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El Malecon

"...No estés lejos de mí un solo día, porque cómo,
porque, no sé decirlo, es largo el día..."
(Pablo Neruda)











El mar se abre frente a mí, el verano se acerca, pero el frío aún nos obliga al abrigo, es octubre. A lo lejos, debajo de una gruesa capa de nubes, el ocaso tiñe el cielo de rojo, perdiendo el sol en las aguas.

Solíamos ir por las tardes a ver este magnífico espectáculo, a llenarnos de energía, a calmar nuestros problemas; eran tiempos viejos, y aunque no éramos un grupo muy grande, siempre había alguien con quien contar.

Los tiempos cambian, el tiempo pasa; poco a poco fuimos creciendo, llevando nuestras vidas por rumbos distintos: el trabajo, las novias; de repente, ya ninguno volvió más al malecón, por lo menos no en grupo; poco a poco, dejamos también de vernos, de hablar por teléfono, de saber de los otros.

Yo nunca dejé de ir totalmente; paseaba lentamente de norte a sur, de sur a norte; a veces acompañado, las más solo. Un cigarrillo y muchas lágrimas; respondiendo, mirando, preguntando, tratando de encontrar; de resolver...

Fue uno de esos días cuando la vi: sentada entre el pasto, mirando al vacío, soñando. No me acuerdo bien si era alta o baja; sólo me acuerdo que era de piel blanca, de cabellos lacios y oscuros. Era una imagen conmovedora: el mar, el viento, la tristeza; era la mujer perfecta. Me quedé observándola por largo rato, absorto, tratando de entrar en sus pensamientos, tratando de descifrar su vida.

Sin darme cuenta había avanzado casi hasta su lado; creí que no se había percatado aún de mi presencia, cuando de pronto me dijo:
- Imagínate poder llegar hasta el fin mismo.
- ¿Hasta el fin mismo de donde? - pregunté.
- Hasta el fin mismo de todo- dijo- ahí donde el sol se funde en el mar, donde empieza y termina el mundo; donde comienza y acaba la vida...
- ¿Qué vida?- Le dije en voz baja.
- La nuestra- respondió- la que ya no viviremos juntos, la que perdimos por que tú tardaste en llegar.

Fue entonces cuando me di cuenta, era ella; era ella a la que había estado esperando, era ella a la que soñaba noche tras noche, la que siempre estuvo ahí, pero, nunca supe reconocer.
- Ahora es tarde- continuó- me tengo que ir.
Sin siquiera voltear, se levantó y se fue. Su imagen se fue perdiendo entre la bruma, la penumbra y la distancia. Nunca más la volví a ver.

De vez en cuando sigo volviendo a aquel malecón, respiro el mar, recibo el viento y me acuerdo de ella; siempre me hago las mismas preguntas: ¿cómo sería llegar hasta el fin mismo?, ¿Hasta el fin mismo de donde? ; y siempre me respondo lo mismo: hasta el fin mismo de todo.

2001
Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
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