El Coquí que viajó a la Florida
“Mamá, Borinquen me llama,
este país no es el mío,
Borinquen es pura flama
Y aquí me muero de frío”
(Virgilio Dávila)
En el año 1987 y perdonen la distancia sucedió algo que ha tocado los más íntimo de mi corazón. Una triste y lluviosa tarde de verano mi esposa y yo nos dirgimos a la residencia de una jóven Boricua que su esposa había abandonado, no sabiamos la razón del problema, pero nos dirigimos a su casa por invitación de ella. Lo que a continuación van a leer es la narración de una maravillosa pero casi increible suceso que sólo ocurren en los cuentos de hadas.
Aquel matrimonio que confrontaban problemas en su relación decidió relocalizarse en un lugar de la Florida Central. Llegaron a comenzar una nueva vida pensando que un cambio de ambiente quizá evitaba un divorcio el cual ya estaba próximo a consumarse
Los primeros meses fueron muy agradables para la pareja, todo marchaba muy bien, conocieron nuevas amistades, visitaron casi todos los lugares de recreación que ofrece la ciudad de la fantasía. Pero, detrás de aquella efímera alegría se escondía el deseo de aquel hombre en regresar a su Puerto Rico querido, fueron muchas veces las que le comunicó a su esposa que quería volver, pero, ella se encontraba muy feliz en su nueva residencia y no deseaba volver a la Isla a enfrentar los mismos problemas de los cuales había dejado atrás cuando decidieron mudarse a la Florida. Creo que no importa cual lejos las personas puedan alejarse de sus ciudades o pueblos, los problemas siguen detrás de cada uno de nosotros como una sombra acechando a cada instante y volviendo a perturbarnos nuestra existencia.
Fueron pasando los días en su nueva casa, ella muy feliz, llena de sueños, él incomodo y con deseos de volver a su familia y a sus amistades. El malhumor de aquel hombre era tan cruel y malsano que no pasaba un día en que la acusara de ser la culpable de que él se encontrara en la Florida. Todos los síntomas que esta jóven presentaba eran los de una mujer maltratada, lo podiamos ver en su estado de ánimo, su forma de vestir y la pena que reflejaba su rostro. De una mujer muy delicada al vestir, muy alegre y jovial, vimos a una persona que aparentaba no importarle ya nada.
Conocimos a Vilma por una amiga de la iglesia, fue una amistad casi instantanea, habíamos estudiado en el mismo colegio, pero, nunca habiamos compartido sólo nos veíamos en la biblioteca…pero muy raras veces. Eran como las seis de la tarde cuando llegamos a su casa, la puerta estaba semi-abierta y al tocar el timbre nos invitó a entrar con una voz muy débil y casi inaudible. Acto seguido nos pidio salir a una salita en la parte de atrás de la casa en la cual tenía muchas plantas que había traido con ella de la Isla.
Nos habló de lo sola que se sentia y de lo mucho que deseaba que su esposo estubiera con ella. Nos dijo que a veces pensaba que no valía la pena vivir de la manera que estaba viviendo. “Les voy a decir algo” murmuró con cierto temor, “por favor, no vayan a pensar que estoy loca” Le dimos ánimo para que hablara y manifestara todo el temor que sentía, tardo un poco coordinando sus pensamientos y he aquí lo que nos relato.
“Yo les aprecio mucho a ustedes, por el trabajo que hacen en la iglesia con las parejas, por sus años de matrimonio, sus pasados problemas y por muchas cosas más. Por favor no vayan a pensar que estoy alucinando “
Otra vez le pedimos nos dijera su problema a ver si podiamos ayudarle y acto seguido nos dijo: “Anoche mientras estaba sentada en esta silla mirando las plantas que traje de la Isla escuche un Coquí cantando“. Mi esposa y yo nos miramos y permanecimos callados un momento mientras ella lloraba amargamente, no sabíamos que decir.A veces es recommendable permanecer callado y dejar que las personas digan lo que sienten y solo solidarizarnos con ellas y tratar de comprender su estado de ánimo.
Pasaron unos minutos, pero creo que fue como horas sin cruzarnos ni una palabra, ahí estabamos los tres calladitos, ahora ya no lloraba, solamente respiraba profundo como buscando palabras para tratar de explicar lo que nos había comentado. De momento y de la nada se oyó un..coquí, coquí, coquí, pero no como los que solemos escuchar en nuestra patria, este era un Coqui triste, lloroso, añorando su Puerto Rico. Madre mia me dije, ¿estoy yo también perdiendo la razón?, pero mi esposa lo escuchó también.
Una risita salió de mis labios, mi esposa me miró con algo de coraje pues creía que me estaba burlando de nuestra amiga, les dije…tranquilas ya he descubierto este misterio, aparentemente dentro de las plantas que trajo de la Isla se había colado un Coqui y estaba triste como ella pues había dejado en la isla a su esposo, esta solito como nuestra amiga.
En ese momento reimos los tres, también lloramos de alegría pues nuestra amiga comprendió lo que estaba sucediendo, fue algo maravilloso y una gran experiencia para los tres, el problema estaba resuelto y Vilma lucia más calmada y tranquila cuando nos despetimos de ella..
Pasaron unas semanas y una tarde nos llamó para decirnos que había encontrado al Coquí, pero estaba muerto. En la historia de nuestro Coquí se dice que solamente puede vivir en Puerto Rico, así como el esposo de nuestra amiga que nunca regreso con su esposa y permanecio viviendo en la Isla. Se separaron para siempre cada uno tomó su ruta, jamás les hemos vuelto a ver
Nosotros jamás olvidaremos el Coqui que Viejo a la Florida.
© El Jíbaro de Río Hondo
Invierno 1998
Que historia más conmovedora, es triste en verdad,pero hermosa en todos sus matices.