Ésta era una vez el rey de un país que hizo colgar un aviso un día: -Al niño capaz de decirme una buena mentira le daré un gran premio-. Oyeron esto los nobles y oficiales de la corte, y fueron sus hijos a contar toda clase de mentiras al rey, pero ninguna le agradaba. En el mismísimo final se apareció un muchacho pobre.
-Y tú, ¿a qué viniste? -preguntóle el rey.
-Mi padre me mandó a que cobrara una deuda que Su Majestad tiene con él.
-Con tu padre no hay ninguna deuda, tú mientes -contestó el rey.
-Si realmente he mentido, si le he dicho algo falto de fundamento, entrégueme entonces el premio.
El rey se dio cuenta del ardid y repuso con prontitud:
-Me parece que todavía no has dicho ninguna mentira.
-Si yo no he mentido, entonces pague su deuda -acometió el muchacho. Al rey no le quedó más remedio que mandarlo a casa entregándole oro y frutas como había prometido.