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Categoría: Hechos Reales

Aldo

Luego de dos años de vacilaciones, decidí estudiar derecho. Me pareció la más viable de las carreras tradicionales. Me hubiera gustado estudiar letras o filosofía, pero mi padre no iba a financiar una carrera humanística. Fue precisamente él quién recibió mi decisión con un sorprendente entusiasmo. De inmediato se contactó con un primo suyo para conseguirme ubicación.
Jorge y su esposa Elena, vivían en una casa moderna y agradable, que contaba con una planta superior, equipada y con entrada independiente.
Jorge, a quién apenas conocía, fue a buscarme a la estación. La ciudad me pareció enorme. Yo apenas me había movido de mi pequeño pueblo, lo más importante que conocía era la capital departamental.. Por falta de conexión con mis compañeros, no hice el viaje de fin de curso a Bariloche, ¡eso si hubiera sido un cambio!
La timidez era una coraza difícil de desprender. Tenía la impresión de que, lejos de casa, en una ciudad grande, todo iba a cambiar. Aunque no lo dijo, mi padre debió pensar lo mismo.
Elena era sumamente agradable. Me recibió como a un sobrino favorito y me invitó a cenar. Algo que repetiría sin tener obligación, ya que lo que mi padre había arreglado era la pensión. Del resto debía encargarme yo.
Luego de la cena, Jorge me acompañó al piso superior, al que se accedía por una puerta que estaba al lado de la principal.
-Bueno, Aldo, por ahora todo esto es tuyo. En un mes volverán los sobrinos de Elena. Ellos también estudian y viven en un pueblo.
Se despidió con una palmada en el hombro.
Me bañé y me acosté excitadísimo: me sentía desbordado de libertad.
La facultad había organizado un cursillo de pre-ingreso de dos semanas. Pensé que me iba a servir para conocer a mis futuros compañeros: chicas para seducir, chicos para una amistad sincera.
Fui a la primera clase con todos los miedos imaginables......Pude notar que los demás estaban igual que yo. Pero eso no duró mucho. Discretamente al principio, cada vez con mayor fluidez, todo el mundo empezó a comunicarse. Todos menos yo. No supe como. Cualquier pregunta me hacía tartamudear, hasta el enrojecimiento. Si la que preguntaba era una chica, resultaba peor. Terminé sintiendo que todos me encontraban tarado y pueblerino.
Sólo me quedó estudiar. Ni siquiera me invitaron a la reunión que hizo mi comisión cuando el curso terminó.
El lunes siguiente fue el examen. Me pareció facilísimo. Con no poco estupor, vi como muchos copiaban.
La sorpresa fue que a las preguntas específicas, se sumó un cuestionario de cultura general. Lo respondí sin problemas.
Mi vida de relación no experimentó gran cambio. Pensé:- Quizás cuando empiecen las clases.....
Pálido intento de consolarme.
Al fin de esa semana estuvieron los resultados. Las preguntas del curso fueron respondidas por todo el mundo (y claro, si copiaban). Pero las de cultura general habían obtenido un resultado tan deplorable, que hasta habían sacado artículos en los diarios. El día que publicaron las notas me busqué en los transparentes. Había salido primero. Algunos periodistas presentes me entrevistaron. Estaban varios de mis compañeros de comisión. Era imposible no enterarse: me miraban con recelo y desprecio.
Las notas salieron al día siguiente. Mis padres llamaron para felicitar y Elena hizo una cena especial. Pero al irme a dormir, como siempre, me sentí espantosamente solo y fracasado.
Poco después, una mañana, mientras desayunaba, sentí que abrían la puerta y que ascendían varias personas. Jorge y Elena acompañaban a dos muchachos apenas mayores que yo.
-¿Este es el chico prodigio?- dijo uno de ellos.
-Aldo- corrigió Elena- Estos son mis sobrinos, Daniel y Andrés.
Hubo saludos generales, pensé que tal vez podría hacerme amigo de ellos. Se notaba que los animaba una felicidad sin límites. ¿Tendrían un poco para mi.
Quedé un momento a solas con Jorge. Hizo, por lo bajo, un comentario que me inquietó.
-Ojalá que estos malandras no te echen a perder.
No hubo mayores explicaciones a mi mirada de asombro.
Pronto creí entender
La primera noche, asistí a una andanada de bromas, una competencia de eructos y pedos. Yo, pudoroso hasta cuando estaba solo, que al menos me ponía la ropa interior para salir del baño luego de una ducha, los vi pasar sin la más mínima preocupación totalmente desnudos.
La primera mañana, viví la invasión en mi propio cuarto.
Estaba entredormido y sentí que me destapaban y me sacudían.
Abrí los ojos. Era Pablo:-Despertate, che.
Iba a protestar, estaba atónito.
Desde la cocina llegó la voz de Daniel.
-¿Y?¿Se despertó el niño prodigio?¿Usa pijama?
-No, duerme en calzoncillos, y la tiene dura.
Las risotadas fueron monstruosas. Quise tapar la verdad evidente que acababan de pronunciar. Pablo forcejeaba para que me descubriera. Gritó:-Y parece que es vergonzoso. Casi lloro.
