¿Nunca antes habéis tenido la sensación de que lo que está ocurriendo en el momento ya lo habéis vivido? Creo que se llama déjà-vu, y quizá no le damos la importancia que merece y no es simplemente una sensación…
Marta era una chica morena, de unos dieciséis años que todos los días cogía el metro temprano por la mañana para ir al colegio y por la tarde para volver a casa. Desde que había comenzado el mes de noviembre, era de noche tanto cuando salía como cuando volvía, y eso era algo que no le gustaba, porque el metro a oscuras era bastante más peligroso y misterioso que a plena luz del día, por mucha gente que hubiera y por muy iluminados que estuvieran los vagones o pasadizos subterráneos. Ella intentaba no tenerlo en cuenta y ponerse sus cascos para evadirse del resto de la gente, y así poder pensar en sus problemas, mucho más importantes que la gente con la que compartía viaje. Un día se le olvidó el mp3 en casa y se quedó sin música; no quedaba más remedio que fijarse en el resto de la gente para entretenerse.
Eran alrededor de las siete de la mañana, cuando estaba entrando por las escaleras de la estación del metro; llegaba al piso de abajo y se dirigía al mismo andén de todos los días, con el resto de personas esperando. A Marta no le gustaba ponerse cerca del carril por miedo; se apoyaba en la pared donde solían estar puestos varios anuncios de publicidad. Se entretuvo mirando a un chico de unos veinte años que estaba leyendo una carta y cuya sorpresa quedaba reflejada en la cara, a medida que seguía leyendo; debían ser malas noticias. “Cómo pueden quedar personas que envíen cartas a estas alturas” pensó Marta cuando al girar la cabeza buscando otra persona en quien centrar la atención se dio cuenta de que un hombre de unos cincuenta años la había centrado en ella y no dejaba de mirarla, al principio lo pasó inadvertido y supuso que al igual que ella, todo el mundo tiene derecho a entretenerse en el metro. Se fijó después en una mujer, de unos cuarenta años supuso, que leía uno de esos periódicos que regalaban a la entrada “¿de dónde sacan beneficio esos periódicos si son gratuitos?” reflexionó. Volvió a buscar otra distracción y de nuevo al cambiar la vista vio por el rabillo del ojo que entre la multitud de personas había una cabeza con la mirada fija en ella, pero en el otro lado, “¿es impresión mía o ese hombre antes estaba en otro sitio y también me estaba mirando?”. Decidió pensar que sería una de las paranoias que pasan a esas horas de la mañana y prepararse para el largo viaje que le esperaba en el vagón que ya llegaba. Para mayor asombro, no se dio cuenta de cómo fue, pero alguien tocó su hombro y le preguntó la hora: era él. Al principio al verlo pegó un brinco, pero reaccionó, le dijo qué hora era y no ocurrió nada sospechoso.
