Lecbo cap. 10 (final)
Estamos desayunando los cuatro cuando golpean la puerta de la cabaña.
Abro y dos payasitas se presentan.
Las payasitas – Señor, sabemos que usted tiene dos hijitos y queríamos invitarlos para nuestro show, dentro de media hora.
Rubén – Eso no será posible porque tenemos una excursión a caballo dentro de quince minutos pero si tienen una función más tarde...
Las payasitas – Tenemos otra a las dos de la tarde y a las cuatro.
Nosotras somos varias más y cuidamos y entretenemos a los niños.
Rubén – Dime dónde queda y los llevaremos a la tarde.
Me explican cómo llegar.
El Vikingo y Caperucita que vieron los trajes de colores de las payasitas se paran de la mesa y vienen a ver.
Las payasitas los saludan y le regalan un globo a cada uno.
Ellos se ven tan contentos. Se muestran los globos uno al otro. Ríen felices.
La mamá (con mucho tino) los llama para que terminen el desayuno.
Caperucita – Rubén... ¿Es verdad que vamos a ver a las payasitas después?
Rubén – Pueden apostar.
Vikingo – A mí me gustan los “pasachos”
Nuevamente llaman a la puerta.
Esta vez es el guía que nos acompañará a los establos.
Nos vamos con él.
Al llegar a la loma volteo para ver las cabañas.
Julieta y los niños hacen lo mismo.
Todo el conjunto parece incrustado en la nieve. Los techos cargados. Blancos por la nevada, algunos cedros con nieve y también hielo.
Esas cabañas se parecen a las del cuento de Pablo Neruda que alguna vez le regalé a Julieta... ¿O acaso son las mismas?
Miro a Julieta... ella entiende.
Sonríe, sabe que no va a “morir lentamente”, ella no... tal vez otra.
Cuando llegamos a los establos nos sorprendemos porque las caballerizas están en cuevas y los caballos están muy cómodos y abrigados durante la noche.
Hay otras personas que también van a la excursión.
Todos nos saludan efusivos. Soy el “sepultado vivo” que ellos y Julieta salvaron.
Yo monto con Caperucita detrás y Julieta con Vikingo.
Al verse montados sus caritas se iluminan. Y nerviosos hablan entre ellos y ríen.
Comienza la excursión. La vista de los valles es espectacular.
Julieta - ¡Mira! Esas casitas en las cuevas son como salidas de un cuento. ¡Qué belleza!
Caperucita – ¡Vean al conejito que va por allá!
El Vikingo – Yo “quiedo” manejar el caballo.
Rubén – Haremos esto. Yo me bajo del caballo y tú lo “manejas” y paseas a Caperucita.
En la carita le amanece un sol.
Lo saco del caballo de Julieta y lo monto en el mío. Le doy las riendas y yo el freno. Él cree que tiene el control y está que revienta de contento. Yo camino llevando el freno.
Disfrutamos mucho ese paseo.
Creo que lo incluiremos en la “luna de miel andariega”.
Rubén – Dime Julieta... ¿Tú sabes que te amo?
Julieta – Me lo dijiste muchas veces... eres tú el que no sabe que te amo.
Rubén - ¿Y como cuántas veces me lo dijiste tú a mi?
Julieta – Esteeeee... ¿Ya viste lo bello que se ve el Sierra Nevada?
Miro al Sierra Nevada – Es muy bello Julieta.
El guía – Aquí había un puente y se podía pasar al otro lado del abismo.
Malos recuerdos para mi ese “puente roto” y también “al otro lado del abismo”.
Todos se apean del caballo para tomar fotos.
Yo pensativo y triste me siento en una roca.
Julieta me ve desde unos seis metros y me dice – No estés triste que todos estamos del mismo lado del abismo.
Le respondo con un sonrisa y vuelvo a bajar la cabeza... Cinco segundos después recibo una bola de nieve en la cabeza.
Miro y claro, es ella haciendo otra bola.
Yo también hago una bola y al rato todos estamos en una guerra “blanca”.