-Dale. Madrugamos y compramos facturas. Hoy invitamos nosotros.
Confieso que el gesto me desarmó. Sopesé que efecto podría tener que cerrara mi puerta con llave, no sólo en mis compañeros, sino en mis anfitriones. Pensé sobre todo en Elena, tan gentil.¿Cómo tomaría una muestra de desconfianza hacia sus sobrinos?
Los chicos habían comprado facturas riquísimas, preparado café con leche. Charlamos amigablemente.
-Bueno, capo, nosotros nos vamos, a ver si nuestra facultad todavía existe. Esta noche nos vamos a tomar una cervecita. ¿Dale?
Y se fueron.
¿Las cosas empezaban a cambiar? La frase de Jorge, siempre tan parco, me seguía intimidando.
Hasta la noche, temí que todo quedara en una promesa.
Pero no. Los chicos volvieron, sin abandonar ninguna de sus costumbres. Cenamos con Elena y Jorge. Hubo una linda sobremesa. Hasta que Pablo dijo.- Bueno, salimos un rato. Este chico no salió nunca de noche desde que llegó. ¿A vos te parece?
Y era cierto. Entre estudio y desventura, no había salido nunca, ni a tomar un café.
Fuimos caminando hasta una avenida que tenía gran vida nocturna. Nos sentamos en las mesas dispuestas en la calle de un bar que ocupaba una esquina.
Una excusión con Pablo y Daniel, era recorrer una retahíla de chistes, de anécdotas graciosas, de frivolidades.
De pronto, sentí un montón de bocinas de autos. Una caravana encabezada por una ranchera. Lo que vi, me dejó helado: un muchacho completamente desnudo iba atado en la caja. Desde luego, comprendí que se trataba de una despedida de soltero. Nunca, en el pueblo, estos festejos derivaban en estas exhibiciones.
Sentí curiosidad y a la vez vergüenza. Para colmo, el semáforo detuvo la caravana en la esquina en la que estábamos.
No quería mirar, pero la gente, en general, observaba risueña.
Pablo lo señaló:-Otro boludo que se casa. Se lo tiene merecido que lo saquen a tomar fresco en bolas.
-Más bien, lo sacan a tomar calor.
Yo me había puesto muy nervioso. Intenté disimular, porque sabía que los hermanitos terribles vivían atentos a cualquier paso en falso. Pero creo que no alcanzaron a notar nada, porque se enfrascaron en el relato de todas las despedidas en las que habían participado. Lo menos que le habían hecho a la víctima era desnudarlo en público. Parecían competir en quien relataba la broma más brutal.
-Eso sí- remató Daniel- cuando nos tenemos que empelotar no nos quedamos atrás. Nos llevamos 14 meses, ¿sabés?, yo me quedé a propósito de año para quedar en la misma división. Le apostamos a nuestros compañeros que el día que nos recibiéramos íbamos a dar una vuelta desnudos alrededor del colegio. La noche de la graduación, después de la fiesta, nos fuimos con los compañeros a la puerta de la escuela. Nos sacamos toda la ropa y tranquilamente empezamos a dar la vuelta a la manzana. La mayoría de los chicos había tomado bastante. Cuando nos vieron reaparecer, no lo podían creer. Pero estaban tan para adelante, que nos retaron a que si nos animábamos a dar dos vueltas más, nos iban a pagar toda la cerveza que quisiéramos. Y ahí fuimos. Una vuelta, y cuando terminamos la otra, no los encontramos. Nos quedamos esperando, porque pensamos que se habían escondido. Pero no volvieron y regresamos a casa como estábamos. Nos abrió nuestro hermano mayor, que acostumbrado a nuestras trastadas, no dijo nada.
-Ya era de día-completó Pablo.-Eso sí, desde entonces, en el pueblo no pagamos una cerveza.
La caravana ya había pasado hacía rato, pero los bocinazos seguían resonando en mis oídos.
Nos quedamos hasta bastante tarde. Pasaron otros celebrantes de despedidas, pero esos solo iban disfrazados.
Decidimos volver.
Cuando caminamos dos cuadras desde la avenida, Daniel se paró en seco y dijo.- Aldito, te juego cien mangos a que me vuelvo en pelotas.
A mi el corazón se me fue a la garganta.¿Cómo responder?¿Qué contestar?
-Dejate de joder, che, yo no.....
-Pablo, teneme las pilchas.
Daniel se desvistió, dejándose sólo las zapatillas. Cuando llegó el turno de los calzoncillos pensé que se iba a detener, pero se los sacó con total resolución.
Empezamos a caminar. Ellos iban divertidos, casi como esperando cruzarse con alguien para sorprenderlo. Yo estaba muerto de miedo. Pensé que nos iban a llevar presos. Pero a su vez, por qué negarlo, la situación me ponía morbosamente excitado.
Por el camino vimos alguna gente. Jóvenes que nos miraron con picardía, algún matrimonio mayor que nos observó con reprobación.
