Ayer la ví con su cabello largo y enmarañado cubriendo un rostro que parece iluminado desde el interior. No se distinguen facciones sino sólo una claridad lechosa. Su vestimenta es similar a la que usaría cualquiera chica y representa a lo más unos dieciocho años. Nada especial salvo que es la invitada de piedra de una convivencia en que sólo estaban mi hijo y su novia. Cuando la fotografía estuvo en mis manos sentí un ligero escalofrío. Se parece a Eugenia, pensé para mí y mi hijo refrendó aquello cuando me dijo:-Es igualita a Eugenia ¿no?
Escaneada y ampliada, la figura se hace cada vez más terrorífica, donde debería estar su rostro fulgura una luz parecida a la de esos focos de neón.
-¿Qué has sabido de Eugenia?-le pregunto a mi hijo.
-No se. Desde que terminamos que no se nada de ella.
-¿No te ha llamado?
-No. Tiene el teléfono cortado.
La nueva novia de Osvaldo me mira con ojos consternados.
-Estábamos solos. Se lo juro.
-¿Seguro que no viste a nadie cuando tomaste la foto?
-Papá. Es un sitio cerrado. No había nadie más. Además era temprano. Nadie andaba en los alrededores.
Miro una vez más la fotografía y contemplo el rostro impenetrable de mi hijo.
Su romance con Eugenia fue corto pero intenso. Ella viajaba todos los fines de semana a Santiago y se alojaba en nuestra casa. Era una chica tranquila y muy silenciosa, no creo haber cruzado más de cien palabras con ella. Pero me simpatizaba porque era respetuosa y amable. Osvaldo siempre ha sido muy afín conmigo y a menudo me cuenta los pormenores de sus romances, nada escabroso por supuesto y yo, a lo más, lo aconsejo para que se cuide con su niña y no tengan luego desagradables sorpresas. Eugenia desapareció de pronto de la vida de Osvaldo, una pelea, incompatibilidad manifiesta de caracteres, caprichos, que se yo. El asunto es que de pronto ya no apareció más por mi casa aquella joven silenciosa.
-¿Cuál es el número de teléfono de Eugenia?- le pregunté a mi hijo. Me preocupaba que pudiese estar enferma, que hubiese tratado de comunicarse de alguna forma. Mi hijo me dio el número pero no hay tono.
-¿Donde vive Eugenia?- insistí y Osvaldo me miró con extrañeza.
-¿No me digas que piensas ir a San Sebastián?
-Creo que lo haré. Y preguntando llegaré a su casa.
-¡Ni se te ocurra hacerlo!
-Lo haré.
-Entonces no me nombres para nada. Ellos no me conocen.
-No me gusta tanto misterio. ¿Acaso sabes algo más?
Mi hijo se enfureció, su rostro se puso rojo y sus puños se apretaron como si estuviese a punto de descargar su furia a punta de golpes.
-Y todo por una fotografía que hasta puede estar trucada.
-Si es así, entonces me parece una broma de mal gusto. ¿Porque no me has gastado una broma supongo.
-No papá. ¿Cómo se te ocurre?
A los dos días iba camino a San Sebastián. En el viaje me hacía mil conjeturas. Puede ser que hubiesen sido simples aprensiones pero el hecho es que todas las dudas se iban a disipar en cuanto apareciera la chica.
Indagando por aquí y por allá, ubiqué por fin el domicilio de los Paredes. Era una casita más bien modesta pero digna. Abrió la puerta una mujer de edad indeterminada. Le pregunté por Eugenia y me presenté como alguien que la conocía en Santiago. La mujer se llevó sus manos a la cara y se puso a llorar desconsoladamente.
-¿Usted no es de la policía verdad?
-No ¿Por qué?
-Es que han venido tantas veces y ninguna novedad. Mi niña no ha vuelto a casa hace un par de meses. Yo me voy a volver loca.
Sentí que se me erizaban los cabellos. Entonces la chica estaba en serios problemas o acaso…no quise pensarlo, por ser demasiado atroz.
-¿No sabe usted adonde pudo haber ido?