Como en toda guerra nadie sabe quien comenzó a disparar... yo sí.
En medio de la batalla la corro. Ella cae a la nieve y yo encima a besarla. Está desternillada de risa.
Así no se puede... me contagia la risa.
Dos cabecitas se asoman y ... ¡Plaf! Me trago una bola de nieve y Julieta otra (adivinen quienes fueron).
Hacia el mediodía estamos de regreso. Aprovechamos a almorzar en un pequeño restaurante.
Luego llevamos a los niños a ver las payasitas que los cuidan y entretienen.
Julieta y yo nos vamos tomados de la mano a caminar un poco.
Llegamos otra vez a aquella loma... miramos las casitas y nos besamos.
Siempre que la beso huelo su perfume... el de su piel. No hay ninguna flor que iguale su fragancia y ninguna podría porque el suyo... es perfume a “mujer”.
Nos sentamos en un tronco caído viendo el arroyito. El fondo de cedros y montañas es hermoso.
La tomo de la cintura y nos vemos a los ojos. Me acerco lentamente a sus labios.
Ella espera. Mira mis labios y otra vez a mis ojos. Cierra los suyos.
La beso tres o cuatro segundos... me alejo de sus labios solo un centímetro. Otra vez nos miramos con pasión. Vuelvo a besarla intensamente.
Lentamente nos vamos poniendo de pié para abrazarnos con fuerza. Ella acaricia mi nuca... yo la aprieto contra mi sexo.
Uno de los vecinos nos grita - ¡Hola “resucitado! Veo que está entrando en calor.
Rubén – Es que me quedé “sin aire”... Julieta me estaba ayudando.
El vecino – Bueno, sigan con el “boca a boca” y suerte.
Rubén – ¡Gracias otra vez “vecino”!
Julieta aprovecha la interrupción – Cuando volvamos a Murcia...
Rubén – Tú y los niños volverán a Murcia, yo partiré al aeropuerto de Barajas. Tengo que volver a mis negocios.
El rostro de Julieta se descuadra. Mira a la nada y menea lentamente la cabeza en gesto de no... retrocede.
Sus ojos se inundan de lágrimas. Mira a su alrededor buscando no se qué.
Le hablo pero no me escucha.
Entonces ve aquella capilla que parece un chalecito suizo.
Empieza a correr.
Rubén- ¿Qué te sucede Julieta?... ¿a dónde vas?...
Voy tras ella.
Julieta entró en la capilla.
Llego y ella parada en el pasillo central busca con la mirada a no se que santo.
La capilla está vacía.
Rubén – ¿Para qué entraste aquí?
Se abraza de mi y llora desconsolada.
Julieta – No quiero que te vayas... no quiero. Sé que me voy a morir cuando te vayas.
Rubén – Tengo muchas cosas que arreglar “allá” pero volveré... te lo prometo.
Julieta – Quiero rezar... quiero pedir para que vuelvas.
Llora sin consuelo y habla entrecortado. Se arrodilla en un mar de lágrimas.
Me paro delante de ella – Si vas a rezar... rézale a “Ella”... pídele a “Ella”.
Julieta entre sollozos - ¿Por qué a la Virgen María?... ¿Por qué a “Ella”?
Rubén – Piensa Julieta. ¿Quién más que “Ella” escucharía tus ruegos?... Nadie allá en el Cielo escuchará tu plegaria como “Ella”.
- ¿Acaso no recuerdas el nombre de sus padres... los recuerdas?
Julieta piensa, busca en su memoria, cierra los ojos en busca de concentración. De pronto sus ojos se abren y se agrandan... halló la respuesta.
Asiente con la cabeza, me mira y rompe a llorar otra vez.
Para quienes no sean católicos les digo que los padres de la Virgen María son... “Ana” y “Joaquín”
¡Shsssssss! Julieta está rezando...
Nota del autor: Para quienes no hayan entendido el final les cuento que el nombre completo de Julieta es Ana Julieta Torres y el de Rubén, Joaquín Rubén Robledo.
Por un beso enamorado hay que ponerse de rodillas, claro que sí.