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El vencedor vencido de la guerra

n suave, delicioso y atractivo olor se respiraba en aquel majestuoso, compacto y verdusco manto formado por una diversidad de plantas de gigantescas y diminutas dimensiones, de troncos lisos y ásperos. Sus ramas flameantes parecían comunicarse con el cielo.

Vivía en aquel lugar, angelicales criaturas: tucanes, palomas, codornices, loros, venados, osos... que alegraban y perfeccionaban el paisaje con sus cantos y bramidos melodiosos. Todos formaban una codiciable sociedad, comparada solamente con el admirable paraíso, donde todo era perfecto: un mundo lleno de vida, armonía y felicidad, de paz y libertad; un lugar donde todos compartían la vida y cada uno velaba por el bien de los demás.

En esta admirable e inexplorable población del Chaupe, Chinchiquilla, Manta y Corcobao, un día llega Eduardo, a veces inteligente y otras veces rudo. Dios no dudó en entregárselo un día a Eduardo todo lo que ahí había.

Claro que los jefes de la comarca al principio no admitían aquella presencia: hostilidad tras hostilidad . Se originan los primeros y largos enfrentamientos. Torrentosas lluvias, salvajes fieras caen en la lucha, cedros y milenarios romerillos van desapareciendo poco a poco; ríos de oro y fuego van perdiendo su fuerza como el Chinchipe y el Amojú.

Entonces minúsculos soldados encabezan y dirigen la resistencia; se enfrentan y luchan contra Eduardo. Batalla tras batalla, derrota tras derrota... centenares de años se mantienen. Eduardo en la ofensiva, siempre recurriendo a su inteligencia y a veces a su rudeza, pero firme como el cerro Silaca o el Corcobao.

Pasan los años y Eduardo se convierte en avasallador y homicida, autoritario y soberbio. Ganó paulatinamente la guerra y se impuso como absoluto rey de la población aquella. Los jefes y guerreros, al verse derrotados recurrieron a Eduardo para firmar un pacto de armonía, convivencia y respeto mutuo; más, él, creído y victorioso, actúa libre y sin cuidado, no le interesa las propuestas. Hostiga con machete, hacha, motosierra y escopeta; pasa por el fuego a todo cuanto encuentra a su paso.

- ¡Homicidio! ¡Homicidio! ¡son sus hermanos! ... se escuchaban voces; pero Eduardo no hacía caso. Cientos de años y la guerra continúa, innumerables víctimas, incontables pérdidas, sociedades enteras de especies desaparecidas, algunas sólo 2 ó 3 sobrevivientes, otras se ahuyentan y vuelan lejos, muy lejos para nunca más regresar. El compacto manto verdusco ahora se deshila, casi nada queda de ella.
Por la injusticia y la impiedad de la guerra, el Dios que acompañó y guió a Eduardo por estas tierras, hoy lo abandona y se apodera de este lugar dioses malignos que amenazan la existencia de Eduardo: Desde el Silaca y el Corcobao, desde el Amojú y el Chinchipe, los pobladores sobrevivientes exclaman: -¡Homicidio! ¡Suicidio! ¡Que horror! ¡Eduardo gana la guerra y se auto destruye!- y sabían lo que decían...

Es que Eduardo siempre peleó y mató a sus vasallos que le servían y le daban la vida: Actuó con inteligencia y a veces con rudeza, pero su soberbia lo empuja a destruir todo.

Entonces se escucha más voces de protesta y alarma: -¡El mundo se está acabando!, Eduardo lo destruye -. Aparecen pacificadores y mediadores de la Paz.

- Alto, el vencedor está vencido, Eduardo se está suicidando, se desangra.

Flamea una gigantesca bandera blanca; jaenos, chotanos y cutervinos se pronuncian, se pronuncian también los americanos y el mundo entero. Flamea una gigantesca bandera blanca; Los san ignacinos se pronuncian con más fuerza, pero son reprimidos por Eduardo, encarcelados, condenados por ‘traición a la patria’. Eduardo sin darse cuenta se queda solo, los pocos vasallos sobrevivientes ahora lo abandonan, tratan de salvar su vida huyendo muy lejos, donde Eduardo no les puede alcanzar.

La soledad no solo le trae tristeza, sino hambre, sed; es el momento en que por fin, bajo la sombra de la única balsa que quedaba y acompañado del ruido de la nada en la noche, Eduardo mira las estrellas y piensa en todo lo que hizo.

Por fin vio que no puede vivir sin los árboles, que necesita de las aves y de los animales, de los insectos que vuelan de flor en flor haciendo posible la vida; que necesita de los ríos y quebradas. Entonces Eduardo llora...con inteligencia y rudeza mordiéndose los labios a cada cosa que añoraba; todos se han ido y está solo, ya no hay más pradera, ya no está más el canto angelical de las criaturas.

Entonces destruyó sus armas, cambió su vida, y como el animal más indefenso fue en busca de todo aquello que antes había perseguido a muerte sin piedad, quizá la actitud que tiene ahora Eduardo haga revivir con inteligencia y con rudeza. Y con la misma energía que antes destruyó, hoy da el primer paso camino a la vida, camino al bosque.
Datos del Cuento
  • Autor: Chavelo
  • Código: 1026
  • Fecha: 11-01-2003
  • Categoría: Educativos
  • Media: 5.73
  • Votos: 74
  • Envios: 2
  • Lecturas: 9434
  • Valoración:
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