Aún sigue latente en mi memoria, resisitiendo los embates del olvido.
Había estado mucho tiempo durmiendo, demasiado, y el invierno del Hombre cada vez azotaba con más crudeza a los pueblos. Pero un día, el gran oso siberiano despertó y con un grito que resonó en toda la Tierra, llamó a su pueblo. Hombres y mujeres de las fábricas y los campos acudieron en miles, portando orgullosos martillos y hoces, y siguieron al animal en un largo viaje.
Así, el ejército rojo, las huestes de los proletarios, recorrieron Europa y atravesando el océano, llegaron hasta el nido del águila americana. Al ver que intentaban derribar el imperio, el Capitalismo intentó vencerles con embargos y deudas externas, pero al final, el viento de las estepas logró disipar la terrible niebla que surgía de aquel nido de víboras, y el producto del trabajo y las riquezas volvieron a ser de los trabajadores y los humildes.