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Encuentro de dos mundos

Siempre supe lo que es una flecha. Y quise siempre tener la capacidad de manipularla como lo hacen los demás. Siempre los admiré. Siempre.
Pasaba los días repasando mentalmente las rutinas de mis congéneres, aprendiendo -aunque sin experimentar- las artes del manejo... Pero ese día me tenía ocupado otra cosa; el enigma... Sabía que vendría a través de ese mar. Ese inmenso mar de dudas y extraños misterios.
Para un nativo original de este lugar, como soy; las cosas nuevas siempre me sorprenden por más anunciadas que las tenga. Tienen la extraña virtud de dominarme y también sabía que iba a ser dominado, lo intuía. Sentía ese cosquilleo cada vez que miraba hacia delante. Tenía la certeza de que iba a causar conmoción, estupor, pavor... Yo lo sabía.
Y para un niño como yo era difícil captar en todo su contenido, los inmensos presentimientos que deambulaban por mi cabecita. Pero tenía consciencia de que existían y que dichos presentimientos, cuando tuviera las armas para darlos a conocer de una forma que mi familia los captara y pudieran tomarlo con seriedad -como a la palabra de los mas viejos- sería, sin dudas, demasiado tarde...
La flecha otra vez... Roza aquí, allá, vehemente... y luego se queda quieta. Titila... o parece que cimbra.

Un buen día los veo venir... son tres bultos. No los identifico y me despiertan curiosidad, me siento hipnotizado. Es que quedé paralizado porque sabía que me iba a tocar vivirlo, lo esperaba de alguna manera. Pensé en mis hermanos; se iban a librar, Iban a experimentar el júbilo por dejar de afrontar la trabajosa labor de soportarme; ya no tendrían necesidad de apartarme como cada vez que me acercaba con extrañas ocurrencias.
-¡Por favor! Yo quiero... la flecha...
Los divisé a lo lejos. Me sentía emocionado, excitado. Debo reconocer que también me invadió cierto orgullo; tener la razón es -de alguna manera en los dominios de mi familia- un Don especial, Don que estaba absolutamente vedado a los niños. Me sentía bien y por un instante creí convertirme en el mecías, el ser que supo ver más allá de las cosas comunes. Pero seguramente era por la ventaja de mirar a una altura que los mayores, siquiera recordaban haber tenido. El tiempo para mi, pasaba sin prisa, lo que se sumaba a mis cualidades. Y yo añadiría la capacidad para observar, esa que los ancianos habían adquirido durante su vida. Ellos, tenían algo de lo mío; empezaba anotarlo. Me sentía identificado con muchas de sus acciones. Porque, mientras el resto de la comunidad se dedicaba a las faenas diarias, los ancianos y yo teníamos tiempo para desarrollar el Don. Tiempo que aprovechaba para escudriñar en la sapiencia de ellos que habilmente se negaban a revelar, como si la experiencia personal en estos asuntos, fuera el procedimiento para lograr el conocimiento y el dominio. A veces me enfurecía y creía que no sabían nada...

Se venían y me quedé parado... solo podía mirar. No hacía más que mirar. Pero sentía la necesidad de correr y meterme en el cesto... allí donde estaban mis cosas, celosamente guardadas. Enclaustrarme para no saber lo que era, para no desilucionarme, tal vez...
Desde allí miraré todo lo que pase, me dije. Pero no, no podía. Me quedé parado, mirando los tres bultos que se iban definiendo y desfigurándose a la vez, para mi. Eran inimaginables. ¡Más grandes y maravillosos que todo, todo lo que había visto...! Oteaba haciéndome sombra con mis manitos...

Solo una anciana quedaba en los dominios; lo que ya no eran sus dominios. Pues cambiamos de vivienda, consecuencia, tal vez, de la muerte del anciano mayor, su compañero de vida.
Ya no era su lugar. Y eso, tal vez, la hacía más débil. Yo sentía, incluso, perder la identificación y un poco el respeto para con ella. Conforme yo iba adquiriendo más conocimientos, notaba que ella los perdía. Y así fue hasta que perdió también la autoridad, la autoestima y, posteriormente la vida...
Pasaban cosas, cambiaban los ritos y yo la observaba. La flecha... Una vez más trazando sus bien definidas líneas rectas. Surcando su trazado y bien definido horizonte. Y yo que la observaba.
No veía el día de crecer -si era lo que se necesitaba para empuñarla- y demostrar mis destrezas. Las que sin dudas tendría, ni bien me dieran la oportunidad. Porque le llevaba ventaja en observación, mucha más distancia que la propia trazada por ella. La iba a dominar, seguro...

Ahí vienen esas tres cosas... ¡Por todos los cielos! ¿Por qué tocarme a mí dar la noticia? La información. Otra cualidad, otro Don que comenzaba a considerar valioso. Era poder, sin dudas, poder que yo tenía en mis manos por primera vez y para siempre. Me esconderé y miraré la reacción de los míos, me dije. Pero no, ¿para qué? Si ya tenía el Don de la comunicación. Era ir corriendo y anunciar gritando, dando vivas a mis cualidades adivinatorias, precognitivas...
Iba a cundir la alegría de todos y el regocijo de mis hermanos. ¡Las maravillosas cosas que vendrían en esos bultos...! Cosas por las que tendríamos que ceder algunas otras, pensé, bueno, pero para bien...
Tal vez los míos tendrían que batallar. ¡Tendría mi propia flecha...!
Simplemente voltee y grité con todas mis fuerzas:
-¡Mamáaaaaa, trajeron mi computadora!
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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1 comentarios. Página 1 de 1
raul
invitado-raul 30-11-2002 00:00:00

Me gusta el cuento, se me hace una buena idea y aplaudo el intento de crear ese tipo de unión entre pasado y futuro.

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