Llegamos hasta lo de Jorge y Elena.¿Y si por cualquier motivo ellos salían y lo encontraban así a Daniel?
-Bueno llegamos. Este paseíto me llenó de vida. Aldito, me debés cien manguitos.....
-Pero yo.....
-Ah, no sé. Vos apostaste.
-¡¡¡¡Vos apostaste!!!!
-Y vos recibiste la apuesta. Vamos, charlamos arriba.
Subir la escalera fue como ascender al cadalso o a la guillotina. Tuve la certeza, por lo que había visto, que los chicos no se iban a detener hasta cobrar su apuesta. Me había dejado embaucar como el pueblerino idiota que en definitiva era.
-A ver- dijo Daniel mientras se vestía- ahora no nos vas a venir con que no tenés guita. Pablo, prepará café, mientras me pongo pensar como cobrarme lo que me deben.
Daniel apoyó la cabeza en las manos y puso cara de esfuerzo. Pablo sirvió café para todos. Mi acreedor bebió el suyo de un trago y puso cara de iluminación.
-Ya sé, ya sé. Decime, ¿vos sabés andar en bicicleta?
-Si, pero, ¿y con eso que?
-Vamos a salir a dar una vuelta los tres. Vos vas a ir en pelotas y ....
Protesté. Juro que lo intenté.
-Es eso o cien mangos.
-Esperá. Voy al baño y lo pienso.
Me lavé la cara y me senté en el inodoro. Era una locura. Una idiotez. ¿Y si me animaba? Los cien pesos me hacían falta. Así estuve, hasta que me golpearon la puerta.
-Che, decidite hoy.
Salí y dije: -Está bien.
Dieron un hurra, me felicitaron y fueron a ver las bicicletas que se guardaban en un cuartito del departamento. Ellos habían traído las suyas en la primer mudanza. A mi dieron la de Jorge.
-Bueno, dale.
Me desvestí.
-Vamos, bajemos.
Se me aflojaron las piernas.
-¿No van a llevar mi ropa? Por las dudas.
-No, porque vas a empezar a mariconear que querés que te la demos. Vamos de una vez.
Bajamos. En la calle me ganó una sensación de irrealidad. ¿Qué hacía desnudo ahí? Sentí que me faltaba el aire y me daban ganas de llorar. Pablo me puso una mano en el hombro.
-Eh, ¿qué pasa?¿No ves que nosotros vamos con vos?
Por un momento pareció que me iba a dar un beso en la boca, pero luego se apartó.
Daniel cerró la puerta con llave. Yo me empaqué.
-Acá me quedo.
-¿Si? Entonces van a salir los tíos para verte.- dijo Pablo, se acercó al timbre y lo apretó.
Partimos.
Ellos iban contentísimos, hacían chistes. Yo ya no sabía que pensar. De a poco me fui acostumbrando. Sentir el cuerpo libre, pedalear, el asiento incrustado en el culo, me llenaron de excitación.
Tomamos por calles oscuras. Era muy tarde y no veíamos a nadie.
Uno de los chistes de Daniel fue.-Menos mal que te conseguimos bici, sino te íbamos a tener que llevar en el caño.
No habíamos pactado la duración del paseo. No me importaba.
Los nervios me hicieron tener ganas de orinar.
-La calle es un gran baño.
Elegí un árboles discretísimos. Fue una meada interminable. Los chicos se habían quedado lejos. Cuando los busqué, no los vi. Ahora si empezó mi terror. ¿Dónde estaba? No reconocía las calles, estaba desnudo, era de noche. ¿Cómo volver?
Tuve entonces una violentísma erección. Toda esta situación había logrado excitarme totalmente. Empecé a masturbarme. El mundo a mi alrededor se borraba.Acabé gloriosamente. Estaba disfrutándolo, cuando sentí que abrían una puerta y de una casa, salió un hombre joven. Quedé paralizado. Todavía tenía el pene en la mano, cuando el tipo me descubrió.
-¿Qué estás haciendo asqueroso?
En ese momento sentí timbres de bicicleta. Pablo y Daniel venían al rescate. Empezaron a gritar, y eso me sacó del estupor. Monté la bicicleta, partimos a toda velocidad, con los ecos de las puteadas de mi inesperado espectador.
Ellos se reían....yo también.
-Te hiciste una paja en la calle. ¡Ese es mi pollo!
-Pensé que me habían dejado.
-Mientras meabas, dimos la vuelta a la manzana y te espiábamos desde la esquina. Realmente pagaste la apuesta. Vamos a casa.
Llegamos, subimos, guardamos las bicicletas.
-Me voy a duchar- anuncié dejando al puerta abierta.
Los chicos se asomaron.
-No nos tenés mas vergüenza. Costó pero salió. Hay cerveza de la buena en la heladera para celebrarlo.
-¿Sabés?, en realidad no toqué el timbre de abajo. Fue un truco para hacerte despegar.
-Y te funcionó- dije contento.
-Ya que estamos en tono de confesiones....yo me desnudé a propósito para hacerte desnudar a vos.
Ahí si los miré.
-Y también me funcionó.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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