El día pasó rápido, y se vio otra vez en el andén del metro para volver a casa, y cómo no, sin música y con la única diversión que era mirar a los demás, siempre discretamente “no como el loco ese de esta mañana” recordó entre resoplidos de aburrimiento. Un matrimonio mayor que comentaba el precio del pan, una panda de amigos hablando del partido de esa noche, un afortunado con un mp3 disfrutando de la capacidad de evasión, y…no, un momento “¿es…es el de esta mañana?”. El hombre todavía no la había visto, pero ahí estaba, en efecto, mirando hacia el suelo. Marta sintió un escalofrío cuando, mientras duraba su sorpresa y no le había dado tiempo a apartar su mirada, el hombre levantó la cabeza y le sonrió con una inclinación de cabeza. Marta se sentía incómoda “¿pensará que quiero hablar con él, o peor, que le estoy espiando?”. Algo nerviosa no se subió en el tren que llegaba, y esperó al siguiente, para dejar que el hombre se fuera y así no coincidir al bajarse en la misma parada. “Mañana no se me olvida la música por nada del mundo, y además, quién me manda fijarme en los demás”. Nada interesante pasó en su viaje más tardío de lo normal, se bajó más tranquila, también bastante más aburrida, y se puso a andar por los pasadizos subterráneos hacia la oscura noche que la esperaba en la calle. Mientras andaba, oía unos pasos ligeros e instantáneos, miró hacia atrás y no vio a nadie “lo que hace el aburrimiento, voy a volverme loca” sonreía Marta. Siguió andando, y dejó de oír las pisadas, pero al rato miró en la pared y vio que no era sólo su sombra la que se proyectaba, sino que había otra muy cercana a la suya y además esa figura… “no!”. Giró por uno de los pasillos y aumentó el ritmo, ya más nerviosa y asustada “no puede ser, antes he mirado y no hay nadie detrás, y por cierto ¿dónde está la gente, es que soy la única que está aquí dentro?” Al meterse por otro pasillo la sombra ya no estaba, y no oía nada así que se tranquilizó y aminoró el ritmo “qué paranoica estoy hoy, pero es que está muy solitario ¿no puede venir nadie?”.Cuando parecía que esta vez sí había alguien más en el pasillo por detrás, que no estaba sola y por tanto a salvo de sus imaginaciones, miró para ver quien era su salvador y se paró de golpe al verlo a él de nuevo. Para no variar, la miraba. Quiso hablar, pero no le salieron las palabras, ¿cómo podía ser? ¿acaso la estaba persiguiendo? El hombre no se paró, pero tampoco dejó de mirarla, de forma que su cabeza giraba a media que se alejaba de ella; paralizada por esa imagen aterradora: un hombre andando hacia delante y mirando totalmente para atrás, concretamente a ella y con esa sonrisa demente que no se quitaba nunca, se divertía viendo el miedo de Marta en expresión de su cara. En cuanto el hombre se hubo ido, ella salió corriendo, a medida que se acercaba a la salida del metro iba sacando el móvil para llamar en cuanto tuviera cobertura y rezó para que hubiera alguien en la cabina de los billetes, pero lo único que había era una maldita máquina automática que jamás podría salvarla del ataque del loco perseguidor. “¿Acaso es un trabajo agotador darle billetes a la gente?¿ porqué narices hacen el metro más peligroso eliminando la poca presencia humana segura que pueda haber aquí abajo?” Por fin salió al exterior y creyó que era la persona más feliz del mundo mientras marcaba el número de su casa cuando alguien la sujetó por el cuello y el móvil cayó al suelo de la oscura y solitaria calle.
Al día siguiente la policía avisó a sus padres, la habían encontrada muerta. Había sido violada, quemada y totalmente descuartizada, además de haber montado una especie de obra de arte con los miembros ensangrentados de su cuerpo, formando un jeroglífico. El suceso era realmente macabro, los padres tuvieron que ser atendidos por psicólogos en el acto y los policías encargados del caso no encontraron ni una sola huella en la escena del crimen, no tenían ningún indicio.
El despertador sonó como todas las mañanas, Marta se vistió, desayunó y se fue hacia el metro. Al llegar se puso el mp3 y comenzó a pensar en sus problemas evadiéndose del exterior. A su lado un chico de veinte años leía una carta sorprendido por momentos, un poco más lejos un mujer de cuarenta años leía uno de los periódicos gratuitos, y un hombre de unos cincuenta años mantenía fija la mirada en Marta sin que ella se diera cuenta. El hombre se movía para intentar llamar su atención, pero indignado observaba como ella sólo pensaba en lo suyo. Al entrar en el vagón se sentó a su lado y le tocó el hombro, como todas las mañanas para pedirle la hora, pero una vez más le ignoró y continuó con su música. Por la tarde, Marta se subió en el vagón y al llegar a su destino y comenzar a andar al ritmo de la música, vio que curiosamente no había nadie más que ella en el pasillo, miró para atrás, tampoco había nadie, “qué raro, esto ya lo he vivido antes”, pensó mientras continuaba andando.