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Categoría: Hechos Reales

LOTERIA

A las cuatro de la madrugada el mercado está lleno de gente como si se tratase de un mediodía colmado de sol. Eusebio el mercader de verduras llegaba exactamente a la hora de siempre y así lo había hecho durante veinte años, algunas ocasiones solía quedarse a dormir tendido en una hamaca bajo un techo de improvisados ramajes, pero siempre con el olor del café despertaban los seres con una arenga de pájaros y ladrido de perros dispuestos para la jornada de sudor diaria; Eusebio llevaba una guardacamisa amarilla la cual apenas podía cubrir la mitad del abdomen, inhalaba un habano y tarareaba una canción, esos veinte años también había permanecido apostando a los dados en las noches de juegos perdiendo y ganando mucho dinero, emborrachándose, jugando billetes de loterías los cuales luego aparecían apuñados en el bolsillo de los pantalones sucios como si se hubiesen escondido de la suerte, algunos terminaban sin siquiera mirarlos en la basura donde se agolpaban decenas de lechugas descompuestas y tomates deslucidos. Últimamente Eusebio casi no dormía soñaba con delirio con el gran premio de la lotería Nacional, año tras año compró con dedicación los billetes esperando el premio mayor, no llegando en forma alguna, más sin embargo nunca dejó de adquirir el numeral deseado, durante esos años trabajaba apegado a la promesa de comprar un numero y la esperanza de una ilusión desmedida, a veces cuando se emborrachaba miraba cuantos números había comprado y los lanzaba al aire como si promulgaba con esa acción el triunfo, algunos ya no eran jamás tomados del suelo y se perdían a la suerte. Esa mañana se arengo las mangas de la camisa y mientras llevaba unos guacales de verduras al viejo camión envió a uno de sus hijos por el radio. La hora de la lotería era puntual: 12m. Había pensado viajar hasta el poblado mientras escuchaba el sorteo diario, si lograba acertar los quince números habría nacido a una nueva existencia sin los sudores cotidianos, sin las madrugonas atado al viejo negocito donde solía depositar el apio y la cadenciosa auyama, sería un hombre nuevo, siempre sus sueños habían girado alrededor del posible numero ganador, por lo tanto una vez cumplido y logrado ganar tendría el mundo a sus pies. Se detuvo frente a un pozo de agua de invierno dibujado en el asfalto lavando su rostro y sus manos y tomo el antiguo aparato donde oía una música bullangera semejante al ritmo de salsa caribeña, prosiguió la caminata hasta el camioncito al cual logro arrancar después de un cambio de palancas en el arranque el cual casi desprende el piso del vehículo, prefería las alfombras asombrosas descritas por sus abuelos durante la infancia, abuelos los cuales recordaba cuando se embarcaba en el camioncito destartalado donde transportaba la mercancía de la semana. El camino al conuco era todo de tierra y debía transitarlo para recoger en el rancho porción de la cosecha para venderla luego en los anaqueles del mercado, la salsa seguía sonando en la emisora, Eusebio tarareaba el coro, pronto llegaría la hora de la lotería, la hora esperada. Machucha era una morenaza compañera diaria de su labor, siempre lo acompañaba ida y vuelta en busca de la mercancía, durante la travesía lo llenaba de besos y abrazos, cariños los cuales le hacían evaporar el pasaje de maltratos de la mala vida y los licores. La muchacha introducía su mano sagaz a través de la bragueta del pantalón, el ritmo bullanguero se oía apenas entonces y el camino era más corto, muchas veces habían escuchado el resultado de las loterías en un orgasmo, en la celebración sexual de una fiesta aparcados a orillas de la carretera de tierra, pero esta vez el presentimiento proseguía, Machucha reía a carcajadas……….La gran noticia llego a través de la bocina de radiodifusión mientras besaba a Machucha, el número exacto fue dibujado por la voz al otro lado, los quince números, terminaba de convertirse en uno de esos millonarios absolutos de un día para otro, pronto estaría rodeado de lujos y exquisiteces del mundo fuera de los anaqueles del mercadito el cual durante veinte años apaciguo el hambre, ya no limpiaría en las tardes el suelo pisoteado y cubierto de basura, ahora con ese premio gigantesco podría vivir sus últimos años sin ninguna necesidad, hombre y mujer prosiguieron el camino aunados de la mayor felicidad, pronto llegaría a la hacienda donde aguardaba su hijo de apenas veinte y tres años quien era un profundo enamorado de los oficios campestres pero quien últimamente había vivido el desconsuelo de una soledad plomiza entre los limites de aquella naturaleza, pronto le daría la mejor de las noticias, eran ricos, inmensamente ricos, ya no mas trabajos duros, ya no mas manos callosas sufridas por la siembra, solo de ahora en adelante el disfrute del placer del dinero…….. prosiguieron el camino después del deleite orgásmico, ya a la entrada de la hacienda llamaron a gritos a Ernesto pero sin lograr respuesta, Eusebio decidió bajar de la vieja camioneta, dio unos diez pasos hasta la puerta principal y toco con angustia, en la mente dibujo un episodio inesperado, el corazón comenzó a latir rápido como una yegua desbocada, golpeó la madera con desespero, Machucha había dejado de reír, la expresión del rostro asomaba preocupación, tal vez miedo, Eusebio se abalanzó contra la dureza de la madera cerrada, uno, dos, tres porrazos, hasta el momento donde la puerta cedió apareciendo colgando de una viga del techo Ernesto, el único hijo de Eusebio, la rabia y el llanto se apoderaron de ambos, estaban sorprendidos, silentes, Eusebio abrazo el cuerpo inerte de Ernesto, no respiraba, inmóvil, el tiempo de muerte tal vez coincidía con la enunciación de los quince números de la lotería, Eusebio cayó de rodillas lloroso y oro por primera vez en la vida: Padre nuestro de los cielos….
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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1 comentarios. Página 1 de 1
julia
invitado-julia 12-11-2013 23:47:13

es educatibo

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