-¿Cómo saberlo? Ella fue siempre demasiado independiente. ¡Quiera Dios que no le haya ocurrido nada! Y la mujer reanudó sus sollozos.
-¿Sabe usted si ella estaba de novia con alguien?
-Ni idea señor, ni idea.
Una tremenda duda se cernía en mi cabeza. Osvaldo era pieza clave en esta historia y era preciso que me dijera todo lo que sabía.
-Cuéntame. ¿Para donde te dijo que iría el último día que la viste?
-No se. Estaba desconcertada. Se puso histérica, me dijo que no podía hacerle eso, que me amaba de veras. Y como no quería conformarse, simplemente la dejé y ya nunca más la vi.
-¿Te llamó después de eso?
- Un par de veces. Pero yo no le contestaba.
-No me estás mintiendo ¿verdad?
-No veo porque habría de hacerlo.
No muy convencido con la historia, busco entre las pertenencias de mi hijo hasta encontrar un certificado médico en el que se precisa que Eugenia Paredes tiene un embarazo de tres meses. El documento está fechado unas pocas semanas antes de su presunta desaparición. ¿Qué diablos estaba pasando?
Cuando le extiendo el papel, Osvaldo contrae sus ojos y me lo arrebata de un tirón.
-No se te ocurra mostrarle a nadie este papel. ¿Oíste?
-Será mejor que me lo cuentes todo. Necesito saber que pasó con Eugenia. ¿Acaso se hizo un aborto?
Mi hijo se puso rojo.
- Era una gran contrariedad. Yo tengo que terminar mis estudios, no puedo hacerme cargo de eso.
-Eso es un hijo. Dime que no cometieron tamaña barbaridad.
- Te lo juro.
Pero no me quedo tranquilo. Me angustia la idea de saber que esa chica anda deambulando quizás por donde con un embarazo avanzado.
Una vez más contemplo esa fotografía. Mónica sonriente mirando a la cámara y detrás de ella una especie de punto plateado, el que al mirarlo con una lupa entrega aquellos aterradores detalles. Si, se parece a Eugenia, tiene su entorno, es como si estuviese reprochando algo, pidiendo alguna explicación.
Mi hijo apareció en el umbral de mi pieza pálido como un papel. El reloj marcaba las cuatro de la mañana.
-¡La vi, la vi! ¡Estaba de pie junto a mi cama!
-¿A quien viste por Dios? ¡Cuéntame!
-Era ella, estoy seguro…era Eugenia…
Me levanté y traté de tranquilizarlo. Osvaldo estaba al borde del llanto.
-Yo no le hice nada. Te lo juro papá, te lo juro…
Lo abracé y nos sentamos en mi cama.
-Me amenazó con arruinar mi carrera. Dijo que me demandaría. Estaba como enloquecida.
- ¿No le prometiste que asumirías tu responsabilidad?
-Si, se lo dije. Pero ella no transaba, quería que continuáramos juntos. Y eso ya era imposible papá, ya no tenía ningún sentido porque yo no la amaba.
Me quedé pensando largo rato mientras sentía los temblores de mi hijo.
-¿Tú crees que haya…atentado contra su vida?
-No sé papá, no sé. Ella es medio depresiva pero no creo que se haya atrevido a hacer una cosa así.
-Dios quiera que no.
Cuatro meses más tarde encontraron el cadáver de Eugenia atrapado en unos arrecifes de San Sebastián. La policía no halló rastros de embarazo ni de aborto alguno, lo cual fue para mí un completo misterio. En cambio, por las heridas en su cuello, era casi evidente que había sido ahorcada.
Desde entonces, Eugenia, o su espectro, no deja de aparecérsele a mi hijo. Este presenta un estado de enajenación total, tanto que temo que se vuelva loco. ¿Acaso la chica inventó lo del embarazo para obligar a Osvaldo a casarse con ella? Esta es una de las hipótesis que esgrimo. La otra, la que me atormenta, no me atrevo a pronunciarla y quizás alguno de estos días se me aparezca el fantasma de Eugenia para contarme toda, toda la verdad…