horca? No hay derecho de matar las ilusiones porque cuando uno está moribundo la vida, nos lo deja notar.
Por eso, mis amigos, para mí ese hospital no tiene rostro de muerte tiene la cara del Arcángel San Miguel, porque nos quita del camino el obstáculo que no nos deja tener esperanza. Cuando yo entro en el edificio de la muerte, soy feliz, no de ver el dolor ajeno, si no de saber que en la vida, lo único que no se pierde, es la esperanza. Y por supuesto, si al levantar la vista al cielo y en el ves la imagen de DIOS te prometo que esta contigo y solo el te podra ayudar.
Pinka Mystify
5-2-2003