Caminos a nuestros pies, miles de caminos… Caminos en que reina la oscuridad o en los que la luz domina con poder, caminos tan largos que no ves el final o tan cortos que sólo un paso basta para recorrerlos, caminos donde la soledad nos acompaña o caminos donde la compañía no nos brinda un minuto de soledad…
Y surge el miedo. Miedo a recorrer de nuevo viejos y conocidos caminos donde el dolor se clava en el alma. Y también miedo porque hay caminos desconocidos y no sabemos en que lugar pisar para ir seguro. Y puede haber mucho a tu alrededor pero sentirte tan solo... Y lo estás, estás solo, porque al final del camino sólo llegas tú, con tus pisadas, y dejando atrás recuerdos que un segundo fueron sensaciones, sentimientos que durante horas estuvieron adentrados en el corazón, preguntas sin respuesta que por días rondaron tu mente, y personas que en años fueron tus alas.
Y de repente una sensación surge dentro de ti. Sientes que no puedes dejar de caminar hacia delante, y tus pies siguen avanzando poco a poco. Los obstáculos que encuentras no los puedes esquivar, pero debes desplegar toda tu fuerza y pasar por encima, sin cambiar tu dirección. Cada vez que alcanzas una meta, por pequeña que sea, recuerdas que esas sensaciones, sentimientos, preguntas y personas merecieron la pena, porque nada hubiera sido igual sin ellos