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Santiago cuestionaba todos los días a su cruel destino. No entendía por qué su amada había muerto de forma tan repentina. No entendía cómo era posible que ese automóvil la hubiese arroyado, acabando de paso con su vida.
Estaba decidido a hacer lo que fuese necesario para traerla de vuelta, para cambiar su destino.
Una noche, sentado en la barra de un bar, un personaje extraño se le acercó. Llevaba puesto un largo abrigo negro, dentro del cual escondía sus manos. De forma inesperada, este personaje se acercó a Santiago.
Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Santiago se apuró a retirarse del bar. Sin embargo, el hombre del abrigo negro puso sobre su hombro una mano metálica, elegante y robótica. Ante esto, Santiago no pudo ocultar su desconcierto y curiosidad.
El hombre hablaba pausadamente, con una voz grave y melodiosa. Le dijo a Santiago que no tenía nada que temer. Que él era amigo de su esposa. Que no se preocupara, que ella estaba bien.
Santiago no supo qué decir. Ana había muerto hacía meses y ésta era la primera vez que alguien mencionaba su nombre desde el día en el que aquel auto la había arroyado.
No entendía muy bien qué estaba pasando, pues el mismo había llevado a Ana al hospital y se había despedido de ella tras su muerte.
Como si el hombre pudiese leer la mente de Santiago, comenzó a responder sus preguntas una a una, sin que éste las hubiese formulado siquiera. Le explicó que Ana no era un ser humano cualquiera. La madre era una selenita, un ser de otro planeta, y su padre un hombre humano. Le explicó que a los selenitas siempre les da otra oportunidad.
Santiago no sabía si reír o llorar, por lo que permaneció en silencio y dejó que el hombre continuara con su explicación.
Según él, Ana se encontraba en ese momento recuperándose en la Luna. Ella estaría bien, pero jamás podría volver a la Tierra.
El hombre indicó a Santiago que él mismo era un androide amigo de la familia, y que había venido hasta la Tierra enviando por Ana, ya que ella esperaba que Santiago se le uniese en la Luna.
Atónito ante el resto de la explicación e incrédulo ante aquello que le estaba siendo dicho, Santiago solicitó pruebas al hombre de que Ana aún estuviese viva.
El hombre dio a Santiago una pequeña pantalla, indicándole que al día siguiente Ana le llamaría. Si aceptaba contestar esa llamada, sería transportado directamente a la Luna.
Aun no se sabe si aquel hombre dijo la verdad a Santiago. Lo cierto es que, ni su familia ni amigos le volvieron a ver después de ese día.
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